Vivir y sentir
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miércoles, 28 de enero de 2015
domingo, 25 de enero de 2015
Verdad o mentira
La
verdad es nombrar o hacer referencia a un hecho que se corresponde con la
realidad. También es la correspondencia existente entre la idea y la fidelidad
a esa idea. Pero muchas veces se usa el término para referirse a la honradez en
el sentido de obrar con integridad.
La
mentira es una declaración falsa, de
manera parcial o en su totalidad, con la finalidad de ocultar la verdad, con la
misma graduación de intensidad parcial o total, ejercida en el engaño. Se puede
engañar a la gente con expresiones especialmente genuinas o pintorescas y
también se pueden generar mentiras resaltando parcialmente alguna de las partes
de la verdad.
A
mí me gusta simplificar las cosas al máximo. Como dice el refrán: “Al pan, pan
y al vino, vino”. Las personas que van con la verdad por delante no necesitan
de grandes frases para explicar la realidad. Ejemplo: “He metido el pie hasta
el tobillo en un charco lleno de barro”. Todo el mundo sabe y se imagina la
situación. También se puede expresar así: “No hay derecho a que por culpa de la
mala gestión que hace el ayuntamiento, disminuyendo en el ejercicio actual la
partida de mantenimiento de las infraestructuras de la ciudad, los ciudadanos
como yo tengamos que soportar el mal estado de la mayoría de las calzadas, como
la que yo transito con frecuencia. A consecuencia de observar el estruendoso
sonido de un helicóptero que sobrevolaba encima de mi cabeza, he perdido el
sentido de la orientación personal y he terminado extrayendo de un socavón, el
pie lleno de barro. Hecho susceptible de denuncia evidente o, por lo menos, la existencia de una
falta de conciencia ciudadana al comprobar que paseaban otras personas junto a
mí y fueron incapaces de alertarme sobre semejante peligro”. En este caso no se
sabe si lo esencial es el ayuntamiento, el helicóptero o la solidaridad de los
ciudadanos.
Pienso
que la verdad es muy sencilla de explicar porque cualquier pieza que escojas
del puzle siempre encajará en él. Sin embargo en la mentira el trabajo se
complica cada vez más porque al tomar una pieza y tratar de encajarla en el puzle
no coincide plenamente, con lo cual hay que fabricar nuevas piezas que disimulen
el fallo. Y cuando se recoge el puzle y se mete en la caja resulta que, o bien
faltan piezas, o bien sobran piezas que antes no estaban. “Antes se coge al
mentiroso que a un cojo”.
De
las personas que van con la verdad por delante te fías. Sabes que su fidelidad
está en la transparencia de su ser. De las personas mentirosas no te fías, no sabes
por dónde te van a salir, generan incertidumbre, no suelen cumplir lo que
ofrecen y siempre tienen una mano escondida detrás de la espalda.
Quizás
sea muy difícil conocer la verdad o la mentira en toda su amplitud. No creo que
nadie pueda adjudicarse la potestad de ser el juez universal que dirime la
verdad absoluta de la mentira absoluta. Pero tal vez sea más fácil entender que
las personas basamos nuestra convivencia en el valor de la verdad. Porque este
valor engendra confianza y a partir de ella el crecimiento personal, el
bien-estar y el bien-ser se convierten en motores de desarrollo humano.
sábado, 24 de enero de 2015
martes, 20 de enero de 2015
¿Creer en el dios de mi religión?
