miércoles, 17 de julio de 2024

REÍR

 



Reír es un estado de felicidad, de bienestar, de no se sabe qué, pero se está muy bien cuando nos reímos. ¡Quién no recuerda esas veladas estupendas con amigos o familiares en las que nos hemos desternillado de la risa! En las que se nos han roto los cartílagos y se nos han desencajado las mandíbulas de tanto reír. Reír estimula todos los músculos del cuerpo. A veces, nos hemos reído tanto que hemos perdido las fuerzas y casi nos caemos al suelo de tanta risa. La risa nos introduce en un estado de felicidad que, aunque sea pasajero, es un estado que nos gusta repetir continuamente. Siempre recordamos esos momentos como muy especiales. Y, curiosamente, son precisamente esos recuerdos los que marcan el nivel de felicidad que hemos alcanzado. Los momentos felices siempre gusta traerlos a la memoria, mientras que las situaciones de dolor o infelicidad tratamos de olvidarlas, aunque sea inconscientemente. Asociamos el estado de felicidad en nuestra vida con la cantidad y la calidad de las risas que hemos disfrutado junto a los demás.

Por eso reír a menudo es muy importante. Cualquier ocasión se puede aprovechar para sonreír o reír abiertamente. Nos ayuda a olvidar las preocupaciones que nos impiden avanzar y afrontar la vida de manera positiva. Podemos comunicarnos con los demás utilizando nuestros recursos personales para que se compadezcan de nuestro estado o transmitir, de manera positiva, lo que nos afecta sin que la otra persona se sienta incómoda. Se puede decir: “Tengo una artrosis galopante que me impide mover sin dolor mis articulaciones. No sabes los dolores que tengo y lo mal que lo estoy pasando.” Y también, “Mis huesos son una carraca a los que le falta mucho aceite. Cuando ando, sueno como una maleta de ruedas en una calle de adoquines.” La realidad es la misma. Cada cual elige la actitud de vida que le gusta. 

De las personas que más nos acordamos suelen ser de aquellas con las que nos lo pasamos muy bien. Cuando nos encontramos y convivimos con personas que están siempre tristes, que no se ríen, que todo lo ven de la manera negativa, pues procuramos alejarnos de ellas. Sin embargo, con aquellas otras personas que son alegres, que siempre buscan la sonrisa y encuentran motivos para reír, nos encanta estar con ellas.

Hay que reírse de todo. Primero reírse de uno mismo, de las cosas que hacemos y de lo que decimos. Hay que reírse de cualquier estupidez que nos vayamos encontrando a lo largo de nuestra vida. Los abuelos se ríen de los nietos. Los hombres de las mujeres y las mujeres de los hombres. Nos reímos de los presentadores de televisión, de los políticos, de los payasos y de los que se creen muy listos y manifiestan su torpeza con demasiada evidencia.

Reír. Buscar ocasiones para reír, intentar en nuestra vida que al día no hayan pasado menos de veinte veces que no nos hayamos reído de algo. Cuando ya nada nos hace gracia hemos perdido la alegría de vivir, la alegría de sentirnos vivos.

Algunos, la mayoría de las veces, creen que la risa siempre  va dirigida hacia ellos. Que ellos son la causa del hazme reír de los demás. Quizás se crean el centro del universo, pero normalmente no lo son. Reír con respeto. No reírse de las personas sino de las situaciones que provocan las personas. La vida es un gran teatro en el que todos jugamos a ser lo que realmente no somos. Y mientras desarrollamos la actuación, nos percatamos de que la interpretación ha sido sencillamente eso, una interpretación. Somos malos actores y por tanto nos podemos reír de nosotros mismos. Y mientras actuamos, ¿qué importancia tiene que los demás se rían de nuestra interpretación?


lunes, 8 de julio de 2024

BRUJAS DE TRASMOZ

 




El primer sábado de julio, todos los años se celebra el día de las brujas en Trasmoz. Los visitantes deambulan por sus calles. Despacio. Mirando a un lado y a otro. Con los ojos bien abiertos para no perderse el contacto con alguna bruja del lugar. Cada puerta sugiere la estancia de seres extraordinarios envueltos en abrigos de misterio. Embrujos ancestrales cargados de maldiciones y buenas venturas. Las chimeneas, tiempo atrás, expandían el humo sobre el valle dejando constancia de los sabrosos cocinados de carnes y caldos hechos por mujeres fuertes, hacendadas, dispuestas a salir adelante frente a cualquier adversidad.

