El peso de nuestro pasado
suele influir de manera importante en la actitud que tomamos para afrontar la
vida en el presente. Las heridas abiertas reaparecen una y otra vez cuando en
tiempos pasados han sido cerradas en falso. Estas heridas recuerdan la
necesidad de tomarlas en serio y administrarles el cuidado conveniente que las
cure definitivamente. Algunas personas, cada vez que aflora una herida del
pasado, miran hacia otro lado y niegan la fuerza que su dolor reclama. Se
distraen desviando la atención con excusas recurrentes y con afirmaciones como
ésta, “lo pasado, pasado está”. Creen a pies juntillas que el tiempo es el
encargado de borrarlas sin más. Dichas situaciones jamás se resuelven
felizmente y se dan casos de llegar hasta los estadios finales de la vida con
la sensación de haber soportado un destino desgraciado del cual no se es
responsable en absoluto. Algunos creen que manteniendo esas heridas abiertas,
no integradas y asumidas, se puede vivir sin ningún problema cuando de hecho
están impidiendo que el ser desarrolle sus potencialidades. Esto es cierto
siempre y cuando no se confunda la integración con la sedación que supone mirar
para otro lado. Por ejemplo, de un acto de deshonra o humillación, los
agravios, las injurias recibidas, el maltrato, el escarnio, pueden haber
producido una herida lo suficientemente grave que no siempre va a ser fácil de asumir y
superar.
Por estas
razones las heridas vuelven a emerger de manera recurrente y sin piedad
horadando lo más profundo del espíritu.
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