jueves, 24 de septiembre de 2020

NORMALIDAD

                                        


          Normalidad viene de norma. Una cosa intermedia entre lo más y lo menos. Sin excederse pero tampoco quedarse corto. Se diría en términos coloquiales lo normal. La normalidad es la cualidad que se atiene a la norma, a lo establecido, a lo consensuado en la costumbre o estilo de vida de una población. Por ejemplo, está concebido tácitamente que al inicio del encuentro entre dos personas se utiliza el saludo y al finalizar ese encuentro existe una despedida. Puede escenificarse con unas palabras como: ¡hola!, ¿qué tal?, ¡adiós!, ¡chao!, ¡hasta pronto!, etc… En nuestra cultura se da un apretón de manos o unos besos en las mejillas. Si existiera una relación de mucha confianza lo normal sería un fuerte abrazo.

         La normalidad suele estar muy ligada a lo que denominamos sentido común. A veces se comenta que el sentido común es el menos común de los sentidos. El sentido común parece que predomina su concepción como la manera sensata de actuar y relacionarse con los demás. Dejémoslo ahí.

         Con la irrupción de la pandemia del coronavirus, las autoridades gubernativas han intentado convencer a la ciudadanía de que entraríamos en una nueva normalidad. No se sabe muy bien que intencionalidad hay detrás del significado de esas palabras. Entre ellas, destaco la importancia de no tocarse entre personas, para evitar el contagio, ¡claro! Nada de apretones de manos, besos o abrazos. Todos los saludos, al menos, con un metro y medio de distancia de separación. Añadamos a todo esto la no conveniencia de aglomeración de personas.

         Es decir, mascarilla y boca tapada. Alejamiento personal y evitar el saludo. Y, por supuesto, nada de reuniones o encuentros y, menos aún, si son de mucha gente. Nos encontramos ante la nueva normalidad. Esta situación, además de favorecer la no propagación del virus, reúne todos los ingredientes para facilitar a los gobernantes la división entre la población. El aislamiento y la obsesiva preocupación por uno mismo, son el caldo de cultivo perfecto para que la sociedad permanezca dividida. Sólo falta el ingrediente simbólico de la mascarilla como bozal. La boca y la nariz tapadas. Predominio absoluto de las teles. Tele-trabajo, tele-asistencia, tele-formación, tele-consulta, video-llamada. A distancia, telemáticamente. Lejos, cuanto más lejos mejor. ¿Y a esto le llaman la nueva normalidad?

         Sin dejar de aplicar las recomendaciones sanitarias de manera provisional para la no expansión del virus, me niego a instalarme en la nueva normalidad. El saludo cordial, cercano. Los besos y abrazos. Las reuniones familiares y con los amigos. El sentimiento de pertenencia a una sociedad común, interdependiente, democrática, libre, unida y con tendencia a la universalización de las relaciones. Acortar distancias entre los seres humanos, compartir experiencias, buscar juntos el bien común de esta humanidad, en los tiempos que nos tocan vivir y con los obstáculos que aparecen en el camino, me parece lo normal y de sentido común.





 

viernes, 4 de septiembre de 2020

Aulas con corazón

 

Atención personalizada

         Demasiadas veces se atienden a los alumnos como si fueran ovejas. Todos tienen que pasar por el mismo carril. Decimos que realizamos una atención personalizada, cuando en la práctica se convierte en dar cuatro toques para que se ajuste el alumno al ritmo de la clase. Me ha sucedido, en bastantes ocasiones, que un alumno se acerca a mi mesa interrumpiendo la conversación que mantengo con otro de sus compañeros de clase. La urgencia de su interés personal le impulsa a ello. En estos casos siempre procuro decirle al que ha interrumpido, con toda la paz del mundo: ¿Puedes esperar un momento? Estoy atendiendo a tu compañero y quiero hacerlo con especial dedicación. Después lo haré contigo de la misma manera. –La respuesta suele ser de comprensión por parte del alumno que interrumpe y espera tranquilamente a que le toque su turno. Cuando ha llegado el momento de atenderle, lo hago con el mimo necesario y la diligencia oportuna. Pero el acto educativo, creo que  no termina ahí. Después de haberle atendido de manera personalizada, le comento, con delicadeza, por lo menos lo siguiente: “Menganito, ¿has observado? Interrumpir la conversación entre dos personas  es una falta de educación porque no se respeta a los demás. La persona que interrumpe está mostrando un comportamiento infantil. Está diciendo con su conducta: ¡eh! Miradme, no veis que os estoy llamando la atención, no puedo esperar, no controlo mis actos. En  el fondo es un signo de inmadurez.

 

-Tú, en este caso, has sabido esperar y por tanto nos has respetado a tu compañero y a mí. Te felicito. El comportamiento de los adultos se debe caracterizar por el respeto y la deferencia, sabiendo respetar el tiempo de los demás. Hay que tener la capacidad de comprender las necesidades de los otros y aceptar que son tan importantes como las nuestras. Te agradezco tu comportamiento adulto y haber esperado a que terminase de atender a tu compañero. ¿Necesitas algo más? Ya sabes que estoy siempre dispuesto a ayudarte.”

 

En las primeras ocasiones que suceden este tipo de interrupciones suelo comentar a toda la clase la importancia de respetar el turno de atención. Todos tienen el derecho a ser escuchados por parte del profesor y de cualquier persona. Con el tiempo y si esta forma de conducta se convierte en un hábito del profesor, los alumnos aprenden a respetar el tiempo de los demás, a aprovechar esos momentos de espera haciendo otras actividades, sin tener que requerir la atención inmediata del profesor. Además, son instantes en los que el alumno puede desarrollar alguna actividad con autonomía, iniciativa y organización personal. Yo les recomiendo que anoten sus dudas en un papel según les van surgiendo y, posteriormente, las comenten todas juntas.

 

Cuando estoy dando una explicación general a la clase y alguien no entiende algo en concreto, si lo pregunta, procuro contestarle hasta que evidencio que lo ha comprendido. No puedo recriminarle en ningún momento que eso lo debía haber aprendido antes, ni hacerle culpable de que está haciendo perder el tiempo a sus compañeros, ni ridiculizar su incapacidad para seguir mis explicaciones, ni menospreciar con gestos la inoportunidad de su pregunta. Tengo que agradecerle su interés, sus ganas de aprender, la ocasión que me brinda para explicarme mejor, porque seguramente no habré utilizado las palabras adecuadas anteriormente. Debo animar a sus colegas a que actúen  como él, en resumen, hacerle sentir importante, reconocido y valorado por su intervención. La atención personalizada se testimonia en lo particular y se ejemplariza en la colectividad.

Tomado de mi libro “¿Para qué fui a la escuela?” Ediciones ENDE.

https://www.youtube.com/watch?v=UXQYEBWPAaA