Cada
ciudadano vota al partido que le parece porque cree que puede gestionar los
principales problemas que le preocupan y buscar las mejores soluciones. Pero se está dando un fenómeno muy curioso y
es que, en vez de dedicarse a exponer cómo van a desarrollar sus políticas, se
dedican a rebuscar en los trapos de sucios de los partidos que consideran sus
adversarios. Han conseguido con ello que
los ciudadanos desconfiemos de todos ellos y que nadie se fie de nadie.
Al
mismo tiempo, y con estas actitudes, pretenden generar confianza en sus
políticas y piden el voto a las mismas personas que les están observando.
¿Creen que son imbéciles o qué?
Cuando
son elegidos y han conseguido el voto que les encumbra a la categoría de “señorías”,
se les olvida que, prioritariamente, están al servicio del pueblo y no al partido
por el que se han presentado. Los partidos que no piensan exactamente como
ellos, les califican como enemigos y son incapaces de reconocer incluso
aquellos aspectos en los que coinciden sus políticas.
Los
ciudadanos les votamos para que sean competentes, capaces de dialogar con
quienes no piensen de la misma manera –como hace cualquier dictador-, para que
mejore el entendimiento, la concordia, la justicia, los derechos y las
libertades.
La
buena convivencia se fundamenta en la confianza entre las personas y la mayoría
de los líderes políticos no están resultando precisamente modélicos. ¡Qué pena!