Han terminado
las vacaciones de Navidad. Los niños y adolescentes vuelven al colegio. Ya se
ha recogido los adornos, se han reciclado las botellas de cristal del cava o
del vino. Las cajas de cartón de los regalos a su contenedor. La casa vuelve a
la normalidad del año. Compras, tareas, actividades. Bus, carretera, tiendas.
Lavadoras, ropas, deberes, gimnasio, duchas, descanso…
Vivir la
monotonía de las horas y de los días. Esperar el fin de semana como un respiro
en medio de tantas obligaciones. Desear los días de nuevas vacaciones, la
semana santa, el verano… Otra vez la navidad…
Y se consume
la vida en mil esperas. En cientos de deseos. Y las primaveras se olvidan, las
vacaciones se consumen, los años se escurren entre los dedos. Todo se queda
atrás, en cada paso irrecuperable, en los recuerdos, en los archivos de la
memoria. Las fotos grabadas en algún disco informático, junto a videos que
esperan volver a reproducirse. Lo vivido ya está ahí, aprisionado en algún
soporte que evidencie que algún día fue. Lo vivido ya marchó a otras
dependencias de la existencia. Solo queda hoy, tal vez ahora mismo. Mañana dios
dirá, si es que dice algo.