lunes, 29 de diciembre de 2014

Cuando no se puede hablar

            Los borrachos y los niños dicen la verdad. Los borrachos porque el alcohol ha contribuido a desinhibir a la persona que lo ha consumido en exceso. Los niños porque todavía no se les ha “manipulado” lo suficiente como para decir lo políticamente correcto. Y el resto de los mortales vivimos condicionados por un montón de circunstancias. La verdad te puede dejar sin trabajo, sin compañeros de camino, sin partido, incluso sin dientes.

            Estas son algunas de las consecuencias cuando no se puede hablar. Y esta situación se da en las religiones importantes, en las democracias avanzadas, en las sociedades abiertas, en las empresas punteras, incluso en las familias mejor avenidas. ¿Y nos extrañamos que se produzcan en las sectas pseudoreligiosas, en los regímenes dictatoriales, en los sistemas sociales autoritarios o en las empresas que buscan el beneficio exclusivamente personal a costa de los demás?

            Quienes están muy interesados en que no se hable de determinados temas recurren al potente argumento disuasorio denominado miedo. Saben perfectamente que la losa de la amenaza es un arma potente que infunde temor. Pero no se limitan a reducir su arsenal disuasorio a un tipo de misil, utilizan otras estrategias para destruir al enemigo, imaginario o no, de forma radical. Por un lado muestran su patita disfrazada de cordero enseñándola por debajo de la puerta, como en el cuento, regodeándose con la autopublicidad halagadora, reducida a la exposición de sus dudosos méritos. Además ofrecen el oro y el moro a sus lameculos. Los visten con el uniforme de su ejército y les proporcionan la gorra y los galones a cambio de la obediencia ciega.

            Si al mismo tiempo se suprimen las herramientas de comunicación abierta y se infunde el pánico a ser vigilado, se habrá conseguido tapar las bocas discordantes con el régimen. Este es el resultado: un sistema que minimiza los grandes principios éticos, morales,  de libertad, de libre expresión y los reduce a la simple obediencia de lo que se ha establecido que conviene al propio régimen.


            Cuando no se puede hablar, algo se está escondiendo. Ya sabemos que el silencio se puede comprar, la razón se puede demostrar, las encuestas estadísticas se pueden cocinar, la información se puede apagar… Pero la libertad es la única energía que distingue al ser humano del resto de los seres y la dignidad su compañera inseparable. 

domingo, 28 de diciembre de 2014

Heridas abiertas

El peso de nuestro pasado suele influir de manera importante en la actitud que tomamos para afrontar la vida en el presente. Las heridas abiertas reaparecen una y otra vez cuando en tiempos pasados han sido cerradas en falso. Estas heridas recuerdan la necesidad de tomarlas en serio y administrarles el cuidado conveniente que las cure definitivamente. Algunas personas, cada vez que aflora una herida del pasado, miran hacia otro lado y niegan la fuerza que su dolor reclama. Se distraen desviando la atención con excusas recurrentes y con afirmaciones como ésta, “lo pasado, pasado está”. Creen a pies juntillas que el tiempo es el encargado de borrarlas sin más. Dichas situaciones jamás se resuelven felizmente y se dan casos de llegar hasta los estadios finales de la vida con la sensación de haber soportado un destino desgraciado del cual no se es responsable en absoluto. Algunos creen que manteniendo esas heridas abiertas, no integradas y asumidas, se puede vivir sin ningún problema cuando de hecho están impidiendo que el ser desarrolle sus potencialidades. Esto es cierto siempre y cuando no se confunda la integración con la sedación que supone mirar para otro lado. Por ejemplo, de un acto de deshonra o humillación, los agravios, las injurias recibidas, el maltrato, el escarnio, pueden haber producido una herida lo suficientemente grave  que no siempre va a ser fácil de asumir y superar.
Por estas razones las heridas vuelven a emerger de manera recurrente y sin piedad horadando lo más profundo del espíritu. 

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Nochebuena frente a Nochemala

            Esta noche es Nochebuena. Todo el mundo se felicita entre sí. Es la noche de la paz y el reencuentro con la familia y los seres queridos especialmente. Es la noche de la alegría, de la celebración. Un gran tópico asumido por la tradición para muchos, una verdad de fe para los creyentes practicantes y una copiosa cena para quienes pueden permitirse tal lujo.
            Esta noche también es Nochemala. Pero se silencia. Se calla el dolor de las ausencias familiares porque dejaron esta vida. Se aprietan los dientes cuando no se comprende que la familia se ha dividido y es imposible quedarte “exclusivamente” con los tuyos. Se hacen nervios en los preparativos de la cena del año y se derrocha sin conocimiento en regalos inventados de un papá Nosé (está bien escrito). Cuántas personas afirman con cierto pesar: ¡tengo ganas de que pasen estos días!
            Esta noche se enternece el corazón. Toca al menos una vez al año. Tal vez sea uno de los momentos que se recuerde a quienes no cenan nunca. A quienes carecen de abrigo, de casa, de familia, de cariño…Pero estas reflexiones quizás duren unos minutos. No es momento de ponerse trascendente, a cenar.

            Nochebuena o nochemala. Me quedo con la primera sin renegar de la triste realidad de la segunda. Me resisto a ceder terreno a la tristeza, al dolor, al desencuentro, a la rabia. Creo en la alegría que se contagia, en capacidad infinita de reconocer la dignidad de cualquiera de mis semejantes y en esta noche y este día. Creo en todos los tiempos que celebran el nacimiento a la vida.