En Trasmoz, anualmente, se elige a una mujer del pueblo como bruja del año. Se trata de destacar a la mujer del municipio que se ha interesado e implicado en la mejora del pueblo. Dar visibilidad al esfuerzo y dedicación de la mujer que colabora para que su pueblo sea un lugar más acogedor, más habitable y humano. Porque esas son las cualidades que mejor describen a las verdaderas brujas de Trasmoz. Mujeres que buscan las mejores soluciones para resolver los problemas de sus convecinos. Antiguamente elaboraban ungüentos y remedios caseros para mejorar la salud, curar heridas o paliar enfermedades. Proporcionaban alimentos a sus familias y cuidaban del lugar y el ambiente donde vivían. ¿Hay algo más importante que realizar estas cosas?

Día de la Feria de brujería. Las nubes envuelven la tarde de misterios. El Moncayo majestuoso reposa en el tiempo. Las historias engalanan las calles de esoterismo. Los papás responden a las preguntas curiosas de los niños. Respuestas que generan nuevas preguntas incontestables. Cuando el misterio se intenta explicar, éste se hace más voluminoso e incomprensible. Y emergen muchos más cuentos y leyendas sobre la magia moncaína. 

Algunas personas suben a lo más alto del castillo para ver en lontananza hasta donde lleguen sus ojos. La belleza se derrama a los pies de la tierra en tapices de colores verdes y ocres. Y las manos se quedan vacías al intentar atrapar las maravillas de estos lares de encanto. Trasmoz, pueblo maldito en su historia y, a la vez, bendito por sus brujas y todas las brujas, que sin ser conscientes de que  lo son, se acercan a visitarlo.

 

sábado, 29 de junio de 2024

Disfruta

 Disfruta

Hoy es un día para disfrutar. A pesar de todo. Hoy sigue siendo un día para disfrutar. ¿Para qué necesitamos reunir una cantidad ingente de condiciones y requisitos garantes de que podremos disfrutar? Basta dejarse llevar. El tiempo transcurre sin nuestro permiso. Un día sucede a otro, una hora a la anterior y los minutos juegan con nuestra historia como niños en el parque.
La vida es un regalo continuo. Una posibilidad de soñar, de crear, de hacer, de reír y llorar. Este regalo lo hemos recibido porque sí. Nadie se lo ha ganado o merecido. ¿Alguien sospecharía en su no existencia que podría ser consciente de que iba a pertenecer, durante un tiempo, al mundo de los vivos? Y, ahora que puede disfrutar de ese regalo, se complica la vida para echarlo a la escombrera de los miedos personales. Incluso se atreve a despilfarrar el tesoro más apreciado que es el tiempo.  Hora que pasa, hora que no vuelve. Por ello, hoy es un día para disfrutar.
Desde el mismo instante que te despiertes enciende este interruptor. Dale al ON. Respiras, disfruta. Ves la luz matinal, ese sol que aparece por el este, esas imágenes con sus claridades y sus sombras, disfruta. Oyes, escuchas el ruido de fondo del tráfico, los portazos del entrar y salir de los vecinos, el motor del ascensor, el trino de algún pajarillo, las risas de los niños, disfruta. 
¿Puedes hablar? Habla. Expresa lo que sientes y escucha. Alégrate de que puedes comunicarte con los demás. Déjate llevar por las mejores intenciones de que los otros estén deseosos de tu presencia. Habla con la boca la mitad del tiempo que escuches con el corazón. Disfruta. Sólo pasas por este mundo una vez y merece la pena aceptar este maravilloso regalo, como el niño que abre con avidez las sorpresas que les dejaron los Reyes magos. Sí no lo deseas así, tu te lo pierdes.

lunes, 24 de junio de 2024

Unas gotas de lluvia

 Unas gotas de lluvia

         El cielo está gris.  En las nubes apenas se distingue la separación entre una y otra. Solo el claro oscuro que produce la densidad celeste marca la diferencia de grises en el techo atmosférico. Los árboles verdes se cimbrean al compás de un aire fresco en este mes de junio. Sus hojas están límpidas y húmedas. El brillo cristalino de las gotas de lluvia ensalzan la belleza del valle. Los caminos y la carretera permanecen quietos y sinuosos. Solitarios entre tanta paz derramada en las cercanías del majestuoso Moncayo. Un gorrión vuela con avidez hacia el tejado de enfrente. Parece como si quisiera llegar a su nido antes de que la lluvia arrecie y sus alas se vuelvan demasiado pesadas para alzar el vuelo con dignidad. Ha comenzado a llover otra vez. El cemento de las calles toma de nuevo el lustro y se dibujan en el suelo multitud de circunferencias que vibran con el golpeteo de cada gota de agua.

