domingo, 25 de enero de 2015

Verdad o mentira

La verdad es nombrar o hacer referencia a un hecho que se corresponde con la realidad. También es la correspondencia existente entre la idea y la fidelidad a esa idea. Pero muchas veces se usa el término para referirse a la honradez en el sentido de obrar con integridad.
La mentira es  una declaración falsa, de manera parcial o en su totalidad, con la finalidad de ocultar la verdad, con la misma graduación de intensidad parcial o total, ejercida en el engaño. Se puede engañar a la gente con expresiones especialmente genuinas o pintorescas y también se pueden generar mentiras resaltando parcialmente alguna de las partes de la verdad.
A mí me gusta simplificar las cosas al máximo. Como dice el refrán: “Al pan, pan y al vino, vino”. Las personas que van con la verdad por delante no necesitan de grandes frases para explicar la realidad. Ejemplo: “He metido el pie hasta el tobillo en un charco lleno de barro”. Todo el mundo sabe y se imagina la situación. También se puede expresar así: “No hay derecho a que por culpa de la mala gestión que hace el ayuntamiento, disminuyendo en el ejercicio actual la partida de mantenimiento de las infraestructuras de la ciudad, los ciudadanos como yo tengamos que soportar el mal estado de la mayoría de las calzadas, como la que yo transito con frecuencia. A consecuencia de observar el estruendoso sonido de un helicóptero que sobrevolaba encima de mi cabeza, he perdido el sentido de la orientación personal y he terminado extrayendo de un socavón, el pie lleno de barro. Hecho susceptible de denuncia  evidente o, por lo menos, la existencia de una falta de conciencia ciudadana al comprobar que paseaban otras personas junto a mí y fueron incapaces de alertarme sobre semejante peligro”. En este caso no se sabe si lo esencial es el ayuntamiento, el helicóptero o la solidaridad de los ciudadanos.
Pienso que la verdad es muy sencilla de explicar porque cualquier pieza que escojas del puzle siempre encajará en él. Sin embargo en la mentira el trabajo se complica cada vez más porque al tomar una pieza y tratar de encajarla en el puzle no coincide plenamente, con lo cual hay que fabricar nuevas piezas que disimulen el fallo. Y cuando se recoge el puzle y se mete en la caja resulta que, o bien faltan piezas, o bien sobran piezas que antes no estaban. “Antes se coge al mentiroso que a un cojo”.
De las personas que van con la verdad por delante te fías. Sabes que su fidelidad está en la transparencia de su ser. De las personas mentirosas no te fías, no sabes por dónde te van a salir, generan incertidumbre, no suelen cumplir lo que ofrecen y siempre tienen una mano escondida detrás de la espalda.

Quizás sea muy difícil conocer la verdad o la mentira en toda su amplitud. No creo que nadie pueda adjudicarse la potestad de ser el juez universal que dirime la verdad absoluta de la mentira absoluta. Pero tal vez sea más fácil entender que las personas basamos nuestra convivencia en el valor de la verdad. Porque este valor engendra confianza y a partir de ella el crecimiento personal, el bien-estar y el bien-ser se convierten en motores de desarrollo humano.  

martes, 20 de enero de 2015

¿Creer en el dios de mi religión?

Actualmente, a fuerza de dudar de todo, hemos caído en un exceso de relativismo y éste se ha convertido en el dios del hombre de hoy. Su máxima se resume en “todo es relativo”. Por un lado, las religiones son acercamientos parciales a la idea de dios y suelen estar limitadas por un sistema de normas, creencias, dogmas, mediatizadas por la limitada visión humana. Por otro lado, las religiones no dejan de ser un camino para la búsqueda de ese “dios”, nombrado con diferentes significados, a quien se puede adorar y que introduce al hombre en el terreno de lo misterioso e inabarcable. Algunas personas suplantan al dios de las religiones por otros dioses que, por sí mismos, todavía tienen menos consistencia y entidad, como para asegurarnos el “bien ser” que buscamos. Se ha sustituido la religión por la adoración a pequeños dioses que les parecen útiles para salir adelante en el ahora del presente como son el dinero, el poder, el trabajo, la tecnología, las vacaciones, etc.… Desde la antigüedad y quizás con mucha más fuerza, con la entrada de la postmodernidad el hombre ha conseguido matar al Dios con mayúscula y lo ha cambiado por un politeísmo de pequeños dioses a su servicio. Reverenciar a un ser desconocido, inefable, misterioso, cuando no se es capaz de rebajarse ante nada ni nadie, no está bien visto en quien presume de su ateísmo. Supone un ejercicio de sumisión que al ciudadano normal le chirría en su concepción de igualdad con el resto de los seres. Tiene un costo demasiado alto y susceptible de convertirse en una traba e impedir que hagamos con nuestra vida lo que nos apetezca. La concepción de cualquier dios que no sea el que ha sido creado por el mismo hombre, tiene tintes de autoritarismo casposo. Es someterse al dios que se concibe como retrógrado y totalitario.

