En Trasmoz
se celebra la noche de las ánimas. Desde primeras horas de la mañana la gente
acude a la plaza del pueblo a vaciar calabazas y recortar en su corteza los
ojos, la nariz y la boca por la que saldrá la luz de una vela. Por la tarde
dejarán las calabazas a lo largo del camino que une la iglesia con el
cementerio. Y también las dejarán distribuida por las calles. Un ambiente
espectacular.
La gente acude al pueblo desde
diferentes lugares. Muchísimas personas. Un pueblo con apenas setenta personas
censadas acoge esta noche a más de mil. ¡Impresionante! ¿A qué vienen? ¿A
recordar a los difuntos? Me da a la nariz que la mayoría simplemente se acercan
a pasarlo bien. A disfrutar del morbillo del miedo que van a pasar los niños
mirando a los que se disfrazan de zombis. A jugar a sustitos que proporcionan
los jóvenes y pasar un buen rato. Es más, para que la gente sepa dónde está el
follón se ameniza con un pasacalles que va tocando cuatro instrumentos como si
de una feria medieval se tratara. ¡Qué bonito!
Da igual que sea la noche de las
ánimas, las fiestas del pueblo, el día de las brujas o sanperiquitín. Hay
movida, va mucha gente, se puede comer un bocata después de esperar en una
larga fila, pues allí se acude. Y yo me pregunto, ¿así vamos a transmitir a las
generaciones venideras las verdaderas tradiciones que recibimos de nuestros
mayores? Las celebraciones de los días relevantes del año se están convirtiendo
en puro consumo. Poco a poco se ha convertido en el único dios que adora todo
el mundo: el dios consumo. Consumo luego existo. No consumo, no soy nadie, he
muerto. Pienso que para adorar a ese dios más vale ser ateo.
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