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viernes, 28 de marzo de 2025

¡Han robado a Bécquer!

 

         Noche estrellada de abril. En la silueta de las murallas se dibujaba un manto de sombras. El arquitecto que construyó el castillo era un nigromante y dormía plácidamente en el inframundo, bajo las laderas del enhiesto monte moncaíno. A sus pies la villa de Trasmoz. Silenciosa, taciturna.

         La figura de Bécquer permanecía sentada en su sillar de piedra. El brillo del bronce jugaba con las luces de la clara luna. Una capa ajada y manida cubría la mayor parte del cuerpo. El sombrero junto a las botas y el bastón apoyado a su vera. Alguna rima guardada en el pequeño maletín de cuero envejecido, viajado y un poco sucio. La mirada del poeta alargada en la nostalgia y dirigida hacia el Monasterio de Veruela. En la mano derecha, distraída en su regazo, prendía un libro y la izquierda acariciaba sutilmente las horas. Bello reloj. Añoranza del tiempo, de los recuerdos, de los caminos. Palabra y poesía se daban la mano. Unidas ambas para salvar al mundo. 

         Aquella tarde varias familias se habían desplazado hasta el lugar con intención de hacer una visita turística. Los padres recordaban de la niñez cómo el maestro de la escuela les había recomendado leer algunos escritos del poeta. Deseaban reconocer su figura literaria y su imagen personal. Se encontraron delante del monumento y algunos niños se atrevieron a tocar su rostro, metieron los dedos en sus ojos. Palparon los bucles del pelo, las arrugas del vestido y acariciaron la fría suavidad de la barba metálica. Observaron la cabeza del bastón en la cual estaba tallado un hombre desnudo en posición fetal. Varias veces se escuchó en el viento: “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar…” Risas, evocación, remembranza de amores adolescentes. Miradas cómplices, estallido de sentimientos bañados en el oro arrebolado de los últimos rayos solares. El romántico espíritu sin nombre, modelado en bronce, daba vida al poeta.

         Ya hacía varias horas que los habitantes de la villa se habían recogido en sus casas. En las alcobas estaban cerradas las contraventanas de madera y apenas quedaba encendida alguna luz amarillenta del alumbrado público. Dos gatos dormitaban acurrucados al resguardo, el uno junto al otro, en un rincón de la calle. El calor de sus cuerpos contrastaba con la fresca brisa de la noche. Un silencio especial se derramó en el somontano. La magia del lugar, el misterio cargado de historias de brujería y el olor a humo de la leña quemada en los hogares contribuían a la creación de una atmósfera esotérica.

         Dos luces paralelas zigzaguearon a lo lejos. Poco a poco se fueron acercando hasta el desvío de la calzada. En el instante de iniciar la subida de la entrada al pueblo se apagaron los faros y solamente se escuchaba suave el ruido del motor. Con lentitud, la furgoneta tomó el camino que bordeaba la población hasta situarse lo más cerca de la estatua. El motor dejó de sonar. Conductor y acompañante permanecieron en sus asientos callados. Desde la ventanilla miraban hacia las casas y observaron durante unos minutos que no existía movimiento alguno en sus habitantes. Había llegado el momento.

         Con sigilo y mucho cuidado, sacaron del vehículo unos hierros que usaron a modo de palanca para desencajar la estatua de las piedras. Primero extrajeron los cantos más pequeños, después los pedruscos de mayor tamaño y, haciendo gala de la fuerza bruta, consiguieron voltear la escultura metálica. Bécquer se desplomó, abrazando el libro contra su vientre, protegiendo la palabra escrita, los versos y los besos. Impertérrito ante el dolor que desprendía su cuerpo de bronce. Con la mirada imperturbable y la cabeza de bruces en el suelo. El bastón resultó doblado pero el hombrecillo no cambió su postura fetal. Dos vueltas más. La imagen quedó frente a la puerta del vehículo de transporte. El poeta no hacía mención de colaborar en la subida al auto y le obligaron a encajar en el cubículo con sus lanzas férreas hasta que pudieron cerrar el portón.

