La
nueva escuela está a punto llegar. Se están produciendo signos que indican los
efectos del cambio. Sabiendo que la
palabra cambio, no siempre conlleva asociada a ella la mejora y la superación. Entre las riadas de alumnos en los cambios de
clase circula la corriente del viento en la que se desparrama la ilusión de su
profesorado. Todo funciona. Suena el din don del comienzo y finalización de
clase. En las aulas se imparten las materias programadas, se explican las lecciones,
se corrigen los ejercicios de los alumnos, se entregan las calificaciones en los
registros correspondientes, se tienen las reuniones de padres y los tutores
hablan con alumnos y familias cada vez que es necesario. En la escuela, querida
escuela, no pasa nada.
No
pasa nada porque se ha priorizado la organización que se encarga de que todo
funcione ante los ojos de los responsables de la institución o de la
Administración educativa. La organización es fundamental para demostrar la
utilidad del producto empresarial que, en una escuela, es el número de alumnos
matriculados y si es posible el número de alumnos que terminan con éxito.
No
pasa nada porque todo es legal. Los profesores desarrollan su trabajo con el
respaldo de la titulación que les acreditan como tales. Los contratos laborales
se ajustan a derecho. Los objetivos impuestos por la Administración se cumplen
y el alumnado parece satisfecho con la formación que recibe. ¿Qué más se puede
pedir?
No
pasa nada en la escuela cuando hay demasiados educadores pensando en cómo
agradar a sus superiores diciendo amén a sus decisiones aunque vayan contra los
principios éticos más fundamentales. No pasa nada cuando se pasa a un segundo
plano el proyecto educativo reflexionado, debatido, consensuado, con toda la
comunidad educativa. No pasa nada cuando la identidad y los principios
pedagógicos de la escuela sólo figuran como el cuarto apellido de su nombre. No
pasa nada cuando el alumnado queda relegado a un segundo plano y la atención
apunta hacia los intereses de los máximos responsables institucionales.
Y
cuando no pasa nada, la corriente del rio se encarga de diluir en su curso los
residuos que llegan a su cauce. Pero, ¿cuántos excrementos es capaz de diluir?
No basta con que, en el nacimiento del río el agua brote cristalina, es
imprescindible cuidar su pureza en todo su cauce. Lo mismo sucede con la
escuela. La pureza de sus principios debe alimentarse con mucha reflexión,
ética y responsabilidad, si se quiere ejercer una labor fundamental en el desarrollo
humano como es la educación integral de las personas.
Y
si no pasa nada, ¿cómo se puede regenerar esa escuela que eduque a las nuevas
generaciones?
Rafa Roldán