Los educadores son una figura clave en
nuestra sociedad. De su saber hacer, de su ejemplo y de sus enseñanzas se
descubren los modelos de personas que conforman nuestra sociedad. España no es
un país que valore en su medida la labor que ejercen en la sociedad. Ni en la
remuneración económica que reciben, ni en el reconocimiento social que se
merecen. El salario se remunera por las horas presenciales en los centros y una
ínfima parte de otra dedicación para la preparación de las clases, las
reuniones, entrevistas, etc. Sin embargo, un educador que se precie, dedica con
pasión muchas más horas que las reconocidas oficialmente. Un educador no tiene
horario para educar. Lo hace dentro de las aulas y fuera de ellas. Es un estilo
de vivir y sentir la educación.
Si hablamos del reconocimiento social que
reciben, podríamos expresar en una frase muy extendida: “Los profesores tienen
muchas vacaciones”. Sin embargo muchos padres que piensan así, están deseando
que llegue septiembre para que sus hijos vayan al colegio. No se entiende muy
bien.
A los educadores se les exige un
comportamiento intachable ante los educandos. Al más mínimo fallo, los padres
se les echan encima, criticando la mala atención, o el mal ejemplo hacia sus
hijos. Están en todo su derecho, por supuesto. Pero hay que ser coherentes. Si
se quiere una educación de calidad para nuestros hijos es necesario que se
valore en su medida y se apoye la labor tan importante que ejerce el
profesorado sobre los niños y adolescentes. El componente vocacional del
educador es tan relevante como la formación académica que ha recibido para
poder dedicarse a la educación. Y esa parte actitudinal no se paga con todo el
oro del mundo. Pero el educador que se precie se conforma simplemente con el
reconocimiento a su imprescindible labor.
Septiembre es el mes del comienzo del
nuevo curso. Ha transcurrido un verano que ha servido para llenar el pulmón del
aire que necesita para vivir y renovar la ilusión de educar a los nuevos
alumnos. Ha disfrutado de unas vacaciones merecidas que sirven sin lugar a
dudas para afrontar, como un profesor novato, el curso entrante.
Dejo en los siguientes párrafos de mi
libro “Recetas de aula” la
descripción ilusionada de los educadores ante cada curso que comienza:
Los despertadores han vuelto a sonar estrepitosamente
para alumnos y profesores. Septiembre atrae hacia las puertas del colegio a
chicos y chicas cargados de ilusiones nuevas. Quien más y quien menos
piensa: “Este año no será como el pasado”; “desde el principio intentaré que todo
funcione”; “tal vez consiga esto y aquello...” La mochila cargada de esperanzas
y de libros recién estrenados. La sonrisa dispuesta para conocer a los nuevos y
disfrutar del reencuentro con los ya veteranos del centro.
A los profesores también les sucede algo parecido en
cada inicio de un curso nuevo. “Esta carpeta, para las nuevas programaciones”;
“este curso terminaré tal proyecto”; “ojalá pueda conseguir tal o cual cosa...”
Y es que no hay nada mejor que estar ilusionado de verdad. La ilusión es la
antesala de la esperanza y ésta es el motor de toda actividad humana.
El derrotista jamás trabaja en otra cosa que no sea su
propia desilusión. Allá donde se encuentre la mala cara se justifica diciendo
que hay que ser realistas y la falta de ideas la expresa con descalificaciones.
La persona ilusionada siempre trabaja creyendo de
antemano que será posible hacer realidad su deseo. Allá por donde pasa genera
confianza, no pide explicaciones innecesarias y proclama sus proyectos para
contrastarlos y mejorarlos con ayuda de los demás.
Septiembre es mes de ilusión y ésta debería alargarse
hasta la finalización del curso. Los despertadores habría que sustituirlos por
las ganas de comenzar cada día las tareas propias de la apasionante labor educativa.
Meter en las carteras lo nuevo y vivo que suele pesar poquito y luego, a lo
largo de todo el curso, vaciarlas de cualquier connotación que suene a
obsoleto y necrófilo.
La ilusión vale mucho más que el quejido de un “total
para qué”. Anima ver que hay muchísimos profesores, jóvenes y maduros,
apasionados por ser buenos educadores. Seguro.