         A la mañana siguiente se abrieron las puertas del coche. Bécquer no había pegado ojo en toda la noche. Tiraron de él con fuerza y lo dejaron caer en el suelo. Se encontraba junto a otros objetos metálicos con herrumbre. Aperos de labranza, tambores de lavadora, ventanas metálicas, vigas, verjas de hierro… ¿Qué hacía él ahí, en medio de tanta chatarra? Varias personas estaban hablando entre ellas, pero Bécquer no comprendía el significado de la conversación en la que insertaban su nombre. De repente el ruido infernal de una amoladora a más de dos mil revoluciones por minuto le dejó sin sentido. Una ráfaga de chispas eléctricas comenzó a quemar su rostro. La hendidura de fuego se incrustó hasta rasgar la piel y el alma del poeta. Fuego y dolor. Tajos y despieces al arte, a la literatura, a los versos de amor. Por aquí y por allá. Sin control, sin medida. El disco asesino de la radial elegía el destino de su fechoría y abrasaba los detalles más delicados de la escultura. Troceaba el símbolo del romanticismo y la cultura para conseguir un puñado de euros a cambio de un metal que antes fue barro modelado por el corazón de un escultor y que, posteriormente, sería llevado de nuevo a la fundición. ¡Qué despropósito, fundir la belleza en el horno de la mediocridad!

Total, unos quinientos euros fue la cuantía abonada por la destrucción de la obra de arte y un tesoro de la historia. ¿Para qué? Acaso sirvieron las piezas vendidas a peso para conseguir unas dosis de droga o quizás unos litros de alcohol. Tal vez esos euros proporcionaron calmar la ansiedad y el sufrimiento de unos individuos enfermos o, sencillamente la inmediatez de sus necesidades más primarias les impulsaron a conseguir un poquito de sucedáneo de la felicidad.

         Las piedras permanecieron en las faldas del castillo. Fueron testigos silentes del ataque brutal al desarrollo humano. Los medios de comunicación alzaron sus voces para dar la noticia. ¡Han robado a Bécquer! ¡Han robado a Bécquer! No había derecho a que unos vándalos se llevaran  de allí al insigne poeta. En el pueblo no se hablaba de otra cosa. ¡Qué vergüenza! La noticia se extendió como la pólvora y todo el mundo condenó tan ilustre pérdida. La justicia local tomó cartas en el asunto. No fueron precisamente aquellas cartas, las que se escribieron “Desde mi celda” por aquellos lares.

Curiosos, caminantes, viajeros y turistas siguieron visitando la ausente estatua del poeta a los pies del castillo. Continuaron preguntando por los restos de metal. Frente a las respuestas más pintorescas se manifestaban caras expresivas de admiración y sorpresa. Un grupo de personas enlazadas por la nostalgia y el recuerdo romántico, intentaron rememorar y hacer presente el misterio embaucador de la belleza, en medio de tanto pragmatismo mundano. Sólo almas errantes, cantautores, poetas, soñadores, enamorados y adolescentes seguían experimentando cómo se les ponía la carne de gallina cuando leían una rima o escuchaban unos versos, grabados con esa maravillosa pluma romántica, estaban en la certeza de que Bécquer seguía más vivo que nunca. Sus lágrimas todavía hoy empapan el terreno de la historia.

         Pasaron días y años también. Cuentan las brujas de Trasmoz que Bécquer vaga por sus calles cuando se apagan los soles en la tarde. A veces, reescribe en las puertas y en las paredes de las casas. Y el eco de su nombre resuena en el fuerte viento cuando aparece el fagüeño. La memoria de sus palabras, el color de las historias contadas a la lumbre y la belleza encuentran refugio bajo los tejados de la villa.