Actualmente, a fuerza de
dudar de todo, hemos caído en un exceso de relativismo y éste se ha convertido
en el dios del hombre de hoy. Su máxima se resume en “todo es relativo”. Por un
lado, las religiones son acercamientos parciales a la idea de dios y suelen
estar limitadas por un sistema de normas, creencias, dogmas, mediatizadas por
la limitada visión humana. Por otro lado, las religiones no dejan de ser un
camino para la búsqueda de ese “dios”, nombrado con diferentes significados, a
quien se puede adorar y que introduce al hombre en el terreno de lo misterioso
e inabarcable. Algunas personas suplantan al dios de las religiones por otros
dioses que, por sí mismos, todavía tienen menos consistencia y entidad, como
para asegurarnos el “bien ser” que buscamos. Se ha sustituido la religión por
la adoración a pequeños dioses que les parecen útiles para salir adelante en el
ahora del presente como son el dinero, el poder, el trabajo, la tecnología, las
vacaciones, etc.… Desde la antigüedad y quizás con mucha más fuerza, con la
entrada de la postmodernidad el hombre ha conseguido matar al Dios con
mayúscula y lo ha cambiado por un politeísmo de pequeños dioses a su servicio. Reverenciar
a un ser desconocido, inefable, misterioso, cuando no se es capaz de rebajarse
ante nada ni nadie, no está bien visto en quien presume de su ateísmo. Supone
un ejercicio de sumisión que al ciudadano normal le chirría en su concepción de
igualdad con el resto de los seres. Tiene un costo demasiado alto y susceptible
de convertirse en una traba e impedir que hagamos con nuestra vida lo que nos
apetezca. La concepción de cualquier dios que no sea el que ha sido creado por
el mismo hombre, tiene tintes de autoritarismo casposo. Es someterse al dios
que se concibe como retrógrado y totalitario.
Heredados de la mitología
griega figuran los grandes dioses conformando una jerarquía en la que el dios
Zeus se encuentra en la zona más alta de las deidades. Todos ellos sometidos a
un poderoso y agresivo padre que contempla a sus hijos como sus principales
rivales a los que hay que suprimir y engullir antes de que les arrebaten su
poder. Adorar a un dios poderoso que se alimenta en el interior mismo de los
hombres, hace que la persona se convierta en un competidor cuya carrera se
limita a tener más poder, más dinero, más influencia en la sociedad utilizando
los medios que se encuentren a su alcance para derrocar a quienes le puedan
superar en alguno de sus dominios.
Adorar en este sentido significa buscar la propia fortaleza en las
fuerzas personales intentando sobresalir sobre los demás. Si el esfuerzo no es
suficientemente potente permanecerá en el sometimiento hasta que descubra cómo
eliminar al ser superior reverenciado como modelo y paradigma de la razón de
ser de su vida. Una vez destruido el dios reverenciado se nombra poseedor del
trono conquistado y centra su preocupación en mantenerlo a costa de utilizar a
sus súbditos para beneficio personal. De la misma manera que Zeus blandirá el
rayo, su arma preferida, para destruir las cosas y a los hombres que se atrevan
a desafiar su voluntad. Es una carrera sin medida hacia el cielo de la soledad.
Cuando cree que está alcanzando sus mejores metas se encuentra con la realidad
de sus debilidades no aceptadas en ningún momento. La desconfianza le ha hecho
creer solamente en sí mismo y ese es su principal enemigo a quien no reconoce.
Y, sólo es cuestión de tiempo y de oportunidad, otro mucho más fuerte que él le
enviará al infierno del abandono.
Tal vez, después del paso
de tantos años, no hayamos avanzado tanto en el descubrimiento del dios que
merece la pena adorar. Quizás los paradigmas de religión adoptados por el
hombre no han variado demasiado en su origen.
El hombre ha creado a sus dioses y los ha sometido a sus intereses, o
bien su aspiración ha sido descubrir al único dios de su interés. En el primer
caso lo podríamos centrar en las religiones politeístas y en el segundo en las
monoteístas. Está claro que las personas no se plantean en su vida si son
monoteístas o politeístas y en función de la opción estructuran sus valores
fundamentales. Ni creo que hagan como aquel alumno de primaria en una escuela
católica en la que el profesor de religión le pregunta,
-
“¿Cuántos dioses hay?”
-A
lo que el niño le responde, “Ocho”.
-“Muy
bien, hijo mío”, y le sonríe el profesor con cierta ironía.
-“Pues
lo he dicho a ojo”, comenta el alumno sorprendido de su acierto.
