Reír es un estado de felicidad, de bienestar, de
no se sabe qué, pero se está muy bien cuando nos reímos. ¡Quién no recuerda
esas veladas estupendas con amigos o familiares en las que nos hemos
desternillado de la risa! En las que se nos han roto los cartílagos y se nos
han desencajado las mandíbulas de tanto reír. Reír estimula todos los músculos
del cuerpo. A veces, nos hemos reído tanto que hemos perdido las fuerzas y casi
nos caemos al suelo de tanta risa. La risa nos introduce en un estado de
felicidad que, aunque sea pasajero, es un estado que nos gusta repetir
continuamente. Siempre recordamos esos momentos como muy especiales. Y,
curiosamente, son precisamente esos recuerdos los que marcan el nivel de
felicidad que hemos alcanzado. Los momentos felices siempre gusta traerlos a la
memoria, mientras que las situaciones de dolor o infelicidad tratamos de
olvidarlas, aunque sea inconscientemente. Asociamos el estado de felicidad en
nuestra vida con la cantidad y la calidad de las risas que hemos disfrutado
junto a los demás.
Por eso reír a menudo es muy importante. Cualquier
ocasión se puede aprovechar para sonreír o reír abiertamente. Nos ayuda a
olvidar las preocupaciones que nos impiden avanzar y afrontar la vida de manera
positiva. Podemos comunicarnos con los demás utilizando nuestros recursos
personales para que se compadezcan de nuestro estado o transmitir, de manera
positiva, lo que nos afecta sin que la otra persona se sienta incómoda. Se
puede decir: “Tengo una artrosis galopante que me impide mover sin dolor mis
articulaciones. No sabes los dolores que tengo y lo mal que lo estoy pasando.”
Y también, “Mis huesos son una carraca a los que le falta mucho aceite. Cuando
ando, sueno como una maleta de ruedas en una calle de adoquines.” La realidad
es la misma. Cada cual elige la actitud de vida que le gusta.
De las personas que más nos acordamos suelen ser
de aquellas con las que nos lo pasamos muy bien. Cuando nos encontramos y
convivimos con personas que están siempre tristes, que no se ríen, que todo lo
ven de la manera negativa, pues procuramos alejarnos de ellas. Sin embargo, con
aquellas otras personas que son alegres, que siempre buscan la sonrisa y
encuentran motivos para reír, nos encanta estar con ellas.
Hay que reírse de todo. Primero reírse de uno
mismo, de las cosas que hacemos y de lo que decimos. Hay que reírse de
cualquier estupidez que nos vayamos encontrando a lo largo de nuestra vida. Los
abuelos se ríen de los nietos. Los hombres de las mujeres y las mujeres de los hombres.
Nos reímos de los presentadores de televisión, de los políticos, de los payasos
y de los que se creen muy listos y manifiestan su torpeza con demasiada
evidencia.
Reír. Buscar ocasiones para reír, intentar en
nuestra vida que al día no hayan pasado menos de veinte veces que no nos
hayamos reído de algo. Cuando ya nada nos hace gracia hemos perdido la alegría
de vivir, la alegría de sentirnos vivos.
Algunos, la mayoría de las veces, creen que la
risa siempre va dirigida hacia ellos.
Que ellos son la causa del hazme reír de los demás. Quizás se crean el centro
del universo, pero normalmente no lo son. Reír con respeto. No reírse de las
personas sino de las situaciones que provocan las personas. La vida es un gran
teatro en el que todos jugamos a ser lo que realmente no somos. Y mientras
desarrollamos la actuación, nos percatamos de que la interpretación ha sido sencillamente
eso, una interpretación. Somos malos actores y por tanto nos podemos reír de
nosotros mismos. Y mientras actuamos, ¿qué importancia tiene que los demás se
rían de nuestra interpretación?