         Ya se han callado los gritos de sufrimiento. El dolor del bronce se ha curado con la sencillez y el candor de la esperanza. Ha despertado  el nigromante y ahora vigila la insensatez de cualquier dislate humano. Cuida los campos. El tomillo y el romero crecen en libertad. Las ortigas están ocupadas defendiendo los corrales que antaño resguardaban a las ovejas y a los animales del vecindario. El Moncayo  también recuerda la noticia. Chiflar vibrante peregrino y fugaz. Ternura flotante en mil suspiros. Chillidos y clamor al viento urdido. Las encinas hablan lo comentan con las carrascas y hayedos. La corza blanca relata el hecho a los jabalíes que levantan el musgo con sus hocicos y a los zorros que encuentran en los senderos. Ahora todos están pendientes, y los ladrones de poetas, ¡esos… no volverán!

                                                                  Rafael Roldán López

jueves, 2 de junio de 2022

ESPERAS

 



Esperas al autobús para que te recoja.

Esperas la hora de comenzar en el trabajo.

Esperas a que anochezca y después amanezca.

Esperas a mañana.

 

Cuando la luz te deslumbra, esperas a las sombras.

En la oscuridad esperas un rayo de luz.

Esperas que termine el llanto de un amigo.

Esperas cada año la primavera.

 

Esperas ser adulto y de viejo deseas ser niño.

Miras en el buzón la carta que no llega.

Se repite la violencia y ya no la esperabas.

El amor que esperas, siempre tarda o no llega nunca.

 

Esperas que no se pierda la esperanza.

Tanta espera, desespera.

Esperas ser otro ser que no eres tú.

Esperas tantas esperas que te olvidas de quién eras.

 

Esperas sentado en la orilla del camino que no elegiste.

Tal vez, no sabes a quien esperas.

Y, ¿si te esperas a ti?

Y, ¿si no te esperas?


miércoles, 24 de junio de 2020

Sentado

Hoy, para ti.
Ahora, para mí.
En este instante me pierdo en silencios.

Los deseos se condensan
en gotas de esperanza
cuando no se cumplen.

Tú vienes a rescatarme
de mis utopías
envueltas en papel celofán.

Yo me quedo sentado
en un pétalo de amapola.
Distraído.

jueves, 9 de abril de 2020

Bécquer y la luna



            Noche estrellada. El silencio pasea de puntillas por el monte. La luna allá en lo alto. Claridad nocturna. Una caricia del viento llama la atención del poeta y gira su rostro para ver de dónde proviene el sonido. Permanece hierático, sentado, mirando las sombras derramadas en la Huecha.
Unos pasos, apenas perceptibles, remueven pequeños guijarros en el camino al cementerio. Zapatos de charol. Calcetines de puntillas, blancos también, como la clara luna y el vestido de comunión que la envolvía. El cabello sobre sus delicados hombros femeninos, ensortijado en bucles de oro y arcanos deseos. El sendero del castillo de Trasmoz se había borrado con el olor del tomillo y el aliento del Moncayo.
Gustavo, el poeta romántico, sentado. Con una mano sostiene el contador de las horas, de los días y de las eternas esperas sin nombre. En la otra, esas cartas inéditas que un día leerán tantos ojos ávidos de la belleza. La mirada reposada, en lontananza, fantaseando con el silencio monacal del monasterio de Veruela. Envuelto en su capa, amiga de inviernos y senderos, nota una presencia a sus espaldas. Una mano gélida toca su hombro y el escalofrío hace crujir los cimientos de la fortaleza. Vibraciones que llegaban al mismísimo nigromante que la construyó.
-No temas amigo. He bajado de la ardiente luz clara, para sentarme a tu lado, y soñar, en este espacio maldito para creyentes, en esta bruma esotérica de brujas y embrujos, de queimadas y locura, de placer y poesía.

viernes, 13 de marzo de 2020

El rey virus


Y, ¿tú quién eres?
No nos han presentado, no te conozco.
Desde que oí tu nombre, empecé a tener cuidado.