Heredados de la mitología griega figuran los grandes dioses conformando una jerarquía en la que el dios Zeus se encuentra en la zona más alta de las deidades. Todos ellos sometidos a un poderoso y agresivo padre que contempla a sus hijos como sus principales rivales a los que hay que suprimir y engullir antes de que les arrebaten su poder. Adorar a un dios poderoso que se alimenta en el interior mismo de los hombres, hace que la persona se convierta en un competidor cuya carrera se limita a tener más poder, más dinero, más influencia en la sociedad utilizando los medios que se encuentren a su alcance para derrocar a quienes le puedan superar en alguno de sus dominios.  Adorar en este sentido significa buscar la propia fortaleza en las fuerzas personales intentando sobresalir sobre los demás. Si el esfuerzo no es suficientemente potente permanecerá en el sometimiento hasta que descubra cómo eliminar al ser superior reverenciado como modelo y paradigma de la razón de ser de su vida. Una vez destruido el dios reverenciado se nombra poseedor del trono conquistado y centra su preocupación en mantenerlo a costa de utilizar a sus súbditos para beneficio personal. De la misma manera que Zeus blandirá el rayo, su arma preferida, para destruir las cosas y a los hombres que se atrevan a desafiar su voluntad. Es una carrera sin medida hacia el cielo de la soledad. Cuando cree que está alcanzando sus mejores metas se encuentra con la realidad de sus debilidades no aceptadas en ningún momento. La desconfianza le ha hecho creer solamente en sí mismo y ese es su principal enemigo a quien no reconoce. Y, sólo es cuestión de tiempo y de oportunidad, otro mucho más fuerte que él le enviará al infierno del abandono. 

Tal vez, después del paso de tantos años, no hayamos avanzado tanto en el descubrimiento del dios que merece la pena adorar. Quizás los paradigmas de religión adoptados por el hombre no han variado demasiado en su origen.  El hombre ha creado a sus dioses y los ha sometido a sus intereses, o bien su aspiración ha sido descubrir al único dios de su interés. En el primer caso lo podríamos centrar en las religiones politeístas y en el segundo en las monoteístas. Está claro que las personas no se plantean en su vida si son monoteístas o politeístas y en función de la opción estructuran sus valores fundamentales. Ni creo que hagan como aquel alumno de primaria en una escuela católica en la que el profesor de religión le pregunta,
- “¿Cuántos dioses hay?”
-A lo que el niño le responde, “Ocho”.
-“Muy bien, hijo mío”, y le sonríe el profesor con cierta ironía.
-“Pues lo he dicho a ojo”, comenta el alumno sorprendido de su acierto.
La religión ha sido y es un pilar fundamental para el ser. En el fondo del corazón humano se desarrolla una búsqueda apasionada por engarzar la vida de alguna manera, en el espacio y el tiempo, con el cosmos y los seres existentes en nuestro universo. Y es el conocimiento de la muerte, como una realidad inevitable, la que nos empuja a escoger la llave que abrirá las puertas de nuestro destino. Desde el mismo instante que nacemos nos encaminamos hacia la muerte. Podemos hacer como si esa evidencia no fuera con nosotros, pero ello no impide que tarde o temprano nos enfrentemos a ella. Acercarse al encuentro de la muerte con naturalidad ayuda a apreciar la vida con mucha más intensidad.

Desde este punto de vista puedo entender un poco mejor el sentido de la libertad humana. La capacidad de escoger, de elegir la belleza que me transporta en el camino de la felicidad hacia el destino que tanto deseo. Caminar a tientas en la elección que me ofrecen las diferentes religiones es un dilema esencial para el ser humano. Nada ni nadie te garantiza con rotundidad que la consistencia de tu fe te transporte al estado de máxima felicidad. Y mucho menos si se concibe la fe, en el caso de los católicos, como aquello que nos da dios para poder entender a los curas, expresando de forma jocosa la actitud de la gente que, sin profundizar en su experiencia interior, bromea despectivamente del sentido de la religión.


