¡Qué bueno
encontrar un remanso de paz! ¿No has buscado, en muchas ocasiones, un espacio
de tu vida en el que sientas la felicidad? ¿No has necesitado dejar la
cotidianidad y soñar en un instante sereno donde tú seas tú? ¿Nos has
comprobado cómo lo esencial se escurre como el agua entre las manos?
Y todo se
consume en un abrir y cerrar de ojos. Los latidos del corazón solamente se
escuchan en la amenaza inminente y, sin embargo, pasan desapercibidos cuando
fluyen al compás del diapasón que marca el ritmo de la existencia.
Se corre de un
lugar para otro sin importar el origen ni el destino. La velocidad pasa al
primer puesto de la axiología. De esa manera dilapidamos los momentos
presentes, nos perdemos el disfrute de la belleza del lugar dónde nos
encontramos. Aceleramos y el ruido motorizado de la actividad ensordece la
melodía de vivir con intensidad. Se pierde la consciencia del ambiente que nos
rodea. Los pájaros siguen cantando y solo se percibe el chirriar de las ruedas
metálicas del tren sobre la vía.
Caminamos
hacia ninguna parte donde nadie nos espera. La nada no es atractiva. Pero, por
aquello de que no se va a perder el tiempo en cosas que, aparentemente son
tonterías, preferimos no detenernos en
el camino. Todas las señales nos indican stop. Pero nos las saltamos con la
ilusa pretensión de que llegaremos antes. ¿A dónde?
¡Para un
momento!
Siéntate.
Calla.
Déjate llevar.
Tranquiliza tu ser.
Abre los sentidos.
Respira.
Solamente respira.
Una y otra vez.