La
religión ha sido y es un pilar fundamental para el ser. En el fondo del corazón
humano se desarrolla una búsqueda apasionada por engarzar la vida de alguna
manera, en el espacio y el tiempo, con el cosmos y los seres existentes en
nuestro universo. Y es el conocimiento de la muerte, como una realidad
inevitable, la que nos empuja a escoger la llave que abrirá las puertas de
nuestro destino. Desde el mismo instante que nacemos nos encaminamos hacia la
muerte. Podemos hacer como si esa evidencia no fuera con nosotros, pero ello no
impide que tarde o temprano nos enfrentemos a ella. Acercarse al encuentro de
la muerte con naturalidad ayuda a apreciar la vida con mucha más intensidad.
Desde este punto de vista
puedo entender un poco mejor el sentido de la libertad humana. La capacidad de
escoger, de elegir la belleza que me transporta en el camino de la felicidad hacia
el destino que tanto deseo. Caminar a tientas en la elección que me ofrecen las
diferentes religiones es un dilema esencial para el ser humano. Nada ni nadie
te garantiza con rotundidad que la consistencia de tu fe te transporte al
estado de máxima felicidad. Y mucho menos si se concibe la fe, en el caso de los
católicos, como aquello que nos da dios para poder entender a los curas,
expresando de forma jocosa la actitud de la gente que, sin profundizar en su
experiencia interior, bromea despectivamente del sentido de la religión.
El hombre se encuentra solo
ante su porvenir eterno. “A mis soledades voy, de mis soledades vengo,..” como
señala en su poema Lope de Vega. ¿A quién adorar, en medio de este laberinto
existencial? Y la pregunta nos sumerge de forma reiterada en la misma esencia
de la condición humana. Apunto dos respuestas posibles ante este gran dilema.
Si la religión, concebida desde el punto de vista ideológico, contribuye a que
el individuo se sienta confiado, en que de esa forma satisface sus deseos de
asirse a algo misterioso que le da fuerzas para dar lo mejor de su persona,
entiendo la opción de vida. Aunque también contemplo la posibilidad de caer en
el peligro de sacar lo peor del corazón humano en aras a cumplir unas ideas
“religiosas” que la persona orienta erróneamente. La segunda respuesta, la
oriento hacia aquellos creyentes que profesan una fe explícita, enfocada con
humildad a crecer en una humanidad en la que su dios les ayuda a conseguirlo.
Profundizar en los valores más relevantes del ser humano, reflexionando y
haciéndose consciente de su alcance, contribuye a descubrir la misteriosa
conexión entre la naturaleza humana y la existencia de la divinidad que le
transciende.
De "Caminar a tientas"
jueves, 15 de enero de 2015
Perdido en la gran tribu
El hombre se mira así mismo
y cae en la cuenta de que no sabe a dónde ir. Y si cree que lo sabe, se
pregunta para qué. Perdido en la gran tribu de la humanidad quiere encontrar
ese faro iluminado que le indique hacia dónde dirigir sus pasos con la
consciencia de estar seguro de que es el mejor camino que puede tomar en su
vida. Se ha mirado tantas veces en ese espejito mágico que siempre le dice lo
maravilloso que es y sin embargo, cada día que pasa se siente más incompleto y
vacío que el anterior. En todo su cuerpo le atraviesa una sensación de desánimo
que poco a poco le hace sumergirse en un estado de perplejidad ante sí mismo y
ante la tribu en la que vive. En alguna ocasión ha intentado salir corriendo y
huir de sí mismo, pero se ha topado con la tozuda realidad que le cuestiona
siempre. ¿Hacia dónde? Correr en dirección a la búsqueda de algo maravilloso
que satisfaga los deseos más queridos en la vida. La cuestión consiste en definir
esos deseos que aparecen en el listado: la riqueza, el poder, la familia, la
pareja, los amigos, el amor, la felicidad, pero siempre se topa consigo mismo,
con su propia fragilidad y su condición de mortal a quien nadie le garantiza el
don de la eternidad. Realmente se busca el sentido de la vida en profundidad
cuando pierde consistencia aquello en lo que ha creído hasta ese momento. Y la
vida se va escurriendo entre los dedos irremediablemente. Sentirse solo frente
a su propia mismidad es muy duro. La soledad invita a correr en círculos
concentricos cada vez más estrechos en los que solamente existe una única meta:
uno mismo. La gran carrera a ninguna parte está en marcha y por lo general,
nunca se encuentra una argumentación satisfactoria que confirme la validez de
los razonamientos y proporcione la paz necesaria para vivir en plenitud. Echamos
en falta un espíritu superior que nos llene el ansia de totalidad. Para algunos
es determinante esta situación interior
para plantearse de nuevo la relación con aquel dios que años atrás habían
abandonado. Todos los caminos que nos llevan hacia el bienestar se terminan en
un final, como una carretera cortada que da al abismo. Siempre hay que
retroceder para emprender una nueva vía que al final desemboca en otro abismo.