lunes, 15 de diciembre de 2014

domingo, 14 de diciembre de 2014

LA ESTUPIDEZ


-¿Me acompañas, Alex?
-¿A dónde vas?
-Voy a la administración de lotería a sacar el número que compro semanalmente. Esta semana verás, me va a tocar un buen pellizco.
-Pero, ¿qué dices, abuelo? Si nunca te toca absolutamente nada.
-Hombre, hay muchos días que cobro el reintegro y no pierdo nada.
-Pero la mayoría de los días te gastas el dinero sin sentido.
-Y si un día tengo la suerte de acertar con el premio gordo, ¿qué?
-Llevas más de treinta años probando suerte. Aún a día de hoy, todavía la estás esperando. Y si te tocara, ¿qué ibas a hacer con tanto dinero?
-Pues muchas cosas.
-Por ejemplo.
-No sé.., ayudar a tus padres en los gastos importantes que tengan, compraría un buen coche, nos daríamos tú y yo algún capricho que otro… Viviría con más comodidades.
-¿Es que ahora estas descontento con la forma de vivir y crees que te falta todo lo que dices para ser feliz?
-Tampoco es eso, Alex. El dinero no hace la felicidad pero ayuda a conseguirla, es un dicho popular.
-¿Cómo ayuda a conseguir la felicidad? Porque si para conseguir la felicidad, por ejemplo, una persona que va al lugar de trabajo en autobús cuyo recorrido tarda en hacerlo treinta minutos, tiene que comprarse un coche para hacer el mismo recorrido en veinte minutos. Pero para conseguirlo necesita un préstamo del banco que le va a cobrar durante cinco años una cuota muy superior al importe del autobús. Para pagar al banco es imprescindible hacer todos los días un par de horas extraordinarias, al menos durante unos años. Ese tiempo que está en el trabajo no puede atender a sus hijos, jugar con ellos, ayudarles en los deberes, disfrutar de la familia. Después se queja de cansancio, está de mal humor, empeora las relaciones con los más cercanos, no tiene tiempo para emplearlo en lo que más feliz le hace, jugar con su hijo pequeño, porque cuando llega a casa ya está en la cama. Eso sí, va en coche a todas las partes, con el ceño fruncido, pero en coche. ¿No te parece estúpido, abuelo?
-Hombre, visto desde esa perspectiva, sí claro. Pero, por ejemplo, los fines de semana puede llevarse a su familia a visitar otras ciudades con el coche. Si no  tuviera auto los viajes no los podría hacer con tanta facilidad.
-Sí, pero lo que realmente le hace feliz es jugar con su hijo pequeño cada día. Y durante toda la semana no puede hacerlo. Sigo sin comprender las razones que justifican al dinero como la panacea de la felicidad. Quizás haya otras explicaciones que desconozco.
-No sabría qué decirte, Alex.
-Lo mismo pienso de ti. ¿Para qué quieres otro coche? Ya tienes uno que funciona y apenas utilizas. Lo sueles utilizar en ocasiones esporádicas. Casi siempre vas en el de mis  padres. Dices que ir solo por ahí no te gusta, yo creo también que te sientes algo inseguro por si te pasa algo, ya sabes que la vista no te acompaña. Aunque tuvieras de golpe mucho más dinero, ¿merecería la pena gastarlo en un coche más lujoso? También me parece estúpido. Echemos un cálculo. Te gastas unos veinte euros a la semana en loterías, al año supone alrededor de mil euros que si lo multiplicas por treinta años de juego resulta un total de unos treinta mil euros. Suficiente para comprar un buen coche. Hoy cuentas con una corazonada de que te va a tocar, es decir nada. ¿Cierto?
 -Ya, pero no sé si me entiendes.
-Puedo entender que basas tu felicidad cada semana en tener una ilusión de que supersticiosamente te toque el premio, a sabiendas de la imposibilidad de conseguirlo. Todas las semanas supongo que sentirás una frustración al ver el resultado.
            David no supo que contestar. Enseguida le vino a la cabeza la ayuda que habría recibido su nieto del Mago Mangarín. Aquel razonamiento tan consistente no era normal en una adolescente. Su amor propio había sido tocado otra vez de una forma incontestable. Recogió el mensaje en el fondo de su corazón y dejó que su contenido horadara el sentido de su vida



De “El mago Mangarín”

martes, 9 de diciembre de 2014

HOMBRES DE PALABRA


            Los hombres con entereza se caracterizan por su palabra. Pero parece que en la actualidad esa concepción ha pasado a ser una simple añoranza del pasado. Todo el mundo sabe que nuestros mayores, especialmente en los pueblos, siempre que llegaban a un acuerdo se estrechaban la mano y bastaba para adquirir el compromiso formal. No existían los formalismos escritos en contratos farragosos. Las legalidades se las pasaban por el forro. Lo importante era la palabra, palabra de hombre.

            La palabra era la garantía de que se iba a cumplir lo pactado. Por encima de todo, no se podía caer en la desvergüenza de engañar, hacer lo correcto, sin malinterpretaciones, sin dobleces y malas artes. Simplemente ser fiel a la palabra dada. Y para ello no era necesario recibir clases de política, economía, comercio, administración o leyes. La familia te enseñaba a ser buena persona. Sobre todo te educaba para no mentir. Porque la mentira era la carcoma que fagocitaba la confianza y cuando no se puede confiar en una persona, ésta ha perdido la categoría de humanidad.  

            Sin embargo, siempre se han aceptado los errores, son congénitos al ser humano. Pero con la condición de que se reconozcan. Como dijo nuestro anterior rey, Juan Carlos: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir.” La línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. La verdad suele ser corta, sencilla y directa. La mentira recorre sinuosos, largos y enrevesados  caminos para justificar lo injustificable, para demorar la justicia, para ocultar lo evidente. La mentira invita a urdir más mentira, al fin y al cabo, no es mas que  la consolidación de la tozudez de quien pierde lo mejor de su dignidad.


            Los hombres de palabra se ganan el respeto y todo el mundo se fía de ellos a pies juntillas. Los hombres que se equivocan recuperan el respeto cuando reconocen su error. Y los hombres que mienten a conciencia jamás encuentran amigos, porque creen que imponiendo respeto se gana el honor. En esta sociedad actual, donde predomina la carencia de valores, abunda el engaño y la corrupción, se olvidan los principios de la convivencia y se antepone el individualismo al bien común, añoro la sencillez de los hombres y mujeres de palabra.

lunes, 8 de diciembre de 2014

En su lugar

            La clase ha comenzado hace más de veinte minutos. Después de realizar la correspondiente explicación teórica sobre un tema, he dictado un ejercicio práctico y mis alumnos se han puesto manos a la obra para intentar solucionarlo. Mientras lo realizan me siento en el lugar vacío dejado por un alumno que hoy no está presente en la clase. Miro a un lado y a otro. Después fijo la mirada  en la actividad del chaval que tengo a mi derecha. Simplemente observo cómo desarrolla su ejercicio, sin mediar palabra con él.  Noto como mi alumno siente cierta intranquilidad  ante mi presencia tan cercana y, con aire de disculpa casi personal, le digo con voz bajita:

-Sigue, sigue, no quiero molestarte.
Él me echa una mirada con aparente asombro y continúa haciendo el ejercicio. El resto de sus compañeros observan por el rabillo del ojo mis movimientos y yo me hago el despistado como si no me diera cuenta de ello. Esperan algo y no saben el qué. Normalmente los profesores no se sientan en los pupitres de los alumnos y si se sientan algo irán a hacer.
Ahora, continúo mirando hacia la pared de enfrente donde se encuentra situada la tarima de la clase. Repaso lo que acababa de escribir en la pizarra unos minutos antes. Por cierto, podría haber sido un poquito más ordenado en la exposición y haber escrito el contenido con la letra más legible y sobre todo un poco más grande.