El hombre se encuentra solo ante su porvenir eterno. “A mis soledades voy, de mis soledades vengo,..” como señala en su poema Lope de Vega. ¿A quién adorar, en medio de este laberinto existencial? Y la pregunta nos sumerge de forma reiterada en la misma esencia de la condición humana. Apunto dos respuestas posibles ante este gran dilema. Si la religión, concebida desde el punto de vista ideológico, contribuye a que el individuo se sienta confiado, en que de esa forma satisface sus deseos de asirse a algo misterioso que le da fuerzas para dar lo mejor de su persona, entiendo la opción de vida. Aunque también contemplo la posibilidad de caer en el peligro de sacar lo peor del corazón humano en aras a cumplir unas ideas “religiosas” que la persona orienta erróneamente. La segunda respuesta, la oriento hacia aquellos creyentes que profesan una fe explícita, enfocada con humildad a crecer en una humanidad en la que su dios les ayuda a conseguirlo. Profundizar en los valores más relevantes del ser humano, reflexionando y haciéndose consciente de su alcance, contribuye a descubrir la misteriosa conexión entre la naturaleza humana y la existencia de la divinidad que le transciende.
De "Caminar a tientas"

jueves, 15 de enero de 2015

Perdido en la gran tribu

El hombre se mira así mismo y cae en la cuenta de que no sabe a dónde ir. Y si cree que lo sabe, se pregunta para qué. Perdido en la gran tribu de la humanidad quiere encontrar ese faro iluminado que le indique hacia dónde dirigir sus pasos con la consciencia de estar seguro de que es el mejor camino que puede tomar en su vida. Se ha mirado tantas veces en ese espejito mágico que siempre le dice lo maravilloso que es y sin embargo, cada día que pasa se siente más incompleto y vacío que el anterior. En todo su cuerpo le atraviesa una sensación de desánimo que poco a poco le hace sumergirse en un estado de perplejidad ante sí mismo y ante la tribu en la que vive. En alguna ocasión ha intentado salir corriendo y huir de sí mismo, pero se ha topado con la tozuda realidad que le cuestiona siempre. ¿Hacia dónde? Correr en dirección a la búsqueda de algo maravilloso que satisfaga los deseos más queridos en la vida. La cuestión consiste en definir esos deseos que aparecen en el listado: la riqueza, el poder, la familia, la pareja, los amigos, el amor, la felicidad, pero siempre se topa consigo mismo, con su propia fragilidad y su condición de mortal a quien nadie le garantiza el don de la eternidad. Realmente se busca el sentido de la vida en profundidad cuando pierde consistencia aquello en lo que ha creído hasta ese momento. Y la vida se va escurriendo entre los dedos irremediablemente. Sentirse solo frente a su propia mismidad es muy duro. La soledad invita a correr en círculos concentricos cada vez más estrechos en los que solamente existe una única meta: uno mismo. La gran carrera a ninguna parte está en marcha y por lo general, nunca se encuentra una argumentación satisfactoria que confirme la validez de los razonamientos y proporcione la paz necesaria para vivir en plenitud. Echamos en falta un espíritu superior que nos llene el ansia de totalidad. Para algunos es determinante esta situación interior para plantearse de nuevo la relación con aquel dios que años atrás habían abandonado. Todos los caminos que nos llevan hacia el bienestar se terminan en un final, como una carretera cortada que da al abismo. Siempre hay que retroceder para emprender una nueva vía que al final desemboca en otro abismo. Se tienen ganas de encontrar ese sendero que conduce hacia la luz plena no del “bienestar” sino del “bien ser” definitivo.
De "Caminar a tientas"