Se tienen ganas de encontrar ese sendero que conduce hacia la luz plena no del
“bienestar” sino del “bien ser” definitivo.
De "Caminar a tientas"
lunes, 12 de enero de 2015
Dictadores
La palabra tiene un poder
impresionante. Las palabras son la comunicación de la mente y del corazón. La fuerza de la palabra se hace cada vez más
entera si va acompañada por los hechos. La palabra puede ser fuente de
acercamiento o de separaciones. De
acercamientos, siempre y cuando se utilice para buscar la precisión del deseo
del otro. De alejamiento cuando la
pronunciación de dicha palabra se distancie del conocimiento de los
sentimientos y de las aspiraciones del receptor del mensaje.
Hoy se ha frivolizado la utilización
de la precisión del contenido de la palabra. Da igual decir una cosa que otra y
eso no es cierto. No es lo mismo “comprarse un traje negro” que “verse negro
para comprar un traje”. Pero se tiene la convicción, craso error, que luego se
puede rectificar con argumentaciones que se ajusten a lo que convenga en ese
momento para conseguir los intereses de quien ha errado en la expresión de la
palabra.
Pero también hay que decir que la
palabra tiene el valor que le corresponde, ni más ni menos. Hay quienes piensan
que la influencia es decisiva. Sin embargo, el oído se puede cerrar al antojo
de cada cual. El que quiera oír que oiga. Los sentidos como el del oído se
pueden abrir y cerrar cuando convenga: “a palabras necias oídos sordos”. Las
personas tenemos la facilidad de aislarnos de los ruidos que no queremos
escuchar y de abrirlos a los estímulos que nos interesan.
La palabra es comprometida. Se usa
para demostrar las intenciones, los deseos, las aspiraciones, los sentimientos.
El problema aparece cuando se ha dicho alguna cosa que luego se ha comprobado
su falsedad por vía de los hechos. A partir de ese momento, se genera la
llamada desconfianza. Y con ella todo se vuelve incierto, variable, dudoso,
susceptible de cambio. En resumen la falsedad se traduce en una constante de
inestabilidad. Pero si la palabra es fiable, consecuente, se genera una potencialidad tremendamente
poderosa. La palabra se convierte en el armazón de la persona.
El don de la palabra es la capacidad
de usarla en la búsqueda del bien común. Cuando se utiliza preferentemente para
la satisfacción de las necesidades o caprichos personales, la misma palabra es
un boomeran que se vuelve en contra de quien la produce. La palabra es el medio
por el que nos comunicamos con el otro, con quien entablamos una relación, un
hilo que engancha los intereses comunes.
La palabra no tiene razón de ser en la soledad, en el aislamiento. La palabra
es la base de la convivencia social. La palabra es la expresión por excelencia
del ser.