Desde aquí apenas se distingue lo que está escrito en la pizarra. Observo las cabezas y las espaldas de todos los alumnos de clase. De vez en cuando alguien se vuelve mirando hacia atrás y se produce un cruce de miradas con él, quien inmediatamente vuelve a girarse y continuar con la actividad que estaba desarrollando.
Le doy vueltas al ejercicio que les he mandado realizar. Pienso en cuanto tiempo me llevaría a mí, si yo tuviera la misma edad que ellos. Pero reconozco que la pregunta es un tanto sosa y me quedo sin hallar la respuesta. Calculo el tiempo que queda para la finalización de la clase. Noto en mis huesos los primeros síntomas de incomodidad que proporciona el horrible diseño ergonómico de la silla en la que estoy sentado y reconozco que mis alumnos pasan demasiadas horas en asientos tan incómodos. Acto seguido lo justifico con la afirmación de una falacia: son jóvenes y lo soportan todo. Sin embargo no me quedo satisfecho con la reflexión. Reconozco que se merecen explicaciones más cortas y menos rolleras. La próxima explicación intentaré hacerlo lo más ameno posible, así se olvidarán de la incomodidad en sus posaderas. Sigo enfrascado en mis reflexiones cuando un alumno las interrumpe diciendo:
-Profesor, ¿qué hacemos si hemos terminado el ejercicio?
-Eh…, bueno. Farfullo echando un ojo al resto de sus compañeros. ¿Por favor, queréis decirme quiénes habéis terminado? Levantar la mano.
Solamente dos alumnos levantan el brazo. Entonces les indico que tienen cinco minutos más para intentar acabar. Sé que a algunos no les va a dar tiempo terminar, pero tengo claro que es bueno temporalizar las tareas.
Compruebo personalmente que las cosas se ven de diferente manera desde su lugar. He llegado a una conclusión evidente y desde hoy me sentaré todos los días, aunque sólo sea durante un momento breve, al lado de algún alumno. Para estar en su lugar y mirar a la pizarra en la misma dirección que lo ven ellos. He descubierto que tiene una belleza especial contemplar la clase con la visión del alumnado. Contemplar el ruedo desde dentro de él y no desde la barrera.  Sin lugar a dudas, ver todos los días a los alumnos sentado en sus asientos me ha ayudado a aprender mucho.
De “Recetas de aula





































jueves, 4 de diciembre de 2014

JUEGO Y AZAR

A veces se asocia juego y azar. Los llamados juegos de azar dudo que realmente sean juegos. En ellos no se ve con claridad dónde está la participación activa del jugador. Los juegos implican una serie de acciones muy alejadas del concepto de pasividad con la que se espera la suerte en los juegos de azar. Los juegos contribuyen al aprendizaje en las diferentes disciplinas. ¿Qué aprendizaje se fomenta con el juego de azar? Muchos juegos están basados en el concepto de, “la vida es un juego”, esta frase hace referencia a la suerte que nos ha correspondido en esta vida. Como consecuencia de ello el hecho de pensar que no se tiene suerte, es creer en ella y algunos de los que piensan de esta manera, se sienten abocados a jugar como la panacea de que en algún momento se les solucione la vida. Ya sabemos cuanta gente intenta conseguir dinero de manera azarosa (bingo, juegos de loterías, quinielas, apuestas, etc.) de tal manera que, cuanto más pierden a la lotería, por ejemplo, más les motiva seguir apostando en ella. El análisis personal sobre algún aspecto de su vida no pasa por la conciencia de fracaso y la incapacidad de afrontarlo, sino que se achaca a la mala suerte que el destino le ha preparado.

            Cuando la persona no está contenta con la dotación de bienestar que le ha regalado la vida, el juego puede servir de sustitutivo y compensar con la esperanza en una racha de suerte que mitigue dicho malestar. Hay personas que se quejan de su trabajo, de la poca remuneración que reciben a cambio, de la carencia de bienestar producto de vivir con una economía de subsistencia y ponen sus esperanzas en el juego y el azar creyendo que algún día les tocará la lotería o recibirán un premio inesperado que les librará de esa condición tan penosa en la que se ven inmersos. Ponen su fe en la suerte y, en algún momento, por arte de birlibirloque obtendrán el premio de ese paraíso al que se creen con todo el derecho del mundo, aunque no hayan dado un palo al agua en toda su vida. En el fondo también es una forma de buscar la felicidad. Tratar de vislumbrar un pequeño rayo de luz de esa felicidad posible que la indefinición del futuro puede llamar a la puerta el día menos esperado. La vivencia de una desorientación continua ante la vida hace que el individuo se abandone al destino, pero sin perder la ilusión de encontrar en el azar la compensación a todos los males de los que no se siente responsable. No creo que el enfoque del azar sea lo más acertado para encontrar luz en el camino.

De “Caminar a tientas”


lunes, 1 de diciembre de 2014

ACTITUD DE CREAR


El silencio es el medio en el que se genera la creatividad y el amor a la sabiduría. ¿Por qué no me he dado cuenta antes?, se preguntaba. Han pasado demasiados años para comprender que no se puede vivir sin reflexionar en profundidad. La usurpación permanente de la actividad, ahoga los espacios para que la mente y el corazón se pongan de acuerdo en la búsqueda de nuevas visiones sobre nosotros mismos y la naturaleza del mundo que nos acoge.

Ahora me pregunto: ¿Por qué no he dedicado horas a la creación de nuevas ideas que dieran soluciones nuevas a los problemas que he ido arrastrando durante toda mi vida? En su lugar, he perdido un tiempo maravilloso en quejarme. En ilustrar mi desgraciado destino sin caer en la ocurrencia de que yo podía tener la clave de la solución.  Tal vez hubiera descubierto caminos o aportaciones complementarias, si todos mis sentidos los hubiese focalizado a discernir lo importante. Pero caí en el error de subestimar mis capacidades y pensar que el tiempo tiene la solución para todos los problemas.

¿Por qué he empleado tantos recursos a los recuerdos y no los he dedicado a generar elementos positivos para el futuro?  Ahora me doy cuenta de que no se puede avanzar dando trompicones, mirando exclusivamente al pasado. Si todos hiciéramos eso quién iba a dedicar sus talentos a mejorar esta humanidad. Yo formo parte de este planeta llamado Tierra y puedo hacer algo, aunque sea muy poquito, para que brille mejor en medio del Universo.
            Acepto mis carencias creadoras hasta este momento pero me resisto a consolidar mis imperfecciones pasadas. Si respondo a la primera pregunta del Mago, “¿Quieres?”, mi respuesta es afirmativa. Si me creo a pies juntillas “Tú puedes”, no voy a reparar en mis defectos, serían demasiados obstáculos a superar. Necesito fundamentar las fuerzas en mis cualidades. Si pongo la confianza en “Tú vales”, seguro que obtendré buenos resultados.