lunes, 12 de enero de 2015

Dictadores

            La palabra tiene un poder impresionante. Las palabras son la comunicación de la mente y del corazón.  La fuerza de la palabra se hace cada vez más entera si va acompañada por los hechos. La palabra puede ser fuente de acercamiento o de separaciones.  De acercamientos, siempre y cuando se utilice para buscar la precisión del deseo del otro.  De alejamiento cuando la pronunciación de dicha palabra se distancie del conocimiento de los sentimientos y de las aspiraciones del receptor del mensaje.
            Hoy se ha frivolizado la utilización de la precisión del contenido de la palabra. Da igual decir una cosa que otra y eso no es cierto. No es lo mismo “comprarse un traje negro” que “verse negro para comprar un traje”. Pero se tiene la convicción, craso error, que luego se puede rectificar con argumentaciones que se ajusten a lo que convenga en ese momento para conseguir los intereses de quien ha errado en la expresión de la palabra.
            Pero también hay que decir que la palabra tiene el valor que le corresponde, ni más ni menos. Hay quienes piensan que la influencia es decisiva. Sin embargo, el oído se puede cerrar al antojo de cada cual. El que quiera oír que oiga. Los sentidos como el del oído se pueden abrir y cerrar cuando convenga: “a palabras necias oídos sordos”. Las personas tenemos la facilidad de aislarnos de los ruidos que no queremos escuchar y de abrirlos a los estímulos que nos interesan.
            La palabra es comprometida. Se usa para demostrar las intenciones, los deseos, las aspiraciones, los sentimientos. El problema aparece cuando se ha dicho alguna cosa que luego se ha comprobado su falsedad por vía de los hechos. A partir de ese momento, se genera la llamada desconfianza. Y con ella todo se vuelve incierto, variable, dudoso, susceptible de cambio. En resumen la falsedad se traduce en una constante de inestabilidad. Pero si la palabra es fiable, consecuente,  se genera una potencialidad tremendamente poderosa. La palabra se convierte en el armazón de la persona.
            El don de la palabra es la capacidad de usarla en la búsqueda del bien común. Cuando se utiliza preferentemente para la satisfacción de las necesidades o caprichos personales, la misma palabra es un boomeran que se vuelve en contra de quien la produce. La palabra es el medio por el que nos comunicamos con el otro, con quien entablamos una relación, un hilo que engancha los intereses  comunes. La palabra no tiene razón de ser en la soledad, en el aislamiento. La palabra es la base de la convivencia social. La palabra es la expresión por excelencia del ser.
            Negar la palabra, tratar de esconderla, de taparla para que no se nombren las cosas por su nombre es una primera tarea del dictador. Dictador es quien dicta, quien dice a los demás lo que deben escribir, pensar, decir, para que solamente se escuche lo que sale por su boca. Desde el punto de vista político es quien ejercita el mando en beneficio de la minoría que le apoya. El dictador no admite otra palabra que no sea la suya.  Cree en su propia verdad como la única posible e intenta por todos los medios negar cualquier otra verdad que sea diferente a la suya. El dictador no admite preguntas.  Y mucho menos se le puede  exigir respuestas. El dictador cree en la manipulación de las conciencias y de las consciencias. Acaba por creerse un pequeño dios administrador del bien y del mal. Juzga con la única ley que ha construido en su particular forma de de entender la justicia: Los que piensan como yo les digo, están en la verdad y los que no piensan como yo, son mis principales enemigos. Conmigo o contra mí.
            Los dictadores no se dan cuentan que se encuentran solos. No perciben la pérdida del cariño. Compran sonrisas fingidas e imitan los gestos de cordialidad mientras sus ojos dejan entrever el color rojizo de su ira interna. El mundo es su teatro y creen que interpretan todos los papeles a la perfección. Se sienten escritores y actores de su gran obra salvadora. Pero el destino y la historia  les acaban relegando al triste papel del olvido.


lunes, 5 de enero de 2015

¿A quién adorar?

Cada recorrido que realizamos hacia la búsqueda del bienestar se agota al instante siguiente de haber alcanzado la meta. Lo comprobamos en la satisfacción de los deseos. Por ejemplo, el coche familiar es un poco pequeño y queremos tener otro con más amplitud, con el maletero más grande, que consuma menos gasolina. Desde el instante en que se cumple nuestro sueño porque ya hemos vuelto del concesionario de automóviles con el flamante coche, el placer de tener la posibilidad de utilizar el mayor volumen interior, gastar menos en combustible e ir más con más comodidad en los viajes de familia, parece que se olvidan estas nuevas prestaciones y, como ya hemos conseguido el objetivo deseado, encontrar otro coche con mejores prestaciones, el interés cambia de focalización en busca de nuevos deseos. La insatisfacción se apodera de otro aspecto del bienestar. Nuestro interés por llegar a disfrutar de la felicidad plena va menguando paulatinamente, en cada reto conseguido y esto hace que nunca queda satisfecho nuestro ser. Cada época de nuestra vida tiene sus hitos de esperanzas y aspiraciones. De niño se quiere llegar a ser mayor, en la juventud encontrar el amor más grande de su vida, de adulto estabilizarse en un trabajo satisfactorio, vivir en la casa de sus sueños, etc. y, cuando se van cumpliendo estos deseos, resulta que se encuentra frente a sí mismo ansiando la esperanza de llegar a encontrarse plenamente con la felicidad absoluta todavía inalcanzada.

Mientras no se descubra ese espíritu superior que cargue de sentido último a todos los bienestares que conforman el trayecto de la felicidad, el sinsentido de nuestros actos mellará la energía que nos impulsa al encuentro de la transcendencia deseada. Cuando se abandona esa búsqueda sólo queda, como una especie de consuelo, un por si acaso, el carpe diem del poeta Horacio: aprovecha cada momento como si fuera el último de tu vida. ¿Qué podemos ser para que nos llene la vida sabiendo que vamos a morir? ¿A quién adorar  que nos indique la buena dirección y nos proyecte al infinito que nos resistimos a perder? Contestar estas dos preguntas, ni es fácil ni me siento en condiciones de tener la certeza de hacerlo con acierto. Me limito a reflexionar en voz alta, subiendo el tono de un grito en el desierto inhabitado, por el que rara vez pasa alguien cerca de ti. Lo hago porque me da a la nariz que no estoy solo en este mundo con mis dudas, sino que hay muchas más personas como yo que intentan hallar sus propias respuestas.


De “Caminar a tientas”