viernes, 30 de septiembre de 2016

El mesianismo de los dictadores

            No hay persona más peligrosa que aquella que se siente como la única que puede salvar a otra.  No hay nada más inhumano que considerar a los demás inferiores a uno mismo. En el fondo late la principal actitud de un dictador: imponer a sus semejantes la propia voluntad. El mesías de turno aparece ante la sociedad como el absoluto bienhechor. Se rodea con su bandera y, con una confianza desmedida,  aplica sus criterios subjetivos, con la fuerza de todos los medios que dispone a su alcance.  

La autoproclamación de salvador le confiere la seguridad de creerse sus propias mentiras y, desde esa atalaya, contempla cómo todo el mundo se equivoca y camina en sentido contrario al suyo. Su “razón” le acompaña y es su mejor consejera. La soledad se convierte en su amiga preferida y, los razonamientos maquiavélicos, en tratados de lectura a consultar en su mesilla de noche.

No se le puede cuestionar absolutamente nada, porque poner en tela de juicio sus actuaciones es un delito en sí mismo. Los dictadores sólo admiten la sumisión incondicional. Sus argumentos se basan en la amenaza de una destrucción generalizada que, gracias a su intervención casi divina, no se va a producir mientras ellos graviten en el cielo. A ellos todo honor y toda gloria. Amén.

Mesianismo-dictadores


Esta es la esclavitud no reconocida del siglo XXI: adorar al salvador de turno. Dejar hacer, pensar que ya vendrán mejores tiempos. Delegar en los “mesías” la voluntad propia y así se evitan los errores personales. Consentir a los dictadores que ejerzan su voluntad. Así se escurre por los dedos de las manos la capacidad de construir un mundo más humano y diverso. Donde la justicia no se administre en función del nombre de pila y la ética junto con la corresponsabilidad rijan los comportamientos  de las personas.


Sustentar a estos dictadores es responsabilidad de todos, especialmente de los jefes y jefecillos, a quienes el dictador de turno, ha puesto una gorra y se creen los amos del mundo.  Estos subalternos prefieren usar la lengua para lamer el culo al inmediato superior y mantener su status que activarla para pronunciar la verdad, donde haga falta. Están muy atentos a la voz de su amo y agarrados a un clavo ardiente para no perder las migajas de privilegio que les echa su mesías.  Son capaces de acomodar los principios y valores éticos a las exigencias del dictador, con tal de no perder la gorra o el puesto. Y además, dispuestos si fuera necesario, a convertirse en verdugos injustos de sus semejantes. Son auténticos déspotas con sus subalternos y alfombras de oro para su mesías.

martes, 13 de septiembre de 2016

3 actitudes claves del educador

Ha comenzado el nuevo curso. El duendecillo de lo nuevo cosquillea la curiosidad de cualquier educador que se precie de tal. El nerviosismo de los primeros días de clase es inevitable. ¿Qué pensarán los nuevos alumnos? ¿Qué impresión daré a mis educandos? Casi con toda seguridad, la mayoría, se concluye con alguna reflexión de este cariz y una respuesta, más o menos, de esta manera: “debo entregarles lo mejor de mí”.
También les sucede algo parecido al alumnado: “Este profesor va a conocer lo que soy capaz de hacer, porque este curso voy a trabajar y estudiar a tope”.

Transcurren los primeros días y casi todo se cumple, tanto por parte de los educadores que se esfuerzan por ser los mejores, como por parte de los alumnos que intentan llevar las tareas al día con la mayor aplicación. Poco a poco, con el paso de los días, comienza un proceso de decadencia y abandono del interés inicial. Un dicho popular lo expresa magníficamente: “Se empieza como un caballo cordobés y se termina como una burra manchega”. Parece como si el tiempo se empeñara, con cabezonería, en borrar las primeras buenas intenciones. Profesores y alumnos, a medida que pasan los días la declaración de principios que se realizó en su momento se va escondiendo en el baúl del olvido.