De “El mago Mangarín”



martes, 25 de noviembre de 2014

Anestesia


            Para desarrollar una vida con sentido es necesario despertar de la anestesia a la que nos tiene sometido el sistema. Hemos aspirado los gases que impiden hacernos sensibles a casi todo y por tanto no nos llegan al cerebro los estímulos pertinentes para enterarnos de lo que pasa en nuestro mundo. Vivimos dormidos, anestesiados, insensibles. Encima de una mesa de operaciones fría. Manipulados por quienes desean hacer de nosotros un cuerpo adaptado a su conveniencia.
            Nos quedamos paralizados ante las injusticias porque nos han extirpado el corazón de carne y lo han sustituido por uno de silicona. Nos han cambiado los ojos para que miremos en una sola dirección. Han insertado unos filtros en nuestros oídos para que solamente escuchemos un ancho de banda en las frecuencias audibles de unas determinadas palabras. Los índices de las manos se han deformado a base de golpear millones de veces el clic del ratón. Nos han atiborrado de programas que se descargan automáticamente en los móviles para que permanezcamos entretenidos en la soledad y desconectados de nuestros semejantes.
            Nadie despierta. ¿Dónde están esos educadores que hacen pensar a sus alumnos? ¿Dónde están esas escuelas que se resisten a cumplir los programas que les imponen y ofrecen alternativas educativas de desarrollo humano? Dónde se encuentran los políticos que buscan el bien común por encima del suyo. Dónde se explica el sentido de la verdad y la justicia, sin identificarlas con la legalidad. Dónde a se aprende el valor del respeto al otro por encima de todo como la base fundamental del significado de humanidad.

            Necesitamos despertar. Para que nuestras manos sientan cuando abrazan, nuestros ojos miren a los ojos y nuestros corazones palpiten al menor suspiro.    

domingo, 23 de noviembre de 2014

La sonrisa

Sonreír. Siempre sonreír. Cuesta poco, desarrolla los músculos del cuerpo y engrandece el espíritu. No me refiero a la sonrisa forzada que obliga la circunstancia, ni a los gestos faciales que dejan entrever la ironía de la superioridad, ni a la expresión interior de “me río por no llorar”, ni a los silencios cuyas muecas asienten la predicción de un futuro fatídico. No.
Me refiero al talante acogedor de las personas que saludan con la sonrisa en los labios. Es una gozada encontrarte con este tipo de gente. Parece que te conoce desde siempre y aún no ha cruzado dos palabras contigo. Al rostro cuyos visajes comunican serenidad. A la afabilidad permanente que deja el espacio suficiente para el encuentro y la comunicación entre personas. Al deseo de bien que emana desde lo más profundo del ser. A la afirmación continua y esperanzada de un futuro cada vez mejor.

La sonrisa es la manifestación más discreta y significativa de la alegría interna. A través de ella se descubren las intenciones, emergen los deseos, fascinan los encuentros, asegura la confianza, invita a la empatía, desmonta las barricadas, allana los abruptos... y, lo más importante, alimenta la salud.
Sonreír es la actitud por excelencia del educador. Cuando falta esta actitud la soledad se convierte en compañera, las palabras en soliloquios, el contenido pierde su mensaje fundamental y el ombligo se convierte en preocupación prioritaria. Cuando se desarrolla la sonrisa aumenta la libertad para el encuentro que no discrimina personas, se desvanecen las dificultades, se disfruta del tiempo utilizado en la búsqueda de la verdad común, se olvida el ego para admirar la presencia de los otros. Puede ser peligrosa porque, cuando se desborda, se convierte en risa.
De "Recetas de aula"


viernes, 21 de noviembre de 2014

3 Claves para convivir

(Para ser conscientes de una vida con sentido)

Tres claves necesarias para mantener una armonía en la convivencia. Primero es necesario conocerse a sí mismo y aceptar lo bueno y lo menos bueno de nuestra forma de ser. El conocimiento de sí mismo proporciona los elementos pertinentes para actuar desde la consciencia que te proporciona la mente, como he señalado en el capítulo que hace referencia a ella. Segundo, conocer el entorno cultural donde te desenvuelves para comprender el desarrollo de las vidas de tus semejantes. Cada cultura dispone de unos elementos comunes como el lenguaje, el clima, la historia, etc. que conforman su propia idiosincrasia. Es conveniente saber interpretar el significado de los acontecimientos que se producen dentro de esa sociedad si se quiere estar a la altura de las circunstancias y no verse tan perdido como un pato en un garaje. No me resisto a subrayar las dificultades que surgen en el tipo de convivencia forzada, entendida ésta como no elegida y en la cual no queda más remedio que sobrevivir. Me refiero, por ejemplo, a trabajos donde las buenas relaciones son imprescindibles para la buena marcha del negocio y precisamente, no se tiene la potestad de cambiar a quienes no “caen bien”.  Y tercero, voluntad para la búsqueda del bien común. La convivencia implica una dimensión activa. Con-vivir. Vivir con otro es diferente a vivir conmigo mismo. Hay personas que basan sus relaciones en la aceptación o rechazo de lo que reciben de los demás. Es una forma reactiva de convivir. Siempre esperan recibir de los demás lo que ellos jamás han aportado. El egoísmo les impide entender las transacciones que se producen entre las personas que tiene a su alrededor y consigo mismas. Su objetivo es la consecución del bien propio y no desean el bien común, por tanto viven dentro de una sociedad que les sirve, pero sin encontrar el lugar de su vida. La convivencia exige estar dispuesto a salir de uno mismo y buscar en el otro el elemento de enganche personal. Si efectivamente hay voluntad de convivir con alguien en concreto, se ponen en marcha de forma casi automática, estas tres claves mencionadas anteriormente.

