¡Qué raro suena esta afirmación!
Decir te quiero a otra persona es muy oído, pero cambiar el “te” por el “me”,
suena mal. Si hablo con los demás e inserto estas dos palabras en una
conversación quizás les esté mostrando mi arrogancia y desde luego, lo más
inmediato, es hacerles pensar que soy un egoísta. Me quiero y encima lo voy
pregonando por ahí. Cuando estoy a solas conmigo mismo tampoco manifiesto en
voz alta, ¡cuánto me quiero! Incluso pensarlo me da un poco de vergüenza.
Además no se me ocurre gritar en mi cuarto a pleno pulmón: “soy el amor de mi
vida”. Resonaría un eco en medio de la habitación lo suficientemente largo para
que se estuviera escuchando durante largo tiempo. Si lo hiciera, yo mismo
empezaría a sospechar del estado de mi salud mental. ¡Estás como una auténtica
cabra! No tengo muy claro si este tipo de reflexión es muy común entre la
mayoría de las personas, pero a mí, cuando menos, me resultaría sorprendente
que reaccionaran de esta manera. A fin de cuentas todas las personas se quieren
a sí mismos, pero a la hora de expresar a los demás el sentimiento de amor a sí
mismo con tanta nitidez casi siempre parece un poco pedante. Hago una
observación sobre el concepto de amor propio, entendido como una especie de
desviación del amor hacia el
engreimiento. Por ejemplo, se dice “le
han herido en su amor propio”, y se interpreta cómo a una persona que le han
bajado los humos de su orgullo. Pretendo destacar en este capítulo, el amor
propio como un camino para desarrollar el sentido de autoestima personal.
Dentro de nosotros mismos existe una
especie de recatada falsa modestia que nos impide comunicar a los demás el
aprecio que nos tenemos. No entiendo porqué es así cuando la realidad es que,
si no nos quisiéramos, aunque solamente sea un poquito, nuestra vida perdería
el sentido de su existencia. Si realmente no nos amáramos primero a nosotros
mismos, ¿para qué serviría preocupamos
de satisfacer nuestras necesidades básicas como el comer o el dormir? ¿Para qué
dedicar tantos minutos frente al espejo atusando el flequillo, observando ese
bucle en el pelo que nos parece tan bonito e intentar mantenerlo aunque sea a
base de un buen aerosol de laca? ¿Cómo vamos a salir a la calle con esas
manchas en la camisa o en el vestido? ¡Qué imagen de nosotros mismos vamos a
dar! ¿Nos hemos detenido a valorar el tiempo
empleado en el aseo personal? Por ejemplo, imaginemos a ese hombre que dedica
un tiempo a cuidar su imagen personal. Al levantarse por la mañana fija la
mirada en el espejo observando su cara. Mirando esos ojos legañosos que le impiden
ver límpidamente su rostro en el espejo y restregarlos con los índices de cada
mano cerrada hasta aclarar el momento de estar despierto en la mañana.
Posteriormente pasar una y otra vez la palma de la mano por la barba
comprobando el crecimiento del bello fuerte y áspero que muestra la sombra
oscura en la tez. Otra vez habrá que afeitarse. Humedecer la cara, enjabonarla,
pasar y repasar con la cuchilla hasta que se siente la suavidad en la piel
recién despertada. Meterse en la ducha enjabonando el cuero cabelludo con un champú
anticaspa porque se sabe que impedirá durante el día que las motas blancas se
posen en las hombreras de la chaqueta gris y arranquen algún comentario jocoso
sobre su imagen. No mezclar el gel del champú con el gel de baño. Aclarar
correctamente todo el cuerpo para posteriormente secarlo con meticulosidad,
especialmente los dedos de las extremidades inferiores. Después del desayuno
lavar los dientes, masajear la cara con la loción que suaviza la irritación que
le produjo la cuchilla de afeitar, pulsar varias veces la parte superior del
frasco de colonia, siempre de la misma
marca, para dejar en el ambiente un olor único que el mundo que le rodea sepa
que ha pasado por allí. Antes de salir de casa, fijar una última mirada al
peinado, el nudo de la corbata y los bolsillos de la chaqueta. Todo correcto ya
le puede ver el mundo. ¿Acaso todos estos pequeños actos no son una manera de
quererse a sí mismo y mejorar la autoestima personal?
Todas las personas
necesitamos sentirnos valorados empezando por nosotros mismos. No podemos ir
por ahí dando una imagen de dejadez y descuido de nuestra imagen. Y, si valemos
tanto, porqué al mirarnos en el espejo, a veces, ni siquiera nos reconocemos a
nosotros mismos. Frente al espejo, nos preguntamos con cierta sorna, ¿quién es
ese bicho de enfrente que hace los mismos gestos que yo? Mientras no
reconozcamos la importancia de reconocernos como seres únicos no podremos
manifestarnos ante los demás como realmente somos.