miércoles, 20 de noviembre de 2019

Gestionar la impotencia


         Un hombre se había caído en un barranco de unos diez metros de profundidad, pero antes de caer al vacío consiguió sujetarse en un saliente. Estaba solo. Los gritos de socorro eran desgarradores. Durante los primeros minutos intentó trepar hacia arriba pero no consiguió absolutamente nada. Prácticamente era imposible subir sin la ayuda de alguien. El hombre sabía que cuanto más tiempo transcurriese colgado de sus manos, más probabilidades habría de que alguien escuchara los gritos de socorro.
         Dada la gravedad de la situación en la que se encontraba decidió calmarse un poco y ello le permitió descubrir que existían dos puntos de la pared donde podía encajar sus pies. Ese descubrimiento le facilitaba el descanso de un brazo mientras se sujetaba con el otro. E iba alternando las extremidades. Continuó gritando palabras de auxilio. Pasaron los minutos y la respuesta exterior no llegaba de ninguna parte.
         Era conocedor de que esa zona no era transitada con frecuencia y solo un golpe de suerte podría salvar su vida. Diez metros era una caída libre considerable. Si se dejaba caer, tal vez tuviera fortuna y salvara la vida aunque su cuerpo quedase magullado y repleto de traumatismos. No sabía qué hacer. La decisión de quedarse agarrado terminaría por agotarlo físicamente y terminaría en el fondo del barranco. Optar voluntariamente por tirarse al vacío para intentar caer de una manera más controlada, también suponía un riesgo muy peligroso.
         Hasta aquí llega la descripción ficticia de esta situación. Si tú fueras el protagonista, ¿qué decisión tomarías?
         Cuenta el autor de esta historia que nadie pasó cerca del lugar en mucho, mucho tiempo.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Profesores influencers


Jamás pensé que la actuación de un profesor pudiera ser tan importante para la vida de los alumnos. Recuerdo algunos de los gestos de cercanía de mis mejores profesores. Destaco el siguiente:
Yo tendría unos doce años. Estaba jugando en el recreo con mis compañeros de clase. Corríamos unos detrás de otros para pillarnos. Yo no era menos e iba desenfrenado detrás de otro niño. Tropecé y me dí un batacazo contra el suelo.  Rompí a llorar de inmediato y me senté en un escalón mirando el rasguño que llevaba en la rodilla. En ese momento se acercó un profesor  y me dijo:
- ¡Vamos a ver qué te ha pasado!  Me dio un golpecito con sus nudillos en la rodilla, el reflejo rotuliano hizo que mi pierna se levantara inesperadamente para mí. Consiguió arrancarme una sonrisa mientras me decía:
- ¡Ah, pues funciona!
Siempre le recordaré. Su gesto hizo que le cogiera cariño para toda la vida. Ahora, cuando veo a alguien en una situación parecida, me acerco a él,  recordando el gesto de aquel profesor y pienso: "¡Ojalá pueda arrancarle una sonrisa!" Después, busco con precisión dónde puede estar esa rótula para hacer que brille en su rostro un poco de alegría.

Tomado de mi primer libro publicado "Recetas de aula".