Hoy sólo se habla de derechos.
Derecho a la libertad, a una vivienda, al trabajo, a decidir, derecho a… Incontables
e innumerables derechos. La palabra derecho se antepone a casi todo y se
subraya con énfasis en cualquier ámbito de la sociedad. No me meto en la
legitimidad de la exigencia del derecho, sobre todo cuando se carece de él. Hay
que exigirlo, por supuesto.
Hoy no se habla de deberes.
Suena un poco a carca. El deber de respetar, el deber de ser responsable, el
deber de obedecer a los padres, el deber de cumplir con la obligación, el deber
de… Los deberes se han reducido a identificarlos con la actividad que realizan
los estudiantes en cuanto terminan sus horas lectivas. Los deberes no se
exigen, se justifican perdiéndolos en el cajón del olvido.
Aquella frase típica que expresaba
la idea de que cada derecho está asociado a un deber, ha pasado a mejor vida. Derecho
a la educación se supone que está unido al deber de estudiar. El derecho a la
sanidad está unido al deber de cuidar de la salud personal. El derecho a no ser
agredido por los demás con el deber de respetar a todas las personas. En estos
tres ejemplos, la primera parte de las
frases –hablan de derechos- son escuchados con atención, mientras que la
segunda parte de las frases –hablan de deberes- suenan como un ruido de fondo.
Hemos conseguido anestesiar “los
deberes” en esta sociedad y cuando contemplamos las consecuencias, nos echamos
las manos a la cabeza. Y nos conformamos con el derecho al pataleo. Así nos va,
claro.