Reflexión, modelo de vida y atención única.


Tres actitudes claves del educador:

Una:

Es bueno recordar “comienzos y finales” de los cursos anteriores para saber racionalizar  los comportamientos inadecuados que se han repetido a lo largo de la trayectoria educacional. Tomar nota de ellos  y evitar reproducirlos de nuevo.  La reflexión del buen educador  se nutre con permanente lectura, profundizando en su estilo pedagógico y recargando de serenidad su tarea educativa.


Dos:
Los valores básicos el educador los transmite y expresa, con su saber hacer, cada día, en cada clase, en el mismo proceso cotidiano. En ese camino se desgranan las conductas concretas que explicitan la entrega de lo mejor y peor de la acción educadora. La persona es una y es percibida por los demás como una totalidad.  El educador es un modelo de vida para sus educandos, en lo bueno y en lo malo. No se puede transmitir solamente una parte de la personalidad. El ser no se divide en pedazos. Y por tanto es imposible escoger las partes más interesantes de la personalidad del educador y ocultar aquellas otras que no lo son tanto. El educador se manifiesta y transmite de forma holística y se da a conocer en su totalidad.


Tres:

        Entregar  lo mejor del ser persona. Es decir, mostrar, con toda naturalidad, lo que realmente se es. Ofrecer la sonrisa permanente que sale de corazón. Evidenciar el rigor del trabajo y la preparación de las clases diarias. Generar la confianza en las posibilidades de cada educando, como una forma de afianzar su crecimiento personal. Y, sobre todo, creer con toda la fuerza del mundo, que cada educando es único y se merece una atención especialmente única.


domingo, 4 de septiembre de 2016

Exámenes de septiembre

Los adultos estamos para ayudar a los niños a descubrir sus potencialidades y enseñarles a desarrollarlas.
Dentro de un mundo viejo y obsoleto no puede
crecer la naturaleza en todo su esplendor.


                Hoy quiero recordar a aquellos chicos y chicas que suspendieron en junio y se presentan a los exámenes de septiembre para tratar de superar las materias que les permitan seguir sus estudios. Me refiero a ese grupo de la población que, sin miramiento alguno, se les clasifica de vagos, malos estudiantes, repetidores, portadores de calabazas, suspensos. Niños y niñas que no estudian durante el curso y luego, les llegan las consecuencias.

                Tampoco aprovechan los meses de verano para estudiar. Se dedican a pasarlo bien con sus amigos, con su familia. Se divierten en vez de estudiar. De vez en cuando alguien les recuerda que tienen una responsabilidad con la que no están cumpliendo. Pero parece que hacen oídos sordos y, en el mejor de los casos, tres días antes de los exámenes dedican todo su tiempo a ver cómo pueden aprobar esas asignaturas que ni les van ni les vienen o, simplemente, no les interesan lo más mínimo.

                En esos momentos de sus vidas, nadie se acuerda del profesorado que consiguió hacerles odiar su asignatura. Profesores, si se les puede calificar de tales, que jamás se preocuparon de conocer sus dificultades con la materia, de detectar sus inseguridades, de ponerse a su lado y felicitar sus pequeños logros. Profesores que se han dedicado durante el curso a resaltar los fallos, una y otra vez, hasta demostrarles solemnemente que son unos inútiles y, les marcan en su asignatura con el suspenso máximo al final del curso.

                Los adultos estamos para ayudar a los niños a descubrir sus potencialidades y enseñarles a desarrollarlas. Y eso no se consigue simplemente haciéndoles repetir los contenidos de unos programas educativos, concienzudamente diseñados para modelar a todos con el mismo patrón. Los profesores realizan su trabajo de forma excelente, si son capaces de hacer que su alumnado se apasione de su asignatura de tal manera, que terminen el curso de forma sobresaliente. Cuantos más suspensos sancionen más deberían cuestionarse su vocación educadora.