Vivimos
en el estado español, que yo sepa. Pero lo digo en voz baja porque siempre
aparecerá el autodenominado demócrato o
la autadenominada demócrata –para no
ofender a los y las- de turno, que afirme que España no es estado sino un país
de países, un pueblo de pueblos o una tierra de tierras, claro. En el mapamundi
si busco dónde me encuentro se denomina España.
Pero si
quiero hablar de política tengo que tener cuidado en decir que soy español. Por
supuesto no se me ocurrirá poner la bandera española en la puerta de mi casa
porque puede convertirse en miel para energúmenos y son capaces de romperme los
cristales o darle diferentes manos de pintura con escritos de facha a mi
fachada o a su fachada, no lo sé.
Hoy la
política se reduce, desgraciadamente, a la defensa de dos visiones de afrontar
los problemas de la gente: Los que piensan que su modelo político es el único válido
(la derecha de toda la vida y la actual) y los que piensan que su modelo es el
único válido (la izquierda de toda la vida y la actual). Cada uno disfrazado
con la piel de cordero que más se ajusta a la moda.
Echo en
falta políticos y políticas, en el más amplio sentido de la palabra, que
dialoguen con quienes no tienen su misma visión, en vez de cacarear la palabra
diálogo. Que ofrezcan soluciones a los problemas y no problemas a las
soluciones. Que generen confianza entre los ciudadanos y no fomenten
enfrentamientos innecesarios. Que admitan alguna vez que se equivocan y si
toman muchas decisiones, que se equivocan muchas veces más. Echo en falta,
políticos y políticas que fomente el respeto a todos los niveles. Porque sin
respeto no hay sociedad que avance.