         Tras mi ventana moteada por minúsculas perlas cristalinas, se abre el silencio rural del pueblo. Todo es quietud y paz. Mis ojos se dejan llevar con delicadeza sobre la imagen en lontananza. Una sensación de felicidad efímera rellena el alma sin permiso. Quizás es un momento de deleite no descrito ni enumerado en el diccionario de la vida. Tal vez, entre estas rendijas se encuentre el placer de las pequeñas cosas que normalmente pasan desapercibidas en el ruido del mundo. Solo hay que detenerse un instante y contemplar. Dejarse llevar por la respiración y mirar más allá de nuestros intereses inmediatos. Soltar la utilidad y abrazar el devenir que no esperamos. Abrir la puerta a los sentidos, atrofiados por la inmediatez de los deseos, para que entre la primavera o el resto de las estaciones. La luz y las claridades que se dibujan en la pizarra de las sombras. Los silencios de la mano de tantas esperanzas humanas que simplemente ansían una brizna de felicidad para seguir viviendo. Unas gotas de lluvia empapan la tarde y el encanto y la magia de las leyendas becquerianas han dejado una pincelada verde envuelta en papel de regalo.


lunes, 26 de febrero de 2024

¡Te doy mi palabra!

         ¡Qué tiempos aquellos! Si. Eran tiempos en los que los hombres presumían de su palabra. En la actualidad esa concepción ha pasado a ser una simple añoranza del pasado. Todo el mundo sabe que nuestros mayores, especialmente en los pueblos, siempre que llegaban a un acuerdo se estrechaban la mano y bastaba para adquirir el compromiso formal de que lo que se había acordado entre dos personas se cumplía por ambas partes. Aunque existían los formalismos escritos en contratos más o menos farragosos, se priorizaba el valor de la palabra. Las legalidades se las pasaban por el arco de triunfo. Lo importante era la palabra, palabra de hombre.

 

            La palabra era la garantía de que se iba a cumplir lo pactado. Por encima de todo, no se podía caer en la desvergüenza de engañar. Hacer lo correcto, sin malinterpretaciones, sin dobleces y malas artes. Simplemente ser fiel a la palabra dada. Y para ello no era necesario recibir clases de política, economía, comercio, administración o leyes. La familia te enseñaba a ser buena persona.  Sobre todo te educaba para no mentir. Porque la mentira es la carcoma que fagocita la confianza y cuando no se puede confiar en una persona, ésta ha perdido toda su dignidad y respeto.  

 

          Sin embargo, siempre se han aceptado los errores, son congénitos al ser humano. Pero con la condición de que se reconozcan. Como dijo el rey emérito, Juan Carlos: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir.” La línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. La verdad suele ser corta, sencilla y directa. La mentira recorre sinuosos, largos y enrevesados  caminos para justificar lo injustificable, para demorar la justicia, para ocultar lo evidente. La mentira invita a urdir más mentira, al fin y al cabo, no es sino  la consolidación de la tozudez de quien pierde lo mejor de su dignidad.


         Las mujeres y hombres de palabra se ganan el respeto y todo el mundo se fía de ellos a pies juntillas. Las personas que se equivocan recuperan el respeto cuando reconocen su error. Y las que mienten a conciencia jamás encuentran amigos, porque creen que imponiendo el respeto se gana el honor. En esta sociedad actual, donde predomina la carencia de valores, abunda el engaño y la corrupción.  Se olvidan los principios de la convivencia y se antepone el individualismo egoísta al bien común. Dar la palabra y cumplirla es una garantía de dignidad y respeto.

 

lunes, 19 de febrero de 2024

Niño alfarero


         Un niño de piel bruna y cabellos ensortijados juega con el barro en el camino, junto a un charco. Levanta los ojos. La mirada le traslada a un horizonte arrebolado. Y mira un poco más allá, donde presiente que están sus sueños.

Un arco iris de fantasía derrama algunos soles. Oro de la tarde. Amalgama dulce de ilusiones en un crisol de luces doradas. Con sus pequeñas manos el niño modela un cuenco. Si viviera su abuelo le dejaría el torno de alfarero que construyó con sus propias manos. Sus padres lo vendieron para poder comer durante unos días. No importa. Aprendió a realizar delgados churros que, superpuestos unos encima de otros, servían para elaborar vasijas.

Acaricia el barro mientras configura el recipiente. Una brisa vespertina susurra al oído su canción preferida.  El niño enciende su rostro de alegría. El charco se hace mar y el color marrón del lodo se convierte en lingotes de esperanza.