lunes, 17 de noviembre de 2014

ESCUELA Y MODELO DE EDUCACIÓN


¿Qué modelo de escuela queremos?
                Sin ánimo de manosear los conceptos fundamentales sobre la escuela, hoy más que nunca, se necesita nombrar las claves fundamentales que sustentan su razón de ser. Podemos decir sencillamente que la escuela se dedica a educar. Educar en su etimología latina “educere” se entiende como sacar a flote, extraer y también se puede comprender como “educare” o formar, instruir a las personas. En cualquier caso se trata de activar procesos complejos por medio de los cuales se transmiten valores, costumbres, formas de actuar, conocimientos. Con la intencionalidad de que las generaciones siguientes aprendan y desarrollen la cultura.
                La escuela puede poner el acento en el concepto “educere” tratando de sacar de cada persona lo más valioso que lleva dentro de su ser, para que desarrolle sus sentimientos, actitudes y comportamientos con toda su energía. Confiando en que la propia naturaleza humana tiende hacia lo positivo, hacia lo bueno y sea capaz de dejar a la humanidad un  legado mucho mejor que el que había heredado.
                Pero la escuela puede enfatizar el concepto de “educare”, es decir dar formación e instruir como enfoque principal de su tarea educativa. Posiblemente se pretenda conseguir la mejora de la humanidad, no me cabe la menor duda. Pero desde mi punto de vista no se confía en la bondad de la naturaleza humana y se impone la visión de quienes se otorgan la responsabilidad de instruir y dar la formación a quienes ellos consideran incapaces de adquirir su unívoca forma de pensar, sentir y actuar.
                Pienso que el primer enfoque, “educere” fundamenta los valores del respeto, el diálogo, la autoestima, la reflexión, la participación y el compromiso. Facilita la conformación de sociedades pluralistas y democráticas. Mientras que el segundo, “educare”, tiende a la imposición, obediencia, a la sumisión y el autoritarismo, caracterizado por las sociedades de pensamiento único y dictatoriales.
                Actualmente los gobiernos de los estados y, por consiguiente los responsables de las instituciones educativas, parecen estar más ocupados en controlar los procesos de instrucción y formación basados en el concepto de “educare” que en facilitar, a los individuos de la sociedad que gobiernan,  saquen a flote o extraigan, “educere”, sus verdaderas cualidades y aptitudes.
                ¿Qué modelo de escuela estamos fomentando?

La escuela pública
                El estado ha ganado la batalla a las personas que conforman una sociedad. Ha conseguido regular al máximo los conocimientos, las actitudes y las aptitudes que se deben aprender en la escuela.  Ha sistematizado los procedimientos organizativos de tal manera que no queda espacio para el libre pensamiento, la búsqueda de los grandes interrogantes de la humanidad. Ha determinado a priori las aptitudes a premiar y aquellas que deben eliminarse del sistema. Con especial cuidado se ha preocupado de la educación para la ciudadanía, so pretexto de garantizar la libertad, ha enmarcado el ámbito que no perjudique la ruptura organizativa de la ideología dominante. Y hasta aquí hemos llegado: a la escuela pública.
                Una escuela pública que destaca el valor de servicio público para la ciudadanía. Una escuela gestionada por la comunidad educativa y que se le asocia, simplemente por ello, el calificativo de democrática. Una escuela gratuita y sostenida con fondos públicos, concepto un poco contradictorio. Sería más sencillo decir una escuela sostenida con las aportaciones de los contribuyentes, al servicio de todas las personas, incluidas aquellas que no tributan.
                Una escuela que se atribuye el mérito de ser compensadora de desigualdades e integradora. Que no hace distinción entre sus educandos por razón social, cultural, económica, religiosa, o de género. Que se autocalifica de neutral, simplemente porque se desarrolla en un espacio público.  Neutral significa que no presenta ninguna de dos características opuestas, por ejemplo, no es positivo ni negativo; o no muestra ninguna intención o emoción. No sé dónde se encontrarán este tipo de educadores “neutrales”, que ni son positivos ni negativos, o que no muestren ninguna emoción, ni intención…
                Una escuela pluralista que no inculca ninguna creencia. Es decir, no insiste en un tipo de pensamiento determinado, ni en una ideología específica, ni en una cultura  concreta. Dice que utiliza la pluralidad como instrumento de formación ideológica, algo que no acabo de entender muy bien. No veo mucho parecido con la actuación de los grandes maestros de la historia que sí mostraban sus pensamientos, sus creencias y convicciones a sus discípulos.
                Una escuela pública que se define más por el acento que pone en su apellido: “publica” que por el de su nombre: “escuela”. Una tipo de escuela que parece defender su propia identidad denunciando, muchas veces con toda la razón del mundo, las carencias y los fallos de la escuela privada. Quizás tanto la escuela pública como la privada deberían profundizar mucho más en su nombre: ESCUELA. Tal vez así se fuera transformando a las personas para que sean capaces de buscar las mejores soluciones para convivir en este planeta y mejorar su futuro. 

La escuela privada
                La mayor parte de los centros privados expresan en su ideario o carácter propio del centro,  el deseo de desarrollar una formación integral de la persona, una educación de calidad, personalizada, con la participación de todos los agentes alumnado, profesorado y familias. Por ahí se mueven sus principios, definiendo con claridad dónde van a poner el acento en el desarrollo de la educación que imparten. Sus idearios priorizan el enfoque educativo. Ya sea religioso, moral y/o social. En este aspecto poco se diferencian de la escuela pública y concertada.
                ¿Dónde se encuentran las diferencias fundamentales frente a la escuela pública? Fundamentalmente en dos aspectos: el económico y la especialización.
El económico porque cobran al cliente el servicio prestado de educación. Son escuelas para quienes se pueden permitir el lujo de pagar de su bolsillo todos los costes de la enseñanza. Se les suele conceptualizar tácitamente como las escuelas para los ricos. Los padres son partidarios del derecho a elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos y abanderan los valores de la libertad con el poder adquisitivo de sus bienes económicos. Se olvidan de la existencia de muchas familias, la mayoría, que no pueden hacer ese ejercicio de “libertad”.
La especialización y la flexibilidad en sus programas académicos. La escuela privada se diferencia de la escuela pública porque se puede permitir y fomentar una mayor profundización en las áreas educativas en las que se especializa. Léase por ejemplo, las escuelas de formación en idiomas o arte. El profesorado centra su atención en la consecución de resultados destacables con sus alumnos. Se utilizan baremos de eficiencia y eficacia en la docencia y en el éxito que alcanza su alumnado. Son escuelas en la que la competitividad es fundamental para destacar sobre sus competidores y poder subsistir.
Los dos aspectos anteriores se retroalimentan de una manera significativa. Cuanta más especialización, más competidores dejan fuera de combate y más pueden subir los costes de la formación que imparten. De la misma forma, los costes elevados del servicio que prestan se asocian al prestigio de sus enseñanzas. Se les denomina los colegios de élite y con razón. Son los centros para una minoría, no cabe duda.
La conveniencia o no de este tipo de centros es una cuestión que entra en el ámbito de la justicia social. Vivimos en una sociedad que es capaz de conciliar valores contradictorios y  se puede ver a grandes defensores de la escuela pública llevar a sus hijos a la escuela privada. O partidarios de la escuela privada despilfarrando las oportunidades en las universidades públicas.
Pero sigo preguntándome: Independientemente del tipo de escuela sea pública o privada, ¿Sabemos todos los educadores cuáles son los principios y valores por excelencia que debemos transmitir a las nuevas generaciones?