Negar la palabra, tratar de
esconderla, de taparla para que no se nombren las cosas por su nombre es una
primera tarea del dictador. Dictador es quien dicta, quien dice a los demás lo
que deben escribir, pensar, decir, para que solamente se escuche lo que sale
por su boca. Desde el punto de vista político es quien ejercita el mando en
beneficio de la minoría que le apoya. El dictador no admite otra palabra que no
sea la suya. Cree en su propia verdad
como la única posible e intenta por todos los medios negar cualquier otra
verdad que sea diferente a la suya. El dictador no admite preguntas. Y mucho menos se le puede exigir respuestas. El dictador cree en la
manipulación de las conciencias y de las consciencias. Acaba por creerse un
pequeño dios administrador del bien y del mal. Juzga con la única ley que ha
construido en su particular forma de de entender la justicia: Los que piensan
como yo les digo, están en la verdad y los que no piensan como yo, son mis
principales enemigos. Conmigo o contra mí.
Los dictadores no se dan cuentan que
se encuentran solos. No perciben la pérdida del cariño. Compran sonrisas
fingidas e imitan los gestos de cordialidad mientras sus ojos dejan entrever el
color rojizo de su ira interna. El mundo es su teatro y creen que interpretan
todos los papeles a la perfección. Se sienten escritores y actores de su gran
obra salvadora. Pero el destino y la historia
les acaban relegando al triste papel del olvido.
lunes, 5 de enero de 2015
¿A quién adorar?
Cada recorrido que
realizamos hacia la búsqueda del bienestar se agota al instante siguiente de
haber alcanzado la meta. Lo comprobamos en la satisfacción de los deseos. Por
ejemplo, el coche familiar es un poco pequeño y queremos tener otro con más
amplitud, con el maletero más grande, que consuma menos gasolina. Desde el
instante en que se cumple nuestro sueño porque ya hemos vuelto del
concesionario de automóviles con el flamante coche, el placer de tener la
posibilidad de utilizar el mayor volumen interior, gastar menos en combustible
e ir más con más comodidad en los viajes de familia, parece que se olvidan
estas nuevas prestaciones y, como ya hemos conseguido el objetivo deseado,
encontrar otro coche con mejores prestaciones, el interés cambia de
focalización en busca de nuevos deseos. La insatisfacción se apodera de otro
aspecto del bienestar. Nuestro interés por llegar a disfrutar de la felicidad
plena va menguando paulatinamente, en cada reto conseguido y esto hace que nunca
queda satisfecho nuestro ser. Cada época de nuestra vida tiene sus hitos de
esperanzas y aspiraciones. De niño se quiere llegar a ser mayor, en la juventud
encontrar el amor más grande de su vida, de adulto estabilizarse en un trabajo
satisfactorio, vivir en la casa de sus sueños, etc. y, cuando se van cumpliendo
estos deseos, resulta que se encuentra frente a sí mismo ansiando la esperanza
de llegar a encontrarse plenamente con la felicidad absoluta todavía
inalcanzada.
Mientras no se descubra ese
espíritu superior que cargue de sentido último a todos los bienestares que
conforman el trayecto de la felicidad, el sinsentido de nuestros actos mellará
la energía que nos impulsa al encuentro de la transcendencia deseada. Cuando se
abandona esa búsqueda sólo queda, como una especie de consuelo, un por si
acaso, el carpe diem del poeta Horacio: aprovecha cada momento como si fuera el
último de tu vida. ¿Qué podemos ser para que nos llene la vida sabiendo que
vamos a morir? ¿A quién adorar que nos
indique la buena dirección y nos proyecte al infinito que nos resistimos a
perder? Contestar estas dos preguntas, ni es fácil ni me siento en condiciones
de tener la certeza de hacerlo con acierto. Me limito a reflexionar en voz
alta, subiendo el tono de un grito en el desierto inhabitado, por el que rara
vez pasa alguien cerca de ti. Lo hago porque me da a la nariz que no estoy solo
en este mundo con mis dudas, sino que hay muchas más personas como yo que
intentan hallar sus propias respuestas.
De “Caminar a tientas”
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