Para desarrollar
una vida con sentido es necesario
despertar de la anestesia a la que nos tiene sometido el sistema. Hemos
aspirado los gases que impiden hacernos sensibles a casi todo y por tanto no
nos llegan al cerebro los estímulos pertinentes para enterarnos de lo que pasa
en nuestro mundo. Vivimos dormidos, anestesiados, insensibles. Encima de una
mesa de operaciones fría. Manipulados por quienes desean hacer de nosotros un
cuerpo adaptado a su conveniencia.
Nos
quedamos paralizados ante las injusticias porque nos han extirpado el corazón
de carne y lo han sustituido por uno de silicona. Nos han cambiado los ojos
para que miremos en una sola dirección. Han insertado unos filtros en nuestros oídos
para que solamente escuchemos un ancho de banda en las frecuencias audibles de
unas determinadas palabras. Los índices de las manos se han deformado a base de
golpear millones de veces el clic del ratón. Nos han atiborrado de programas
que se descargan automáticamente en los móviles para que permanezcamos entretenidos
en la soledad y desconectados de nuestros semejantes.
Nadie
despierta. ¿Dónde están esos educadores que hacen pensar a sus alumnos? ¿Dónde
están esas escuelas que se resisten a cumplir los programas que les imponen y
ofrecen alternativas educativas de desarrollo humano? Dónde se encuentran los
políticos que buscan el bien común por encima del suyo. Dónde se explica el
sentido de la verdad y la justicia, sin identificarlas con la legalidad. Dónde
a se aprende el valor del respeto al otro por encima de todo como la base
fundamental del significado de humanidad.
Necesitamos
despertar. Para que nuestras manos sientan cuando abrazan, nuestros ojos miren
a los ojos y nuestros corazones palpiten al menor suspiro.
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