Vivimos en un mundo donde lo importante es
ser conocido. Ya sea como
idiota o como listo. Da igual. “No soy nadie” es para los mindundis, para
quienes se consideran insignificantes. Hemos venido a este mundo para destacar
ante nuestros congéneres, ¡qué pena! Destacar en el vestido, en la altura, en
el color, en el dinero, en el coche, en la casa, en las propiedades, en los
números que se manejan en los bancos.
Las redes sociales son el reflejo de ello. A la caza de muchos k (miles) de “me gusta”. Cuantos
más, mejor. Hay que sacar la lengua ante la cámara web, pues se saca. Así
los internautas pulsan un + a la “gracieta” de turno. Meterse una salchicha por
la nariz, reírse del tropezón de un viandante o hacerse un selfie comiendo un
chuletón de dos kilos, mola. Foto, video o streaming. Hay que facilitar al
espectador que no lea ni una sola palabra. No vaya a ser que le robe al
intelecto el poco serrín que permanece activo en el cerebro, o lo que quede de
él.
Que hablen de ti. Para bien o para mal. Lo
interesante es no ser ignorado. Que corra la estupidez en las redes como la
pólvora. Que se retuitee la sandez a todos los rincones del planeta. Los “influencers”
(actuales generadores de pensamiento, tendencias y cultura en las redes
sociales) son reverenciados por los adictos al móvil, quienes entrenan a diario
a su dedo pulgar hasta alcanzar las más de quinientas pulsaciones por minuto.
Ahí están sus “followers” repitiendo, como loritos las chorradas
del instante efímero de la moda.
El pensamiento crítico, la reflexión, la lectura a fondo de los contenidos, el amor a la
sabiduría que ejercían con tanta maestría los filósofos clásicos son cosas para
“aburridos” y “plastas” y “carcas”. ¡Así nos va, claro!
¿De qué sirve ser conocido o destacar
sobre los demás si se ha perdido la autoestima? En el fondo es una forma de
reconocer el complejo de inferioridad que se lleva a cuestas. Cuando
reconocemos que somos diferentes y, precisamente esa diferencia, es la que nos
caracteriza como seres únicos, la vida alcanza un aliciente y un sentido. Ser uno mismo es la fuerza que
nos impulsa a realizar en este mundo lo que nadie es capaz de hacerlo como
nosotros. Esta es nuestra aportación al género humano. Única, especial e
imprescindible. Jamás existiría si no fuera porque existimos como seres
individuales irrepetibles.
Las redes sociales influyentes, las que importan de verdad, son las que nos afectan más directamente a nuestras vidas. La
pareja, los hijos, la familia, los amigos, los colegas del trabajo, la
vecindad, etc. Como en los círculos concéntricos que se producen al tirar una
piedra a un estanque de agua, el grado de intensidad es directamente
proporcional a la cercanía de la onda al epicentro. Es decir, cuanta más
cercanía existe en nuestras relaciones más valor tiene la red social para nosotros.
La calidad de las relaciones personales se
caracteriza por la fidelidad de los vínculos que se crean entre las personas.
Tanto “followers” como “influencers” no son
precisamente quienes pulsan un botoncito en el teclado de algún dispositivo
electrónico, sino quienes sienten un nexo esencial que afecta al pensamiento, a los
sentimientos y afectos más profundos de la existencia.