Un hombre se
había caído en un barranco de unos diez metros de profundidad, pero antes de
caer al vacío consiguió sujetarse en un saliente. Estaba solo. Los gritos de
socorro eran desgarradores. Durante los primeros minutos intentó trepar hacia
arriba pero no consiguió absolutamente nada. Prácticamente era imposible subir
sin la ayuda de alguien. El hombre sabía que cuanto más tiempo transcurriese
colgado de sus manos, más probabilidades habría de que alguien escuchara los
gritos de socorro.
Dada la
gravedad de la situación en la que se encontraba decidió calmarse un poco y
ello le permitió descubrir que existían dos puntos de la pared donde podía
encajar sus pies. Ese descubrimiento le facilitaba el descanso de un brazo
mientras se sujetaba con el otro. E iba alternando las extremidades. Continuó
gritando palabras de auxilio. Pasaron los minutos y la respuesta exterior no
llegaba de ninguna parte.
Era conocedor
de que esa zona no era transitada con frecuencia y solo un golpe de suerte
podría salvar su vida. Diez metros era una caída libre considerable. Si se
dejaba caer, tal vez tuviera fortuna y salvara la vida aunque su cuerpo quedase
magullado y repleto de traumatismos. No sabía qué hacer. La decisión de
quedarse agarrado terminaría por agotarlo físicamente y terminaría en el fondo
del barranco. Optar voluntariamente por tirarse al vacío para intentar caer de
una manera más controlada, también suponía un riesgo muy peligroso.
Hasta aquí
llega la descripción ficticia de esta situación. Si tú fueras el protagonista,
¿qué decisión tomarías?
Cuenta el
autor de esta historia que nadie pasó cerca del lugar en mucho, mucho tiempo.