Vivir y sentir
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lunes, 12 de marzo de 2018
domingo, 11 de marzo de 2018
Verja
Aquí estoy desencajada,
Esperando un destino
o, tal vez, desechada.
Me abrasa la luz,
el dolor me dobla
detrás, las piedras me guardan.
Escucho las sombras,
que ya no me hablan
temerosas del sol a sus espaldas.
Férrea, a martillazos hecha.
Herida del tiempo.
Herrumbre y cardenillo.
sábado, 10 de marzo de 2018
La mayoría y el juicio
Se dice de una persona que tiene juicio cuando mantiene una opinión
razonada sobre algún aspecto de la vida. También se le suele considerar como
una persona con criterio. Mantener el juicio, la opinión o el criterio,
razonadamente, es una cualidad que, en la actualidad, se prodiga poco.
Se aprecia cómo se está conformando
una sociedad que utiliza la “mayoría” como concepto que sustituye
al de juicio.
Se define como “mayoría” al conjunto o
grupo cuantitativamente superior a otro conjunto o grupo que es
cuantitativamente menor. Como se puede apreciar el concepto “mayoría”, aunque sea impersonal,
anodino, indefinido, impreciso, incierto, ambiguo e indeterminado, por no
alargar más su confusa definición, deja claro la existencia de un número mayor
sobre otro número menor.
La mayoría es el criterio que lo justifica casi todo. Existen
demasiadas decisiones que se dirimen por este criterio. En elecciones
políticas, en comunidades de vecinos, en consejos de administración, en tantas
organizaciones sociales, etc. En última instancia, la decisión final es
acordada por “la mayoría”. No importa si el procedimiento de discernimiento es
correcto, si se tiene la información adecuada, si es un bien o un mal, justo o
injusto, valor o contravalor. Se da por supuesto que la existencia de mayoría
justifica, por si misma, que el juicio sea el adecuado.
El concepto de mayoría hace
referencia clara a la cantidad y el
de juicio a la calidad. Priorizar
una sobre otra conlleva sus consecuencias.
Algunas veces, la mayoría suele ser el refugio de los
que no quieren pensar y abandonan su voluntad en manos ajenas para obedecer
ciegamente. En esta sociedad hay partes interesadas en educar para la
obediencia. El arte de hacer obedecer es uno de los mejores desarrollados por
la sociedad. Obedecer a no se sabe qué, ni a quién. Sumisión al gobierno, al
partido, al consejo de administración, al cliente, al votante, al inversor, al
padre espiritual, al dios que designa cada religión, a las normas, a lo
establecido. Los hijos a los padres, los alumnos a los maestros, los maestros a
la administración educativa, ésta al gobierno de turno y el gobierno al jefe
del partido y éste, a la “mayoría” que lo ha elegido, en el mejor de los casos.
La
fortaleza del rebaño social está consiguiendo eximir a todo el mundo de su
responsabilidad personal. Incluso hay interesados en decirnos, según su “interesada”
interpretación, quién es la mayoría social. ¿Dónde se encuentran las personas independientes que toman
decisiones con criterio y asumen las consecuencias, ya sean beneficiosas o
perjudiciales? El mundo parece estar dividido en dos tipos de personas: las que
dicen “yo no he sido” cuando ha salido algo mal y las que aprovechan la más
mínima oportunidad para “ponerse la medalla” ante cualquier logro, sea o no por
su intervención. Si el resultado es positivo el mérito es personal y si es
negativo, la culpa se socializa.
La fuerza del rebaño es poderosa. Quiero
pensar que todavía hay personas que se resisten a ser “mayoría” aunque ello les
suponga, en muchos momentos, no ser bien visto por ese tipo de “mayoría”.
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