La escuela católica
                La escuela católica cuenta en sus fines la promoción de los valores cristianos.  Además de la formación integral de la persona, de la atención a los desfavorecidos, del diálogo, etc.
Se dedica a enseñar los mismos contenidos  los mismos programas que la escuela privada y la pública. Sus profesores son personas que su profesión es más o menos vocacional y al igual que la mayoría del profesorado recibe su salario por ejercer la docencia. Imagino que impartirán sus clases con calidad, atenderán a las familias con respeto, participarán en los consejos escolares, buscarán la formación integral de su alumnado, etc. De la misma forma que lo hace el profesorado de las escuelas públicas o privadas. ¿Dónde se encuentra el marchamo que les diferencia del resto de profesorado, en que son católicos? Me asalta una gran duda. He oído alguna respuesta a esa pregunta en la línea de respeto al ideario del centro, pero me había creído que el respeto se da  por supuesto en una cultura democrática.
Supongo que el carácter católico no se medirá por las misas que realicen en el centro, las confesiones de su personal, los rezos al comienzo y finalización de las clases o la afinidad de pensamiento con la dirección del colegio. O tal vez sea porque el representante de la institución educativa es un cura o alguien nombrado por el obispo del lugar. O porque la mayoría del profesorado pertenece a una orden religiosa. Habrá algo más, digo yo.
La pertenencia a una estructura eclesial, les incluye unas directrices de adoctrinamiento sobre sus alumnos para que libremente acojan la opción de la fe cristiana.
Pero sigo insistiendo en el nombre, escuela, como la parte fundamental de su tarea. El apellido, católica, no deja de ser un posicionamiento que pretende inclinar a sus educandos hacia una determinada opción de vida. Lo mismo que podríamos decir sobre los enfoques  religiosos  o partidistas, por ejemplo, de la escuela islámica, budista, socialista, liberal, etc.
¿Pero no corresponde a la persona con su capacidad de elegir, cuando es adulta, tomar la opción de vida que más le interese? ¿Por qué siempre aparecen partidarios de enfocar la educación de los niños y jóvenes hacia una determinada cultura, religión o ideología?  

La escuela que quiero
                La escuela que quiero es una escuela sencilla. Una escuela en la que los  alumnos  se acercan a sus maestros para aprender.  Y los maestros están encantados de ser ejemplos vivos para sus educandos.  Unas familias que se sienten responsables de la educación de sus hijos y una sociedad que muestra su apoyo absoluto a la escuela. Una escuela que enseña a vivir la vida  con sentido. Una escuela que no discrimine a nadie por ningún motivo de tipo económico, social o cultural.
                No me gusta la escuela que hemos creado. La escuela actual la hemos programado, politizado, economizado, ideologizado, profesionalizado, especializado, utilizado… para conformar un tipo de persona fragmentada, estandarizada, manipulada y dirigida en función de las conveniencias políticas, ideológicas o religiosas. Focalizada en los intereses consumistas y productivos. Orientada fundamentalmente a las demandas profesionales que la sociedad considera en una corta etapa de la historia.
                La escuela que quiero es una escuela que promueva el pensamiento. Pero la misión actual del profesorado es cumplir el temario, completar las programaciones, examinar a su alumnado que ha asimilado lo previsto y comprobar que son buenas máquinas de memorizar.  No hay espacio para el pensamiento creativo, para generar un discurso nuevo, para la crítica, para la divergencia y la creatividad.
                La escuela que quiero es una escuela que educa en la convivencia a gestionar las emociones y los sentimientos.  Pero tampoco hay espacio para ello. Se ha capado la libertad del educador para organizar cualquier actividad que no esté programada. La convivencia se basa en la desconfianza. A modo de ejemplo: Si a un educador se le ocurre salir a la calle con su grupo de clase a realizar cualquier actividad educativa, además de estar cubierto por un seguro de responsabilidad civil, necesita el permiso del director del centro, la autorización firmada de los padres de cada alumno, la correspondiente autorización del departamento de educación, el plan a realizar en la calle… y no sé cuántas cosas más. Y, a pesar de todo, se puede encontrar con una demanda si  uno de sus alumnos ha tenido un esguince en un tobillo. 
                La escuela que quiero es una escuela en la que los claustros sean verdaderos ámbitos de debate sobre la educación y no meras reuniones informativas en las que se utiliza el móvil para pasar el rato. Deseo que la dirección se comprometa con el profesorado y las familias a mejorar la calidad educativa, en vez de ser simples gestores de las directrices que les llegan del ministerio de turno encargado de la educación.
                La escuela que quiero está todavía por llegar.
                                               Rafael Roldán




viernes, 14 de noviembre de 2014

LA ESCUELA QUE QUIERO

                La escuela que quiero es una escuela sencilla. Una escuela en la que los  alumnos  se acercan a sus maestros para aprender.  Y los maestros están encantados de ser ejemplos vivos para sus educandos.  Unas familias que se sienten responsables de la educación de sus hijos y una sociedad que muestra su apoyo absoluto a la escuela. Una escuela que enseña a vivir la vida  con sentido. Una escuela que no discrimine a nadie por ningún motivo de tipo económico, social o cultural.
                No me gusta la escuela que hemos creado. La escuela actual la hemos programado, politizado, economizado, ideologizado, profesionalizado, especializado, utilizado… para conformar un tipo de persona fragmentada, estandarizada, manipulada y dirigida en función de las conveniencias políticas, ideológicas o religiosas. Focalizada en los intereses consumistas y productivos. Orientada fundamentalmente a las demandas profesionales que la sociedad considera en una corta etapa de la historia.
                La escuela que quiero es una escuela que promueva el pensamiento. Pero la misión actual del profesorado es cumplir el temario, completar las programaciones, examinar a su alumnado que ha asimilado lo previsto y comprobar que son buenas máquinas de memorizar.  No hay espacio para el pensamiento creativo, para generar un discurso nuevo, para la crítica, para la divergencia y la creatividad.
                La escuela que quiero es una escuela que educa en la convivencia a gestionar las emociones y los sentimientos.  Pero tampoco hay espacio para ello. Se ha capado la libertad del educador para organizar cualquier actividad que no esté programada. La convivencia se basa en la desconfianza. A modo de ejemplo: Si a un educador se le ocurre salir a la calle con su grupo de clase a realizar cualquier actividad educativa, además de estar cubierto por un seguro de responsabilidad civil, necesita el permiso del director del centro, la autorización firmada de los padres de cada alumno, la correspondiente autorización del departamento de educación, el plan a realizar en la calle… y no sé cuántas cosas más. Y, a pesar de todo, se puede encontrar con una demanda si  uno de sus alumnos ha tenido un esguince en un tobillo.  
                La escuela que quiero es una escuela en la que los claustros sean verdaderos ámbitos de debate sobre la educación y no meras reuniones informativas en las que se utiliza el móvil para pasar el rato. Deseo que la dirección se comprometa con el profesorado y las familias a mejorar la calidad educativa, en vez de ser simples gestores de las directrices que les llegan del ministerio de turno encargado de la educación.
                La escuela que quiero está todavía por llegar.