Me contaron que traías malas intenciones
y el recelo se instaló en mi casa.
Conseguiste perturbar a los míos.

Ahora me abruman las dudas.
La turbación me está ganando la partida
y tú, te ríes en la sombra, a mis espaldas.

Desconfío. Sospecho que amenazas con quedarte.
Sabemos de tu familia, de tus vecinos
a quienes ya les vencimos.

Recién nacido infundes pavor y pánico.
Ansiedad, angustia, preocupación.
Comienzas a ser verdadera pesadilla.

Te crees rey por tu corona.
Estremece no saber dónde estás escondido.
Cobarde coronavirus.



lunes, 2 de diciembre de 2019

Labios de la madrugada

Labios de la madrugada

La luz silencia
las sombras de la noche.
Amanecer
en labios de la madrugada.

Esperando la visita del alba,
la tierra recoge en sus manos
irisados rayos de sol.
Alborada de rosas
fundidas en oro.

Desde el inmenso balcón
se acercan rojos y fucsias
derramados en el horizonte.
Amapolas distraídas
juegan con verdes y malvas,
como tus besos rúbeos en mi piel.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Así


Así
Se fue la tarde a buscar el alba.
Dejando suspiros secos en la sombra.

Así.
Camina ella de espaldas.
Derramando el cabello a las miradas.
 
Así.
La luz traspasa el muro de hielo.
Enfriando esperanzas.

Así.
Se agrietan los silencios mudos
Y la noche absorbe ignotas nadas.

Así.
Cruje la madera vieja y seca.
Que sujeta el cartel en la encrucijada.

Así.
Se duerme el día que parece eterno.
Y, cuando nadie lo espera, el ruiseñor calla.



martes, 12 de marzo de 2019

Vivir y sentir los libros con poesía


     Tinta y tiempo, palabras escritas con tinta y derramadas sobre un papel en blanco, son evidencias de las historias vividas en el corazón. 
     El tiempo es testigo silente de las emociones, del dolor y del amor. Los versos, besos. Los poemas denuncias encaradas o caricias del alma. La sensibilidad, la ternura, el viento o la mirada, un rumor de tanta felicidad hurgada. 
    Prosa poética y verso libre son los estilos que predominan en su contenido. Un total de 83 poemas. Atmósfera natural, Ventanas y miradas, Ser único, Urdir la paz y A las palabras son los cinco apartados en los que he intentado fragmentar una sola búsqueda de lo esencial.






      Quiero leer este libro


Deseo ver un vídeo de presentación del libro.


viernes, 1 de marzo de 2019

Lluvia de pétalos


Llueve.
Pétalos de rosa
se besan y abrazan,
mientras caen
en la calle de los sueños.

Balcones abiertos
de par en par.
Salen las gentes y,
al olor cálido de la belleza,
esconden sus miradas
tras los cristales.

No, no es posible,
las rosas no lloran.
Habitaciones apagadas.
Vuelve el calor a las camas.
Todo duerme.
Sin sueños.

martes, 15 de enero de 2019

Entre amigos


Encanto de los soles,
mil sonrisas que donas,  
a espuertas rellenas
de afinidad y dones.

Hechizo en los brazos,
cargados de ternura.
Lunas de miel, dulzura
circundada de abrazos.

Humanidad, deleite.
Cariño derramado,
amistad con agrado.
Amor benevolente.

Estima en la bondad.
Simpatía en las manos,
son afectos humanos,
silencios, intimidad.


sábado, 22 de septiembre de 2018

Si tú supieras


Si tú supieras que el sol se apagará mañana
y la luna no vendrá esta noche a visitar tus sueños.

Si tú supieras el final de las horas marcadas
en el reloj vital que te regaló el destino al azar.

Si tú supieras aceptar el último beso
de esos labios rosados apresados a tu boca.

Si tú supieras nombrar el último número,
consciente de que no es infinito, sino el finito.

Si tú supieras rezar como un santo
y las preces cayeran al abismo del sinsentido.

