Conectas o
“conectos” el televisor o “televisora” y aparecen en la pantalla o el
“pantallo”: un moderador o una moderadora, dos tertulianos o tertulianas a la derecha o al derecho del presentador
o presentadora y otras dos tertulianas, tertulianos o lo que sean –que ya me
canso de utilizar el lenguaje o lenguajo sexista o sexisto- a la izquierda. Por
especificar un poco más, cuando he introducido el término relacionado con tertulia,
me he referido a una reunión de varias personas discutiendo o dialogando sobre
un tema, en el cual el moderador da la palabra a quienes quieren intervenir.
El tema me
pareció interesante y puse toda la atención en escuchar lo que allí se debatía.
¡Incauto de mí! Esperaba oír frases completas en las opiniones de los
participantes. Fue imposible. Primero me pregunté ¿por qué el moderador no ejercía su función de
moderar? Después, ¿por qué todos y cada uno de los tertulianos, no escuchaban y
esperaban su turno? Aún estoy intentando descifrar la causa.
En mi
primera observación deduje que estaban representando un sainete sobre los
gallineros. Casi llegué a identificar al gallo y la raza de las gallinas. El
gallo se distinguía con un kikirikí entonado al mismo tiempo que intervenía una
o varias gallinas. ¡Kikirikí, cocoricó, kikirikí, cocoricó…!
Se supone que los medios de
comunicación seleccionan a sus comunicadores, por decir algo. Allí cada uno
soltaba su consigna. Y la repetía y la volvía a repetir. Por lo visto, eso se
ve con nitidez, cada tertuliano estaba cobrando por el número de veces que
publicaba el mensaje de su pagador. Los argumentos fundamentados brillaban por
su ausencia. Lo más “razonable” que escuché fue por parte del moderador: “Si
hablamos al mismo tiempo la audiencia no se entera”. Pero a continuación,
kikirikí, cocoricó. Porque lo que realmente importa es el espectáculo, el
aumento de audiencia y hacer caja, mejorando resultados económicos del grupo de
comunicación.
Este tipo de tertulia televisiva
es el mejor exponente de la sociedad que estamos conformando. No escuchar a
quien esté al lado. No respetar lo que piense. Interrumpir su participación con
la finalidad de hacerle ver que él es inferior, que sus ideas no son válidas.
Obedecer al que paga para tener un dinerito más en el bolsillo. Echar los
principios y valores a la papelera. Defender una cosa y la contraria. Así, poco
a poco, va calando en la ciudadanía que todo es relativo y discutible. Los
gallos con su kikirikí y las gallinas con su cocoricó “trabajan” de loritos por
un plato de lentejas. Al fin y al cabo, prefieren meterse los principios por
sus bajos fondos que ser rigurosos con la información, venga de donde venga.