                                                                                              Rafa Roldán

martes, 11 de noviembre de 2014

Autoestima

La consciencia de las cualidades personales es fundamental para reconocernos tal y como somos. Si sabemos las potencialidades personales haremos todo lo posible por desarrollarlas y ponerlas en acción. La coherencia nos impulsa a que realicemos todo lo que haga falta para mejorar sin medida la tarea de nuestras responsabilidades. La mejora continua en las pequeñas cosas influye de manera decisiva en los grandes proyectos. Cualquier contratiempo o dificultad se puede convertir en una oportunidad de mejora. Las personas que se caracterizan por el cumplimiento de sus compromisos son fiables. Normalmente suelen estar muy ocupadas pero son las que mejor responden a lo que han prometido.
Yo suelo decir con frecuencia que si quieres pedir algo que necesites hacer, encárgaselo a personas ocupadas y comprometidas, seguramente ellas van a responder con los hechos. Si haces la encomienda a personas desocupadas casi seguro que tu encargo quedará sin respuesta. Cuando alguien coherente te dice que puede llevar a cabo una acción la realizará y su compromiso se habrá convertido en realidad en el tiempo determinado. Pero cuando la persona no es coherente, por no quedar mal con los demás, se comprometerá en un primer instante pero cuando se llegue a comprobar el resultado de su tarea justificará con cualquier excusa que no ha podido realizarlo.
De “Caminar a tientas”
Rafa Roldán



lunes, 10 de noviembre de 2014

LA ESCUELA CATÓLICA


            La escuela católica cuenta en sus fines la promoción de los valores cristianos.  Además de la formación integral de la persona, de la atención a los desfavorecidos, del diálogo, etc.
Se dedica a enseñar los mismos contenidos  los mismos programas que la escuela privada y la pública.
Sus profesores son personas que su profesión es más o menos vocacional y al igual que la mayoría del profesorado recibe su salario por ejercer la docencia. Imagino que impartirán sus clases con calidad, atenderán a las familias con respeto, participarán en los consejos escolares, buscarán la formación integral de su alumnado, etc. De la misma forma que lo hace el profesorado de las escuelas públicas o privadas. ¿Dónde se encuentra el marchamo que les diferencia del resto de profesorado, en que son católicos? Me asalta una gran duda. He oído alguna respuesta a esa pregunta en la línea de respeto al ideario del centro, pero me había creído que el respeto se da  por supuesto en una cultura democrática.
Supongo que el carácter católico no se medirá por las misas que realicen en el centro, las confesiones de su personal, los rezos al comienzo y finalización de las clases o la afinidad de pensamiento con la dirección del colegio. O tal vez sea porque el representante de la institución educativa es un cura o alguien nombrado por el obispo del lugar. O porque la mayoría del profesorado pertenece a una orden religiosa. Habrá algo más, digo yo.
La pertenencia a una estructura eclesial, les incluye unas directrices de adoctrinamiento sobre sus alumnos para que libremente acojan la opción de la fe cristiana.
Pero sigo insistiendo en el nombre, escuela, como la parte fundamental de su tarea. El apellido, católica, no deja de ser un posicionamiento que pretende inclinar a sus educandos hacia una determinada opción de vida. Lo mismo que podríamos decir sobre los enfoques  religiosos  o partidistas, por ejemplo, de la escuela islámica, budista, socialista, liberal, etc..
¿Pero no corresponde a la persona con su capacidad de elegir, cuando es adulta, tomar la opción de vida que más le interese? ¿Por qué siempre aparecen partidarios de enfocar la educación de los niños y jóvenes hacia una determinada cultura, religión o ideología?  


viernes, 7 de noviembre de 2014

Sentido común

Nos hemos vuelto locos. Se ha perdido el sentido común. Si analizamos algunas de las bases que sustentan toda sociedad como son la sanidad o la justicia observaremos con qué facilidad se está perdiendo.

            En sanidad hay que utilizar los recursos sanitarios sin despilfarro, de acuerdo. Pero eso no significa que disminuyendo personal y atención al paciente se mejore el servicio de salud. Cuando los médicos y técnicos sanitarios no pueden dar más de sí porque no llegan a todo el trabajo que tienen, se ralentiza y perjudica la atención al paciente. Si se suprimen camas, se pierde capacidad de hospitalización. Si se carecen de quirófanos las operaciones se demoran en demasía. ¿Cuál es el resultado? Pues el que tiene pelas se contrata un seguro médico o se paga la atención que la seguridad social no le proporciona. Paga al mismo médico que le atiende en la seguridad social, pero ahora lo hace en la clínica privada donde trabaja. Allí le realiza la operación que necesita o se le suministra el tratamiento para su enfermedad. Y el que no tiene dinero, se aguanta o se muere esperando que le pongan una crucecita en la lista de espera. El sentido común dice que por culpa de unos pocos incompetentes que no administran la sanidad pública como se debiera, pagan los platos rotos las personas con menos recursos económicos, que son las que realmente se quedan sin atender. Curiosamente siempre se privatiza la riqueza, las ventajas para unos pocos y se hacen públicos los gastos, es decir las desventajas para la mayoría.
En la justicia también falta  ese sentido común. El pobre infeliz que ha robado cuatro herramientas de trabajo y unos miles de euros, a los dos días lo tienes en la cárcel. Hasta aquí parece justo. Pero si en vez de robar miles de euros roba millones, puede estar tranquilo. Con ese dinero contrata a los mejores abogados, dilata los juicios, encuentra las rendijas de la justicia para salirse por un lado. Incluso se puede permitir el lujo de pagar esa fianza que es calderilla si se compara con el montante de lo que ha robado. Los altos magistrados son capaces de afirmar que la justicia está preparada para “los roba gallinas”. Es decir que no puede responder a los macro sinvergüenzas. Nos hemos vuelto locos. Vaya justicia de mierda. Eso, ¿no es perder el sentido común?