Si tú supieras escuchar la noticia,
jamás esperada y eternamente conocida, sobre ti mismo.

Si tú supieras tanto como todos los dioses juntos
y, a pesar de ello, te aferraras a la negación.

Si tú supieras dejar de suponer.
Si tú supieras, si tú, si…

domingo, 11 de marzo de 2018

Verja


verja apoyada en pared


Aquí estoy desencajada,
Esperando un destino
o, tal vez, desechada.

Me abrasa la luz,
el dolor me dobla
detrás, las piedras me guardan.

Escucho las sombras,
que ya no me hablan
temerosas del sol a sus espaldas.

Férrea, a martillazos hecha.
Herida del tiempo.
Herrumbre y cardenillo.

miércoles, 28 de febrero de 2018

En la orilla

En la orilla

Llama la mar a tus olas, 
y te devuelve el eco 
de las piedras mecidas en la arena 
y dejas un beso a la tarde
envuelta de azules y grana. 

Rayos cristalinos, irisados. 
Alboradas de fulgor encendidas,
te miran a escondidas.
Y abres tus labios amapolas 
en un suspiro de luces .

Un ramo de palabras abrazadas 
a tu silencio embelesado. 
Huellas en la soledad que, dibujando
en la arena mariposas de colores, 
el agua quiere borrarlas.

sábado, 27 de enero de 2018

¿Cuánto?

Millones de sueños.
Ternura única.
Inmensa pasión
Denso silencio.

Mil perdones.
Cientos de versos.
Infinita paciencia.
Abrazos eternos.

Una sonrisa.
Mucho respeto.
Pocas palabras.
Dos para un beso



martes, 26 de diciembre de 2017

Te regalo mi tiempo

He venido a verte,
a contarte un cuento,
a perder el tiempo,
sin mostrar quererte.

Porque sí, sin motivos.
Nada más, no hay razón
y tampoco desazón,
tal vez, algunos mimos.

Te regalo mi oro,
es crono mensajero
del mundo pasajero,
a precio de tesoro.

Envuelto, engalanado
de simple presencia,
escucha y paciencia,
silencio abandonado.

En bolsa de papiro,
con mis letras escrito
versos de tu hálito
que yo mismo respiro.

El tiempo que valoras
no se vende, se siente.
Es ausente presente,
dádiva  de mis horas.





jueves, 7 de diciembre de 2017

Pluma

Negra, insolente, líquida 
hasta borrar el blanco papel. 
Rumor de letras arrastradas, 
dibujadas. Tinta derramada.

Palabras escondidas, licuadas 
en metálico cilindro. 
Voces escupidas, hilo silencioso 
algo rasgado, sinuoso camino.

Electroencefalograma de pensamiento 
y sentimientos. Lenguaje guiado 
por mano de escribano. 
Línea corta, salteada en dolor y amor.

Pluma de emociones goteada 
e ilusiones. Presionando, arando 
la tierra blanca, dibujando camino 
y relato. A veces, retrato

Prosa poética, sonetos, sextillas, 
romances. Letras sembradas. 
Sueños versados. Ecos declamados
por recias voces de rapsodas.

Pluma



jueves, 12 de octubre de 2017

Ausencia

Se rasgan las cortinas
cuando el duelo duele.
Ojos enjuagados con dolor
en la espuma de la tristeza.

Enmudece la tarde,
colores en grises.
Paisajes en fotos rotas,
ilusiones arrodilladas.

Eternos tiempos de espera
arañando esperanzas.
Fuegos húmedos
y sal en las cicatrices.

Explicaciones sin destino,
quebradas las palabras,
la mente enloquecida,
perdida en un laberinto.

No vuelve la llamada a la puerta.
El grito ahogado, sin eco.
Solo el rumor del viento
invita a respirar.

La puerta se queda abierta,
mientras se apodera el sueño
de un cielo perdido.

Tal vez amanezca mañana.