Esta noche
es Nochebuena. Todo el mundo se felicita entre sí. Es la noche de la paz y el
reencuentro con la familia y los seres queridos especialmente. Es la noche de
la alegría, de la celebración. Un gran tópico asumido por la tradición para
muchos, una verdad de fe para los creyentes practicantes y una copiosa cena
para quienes pueden permitirse tal lujo.
Esta noche también
es Nochemala. Pero se silencia. Se calla el dolor de las ausencias familiares
porque dejaron esta vida. Se aprietan los dientes cuando no se comprende que la
familia se ha dividido y es imposible quedarte “exclusivamente” con los tuyos.
Se hacen nervios en los preparativos de la cena del año y se derrocha sin
conocimiento en regalos inventados de un papá Nosé (está bien escrito). Cuántas
personas afirman con cierto pesar: ¡tengo ganas de que pasen estos días!
Esta noche
se enternece el corazón. Toca al menos una vez al año. Tal vez sea uno de los
momentos que se recuerde a quienes no cenan nunca. A quienes carecen de abrigo,
de casa, de familia, de cariño…Pero estas reflexiones quizás duren unos
minutos. No es momento de ponerse trascendente, a cenar.
Nochebuena
o nochemala. Me quedo con la primera sin renegar de la triste realidad de la
segunda. Me resisto a ceder terreno a la tristeza, al dolor, al desencuentro, a
la rabia. Creo en la alegría que se contagia, en capacidad infinita de
reconocer la dignidad de cualquiera de mis semejantes y en esta noche y este
día. Creo en todos los tiempos que celebran el nacimiento a la vida.
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