jueves, 6 de noviembre de 2014

Amanita caesarea


La mañana se ha despertado gris. Pero el sol le ha ganado la partida pintándola de vivos colores otoñales. El robledal se posa sobre el monte derramando hermosas carrascas en sus laderas. Verdes y ocres se combinan en múltiples colores. El olor a humedad inunda el ambiente con una paz inconmensurable. Sobre las piedras una alfombra de musgo calienta las sombras del bosque. Los tejos de piedras generan pequeños senderos que desaparecen por doquier como un regalo sembrado al azar. Ramas secas durmiendo en su lecho eterno tapando con delicadeza las finas hierbas que ansían absorber cualquier rayo de sol que les empuje a la vida. Los insectos revolotean entre la maleza agreste cantando en silencio las voces de los duendes. El encanto se apodera de un ámbito reservado para los tímidos animales escondidos en su mundo, vigilando a extraños, desbrozando entre las primeras hojas caídas a su suerte, su alimento preferido.
Allí están las reinas del lugar. Unas de colores vivos, rojos con pintas blancas, inspirando las casas que se pintan en los cuentos de enanitos. Otras blancas, inmaculadas, atractivas hasta hacer caer en el pecado, tentadoras como el mismo diablo que sonríe al débil para que se abandone en sus brazos. Marrones, oscuras, enormes, atrompetadas, pedorreras, obesas con estómagos de mullido verde amarillento. Paraguas agrietados, espesos, sugerentes. Sombreros violetas altivos, solitarios orgullosos por ser tan únicos. Pequeñas, unidas en dibujos de senderos.  Tímidas, escondidas bajo las viejas hojas y todas salpicando esa ladera mágica  del rey monte.

            En un recodo, sin nombre, tras el tronco de un roble anodino emerge la gran buscada, la que disfrutaban los césares, no sin antes darlas a probar al esclavo para evitar la mortalidad que producían sus competidoras, aparece el color amarillo dorado sobre un tronco que soporta un ovoide delicioso, la reina de todas ellas, la amanita caesarea o yema de huevo. ¡Qué placer!

martes, 4 de noviembre de 2014

ESCUELA PRIVADA


                La mayor parte de los centros privados expresan en su ideario o carácter propio del centro,  el deseo de desarrollar una formación integral de la persona, una educación de calidad, personalizada, con la participación de todos los agentes alumnado, profesorado y familias. Por ahí se mueven sus principios, definiendo con claridad dónde van a poner el acento en el desarrollo de la educación que imparten. Sus idearios priorizan el enfoque educativo. Ya sea religioso, moral y/o social. En este aspecto poco se diferencian de la escuela pública y concertada.
                ¿Dónde se encuentran las diferencias fundamentales frente a la escuela pública? Fundamentalmente en dos aspectos: el económico y la especialización.
El económico porque cobran al cliente el servicio prestado de educación. Son escuelas para quienes se pueden permitir el lujo de pagar de su bolsillo todos los costes de la enseñanza. Se les suele conceptualizar tácitamente como las escuelas para los ricos. Los padres son partidarios del derecho a elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos y abanderan los valores de la libertad con el poder adquisitivo de sus bienes económicos. Se olvidan de la existencia de muchas familias, la mayoría, que no pueden hacer ese ejercicio de “libertad”.
La especialización y la flexibilidad en sus programas académicos. La escuela privada se diferencia de la escuela pública porque se puede permitir y fomentar una mayor profundización en las áreas educativas en las que se especializa. Léase por ejemplo, las escuelas de formación en idiomas o arte. El profesorado centra su atención en la consecución de resultados destacables con sus alumnos. Se utilizan baremos de eficiencia y eficacia en la docencia y en el éxito que alcanza su alumnado. Son escuelas en la que la competitividad es fundamental para destacar sobre sus competidores y poder subsistir.
Los dos aspectos anteriores se retroalimentan de una manera significativa. Cuanta más especialización, más competidores dejan fuera de combate y más pueden subir los costes de la formación que imparten. De la misma forma, los costes elevados del servicio que prestan se asocian al prestigio de sus enseñanzas. Se les denomina los colegios de élite y con razón. Son los centros para una minoría, no cabe duda.
La conveniencia o no de este tipo de centros es una cuestión que entra en el ámbito de la justicia social. Vivimos en una sociedad que es capaz de conciliar valores contradictorios y  se puede ver a grandes defensores de la escuela pública llevar a sus hijos a la escuela privada. O partidarios de la escuela privada despilfarrando las oportunidades en las universidades públicas.

Pero sigo preguntándome: Independientemente del tipo de escuela sea pública o privada, ¿Sabemos todos los educadores cuáles son los principios y valores por excelencia que debemos transmitir a las nuevas generaciones?

domingo, 2 de noviembre de 2014

Noche de ánimas

            En Trasmoz se celebra la noche de las ánimas. Desde primeras horas de la mañana la gente acude a la plaza del pueblo a vaciar calabazas y recortar en su corteza los ojos, la nariz y la boca por la que saldrá la luz de una vela. Por la tarde dejarán las calabazas a lo largo del camino que une la iglesia con el cementerio. Y también las dejarán distribuida por las calles. Un ambiente espectacular.
La gente acude al pueblo desde diferentes lugares. Muchísimas personas. Un pueblo con apenas setenta personas censadas acoge esta noche a más de mil. ¡Impresionante! ¿A qué vienen? ¿A recordar a los difuntos? Me da a la nariz que la mayoría simplemente se acercan a pasarlo bien. A disfrutar del morbillo del miedo que van a pasar los niños mirando a los que se disfrazan de zombis. A jugar a sustitos que proporcionan los jóvenes y pasar un buen rato. Es más, para que la gente sepa dónde está el follón se ameniza con un pasacalles que va tocando cuatro instrumentos como si de una feria medieval se tratara. ¡Qué bonito!

Da igual que sea la noche de las ánimas, las fiestas del pueblo, el día de las brujas o sanperiquitín. Hay movida, va mucha gente, se puede comer un bocata después de esperar en una larga fila, pues allí se acude. Y yo me pregunto, ¿así vamos a transmitir a las generaciones venideras las verdaderas tradiciones que recibimos de nuestros mayores? Las celebraciones de los días relevantes del año se están convirtiendo en puro consumo. Poco a poco se ha convertido en el único dios que adora todo el mundo: el dios consumo. Consumo luego existo. No consumo, no soy nadie, he muerto. Pienso que para adorar a ese dios más vale ser ateo.