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jueves, 24 de septiembre de 2015

REFUGIADOS

ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, explica que, tras cuatro años de guerra en Siria, millones de personas han tenido que huir de su país en busca de refugio en otros países. Por una sencilla y simple razón: quieren vivir. Si se quedan, tienen muchas posibilidades de que les maten y si se van, aunque encuentren muchísimas dificultades, podrán seguir respirando. Estamos hablando del primer derecho de la persona, el derecho a la vida.

                En Siria se ha generado una guerra civil entre el régimen de Bachar al Asad y la resistencia armada.  Asad es chiita e intenta gobernar a una población, cuyas tres cuartas partes son sunitas. En la ONU no se han puesto de acuerdo EEUU y los países aliados, con Rusia y China en los temas importantes sobre este asunto. No se tiene claro si conviene realizar una intervención militar que pare esta maldita guerra por falta de consenso internacional. Y, en el fondo, todo el mundo sabe que, la principal razón de este sinsentido, reside en determinar quién controla el poder territorial y económico del mundo.


                La situación es muy compleja y no se pueden aplicar soluciones simplonas o populistas. Los estados a través de sus gobernantes, intentan encontrar salidas a la dramática situación, conciliando por un lado, la ayuda humanitaria a personas que huyen de su país y por otro, contentando a sus votantes que no desean ver perjudicado su estado de bienestar. Pero en el centro del conflicto se encuentran millones de personas con nombres y apellidos, sufriendo el horror diario de una guerra cruel, como lo son todas las guerras.

                Imaginemos que hay un loco en la calle, con pistola en mano, disparando a cualquiera que se encuentre con él. Tú pasas por allí y ves la puerta abierta en una casa en la que te puedes refugiar. Entras en ella para librarte de las balas y el dueño de la casa te empuja fuera y te impide estar protegido. ¿Cómo te sentirías? ¿Estás invadiendo la casa del ciudadano? ¿Puedes entrar en esa casa sin su consentimiento? ¿Qué documentación necesitas para que te deje entrar? ¿Qué religión debes profesar para no ser sospechoso? Además llevas a tu hija de la mano y ¿qué le explicas a ella mientras dispara el loco y te cierra la puerta el vecino? Podríamos imaginarnos tantas cosas… Pero cuando uno no sufre el mal en sus propias carnes, relativiza el dolor con suma frivolidad.

                El género humano cada día se prepara más  para proteger su bien estar. Lo hace a base de poner leyes, barreras y fronteras. Delimita sus posesiones, muchas veces cuando han sido robadas por la fuerza a sus semejantes. Esconde el dolor y la muerte que le interesa. Fabrica las armas que matan a su vecino y, a escondidas las vende a quien considera su enemigo, porque lo que realmente le importa es el dinero y el poder. Se escandaliza del niño ahogado en la playa y se olvida de los millones de niños que mueren bebiendo el barro de la sequía. Corazones de acero, ¿para qué os quiero?

                                

jueves, 2 de julio de 2015

FANTOCHES Y TITIRITEROS

            Dícese del muñeco que se articula con una cruceta de la que cuelgan unos hilos que van atados a las partes del cuerpo que se quiere mover. Todos nos hemos reído de pequeños con esos títeres vestidos de manera estrafalaria, escuchando sus historias por boca de quien los maneja hábilmente. La gracia de sus movimientos es directamente proporcional a la destreza de quien los manipula. Cuanta más versatilidad en su movilidad más genuina es su fantochada.

El vulgo ríe las gracias de los fantoches, sin pensar que lo que están aplaudiendo son las ocurrencias del manipulador. El fantoche actúa de cara a la galería. Es el medio. Es la marioneta de su creador. Es el parapeto y escudo de quien se esconde tras su poder para protegerse de la crítica de su público. Un titiritero competente es aquel capaz de manejar el mayor número posible de monigotes. El titiritero actúa desde las sombras, la mayoría de las veces, escondido  y oculto detrás de los focos para que nadie reconozca su rostro y adivine sus intenciones. Mano negra que maneja los hilos del poder sin que su gran público note la repercusión de su actuación.

Ya hemos nombrado los tres grandes actores de esta representación: El titiritero, la marioneta y el público. Ya sabemos cuáles son las principales misiones de cada uno. La del titiritero: manejar, manipular, conseguir sus objetivos del público a través de muñecos. La del fantoche, ser el medio grotesco por el que el titiritero induce a su público a consentir sus pretensiones. La del público: reír las gracias del títere y pagar el gasto de la función.

Si trasladamos estos conceptos a la política, la  justicia, la educación, la empresa, la economía, la religión, etc. observaremos estos tres papeles perfectamente diferenciados. El problema surge cuando, a nivel personal, se debe discernir en cuál de esos tres roles nos encontramos clasificados y no sabemos la respuesta. Aunque más preocupante es desconocer, por inconsciencia, cuál es el papel con el que cada uno se identifica.

¿A qué se dedica usted? ¿Es titiritero, fantoche o público?



                

sábado, 20 de junio de 2015

“Sólo una persona mediocre siempre está en su mejor momento”


            Se entiende por mediocre a la persona que tiene una cualidad media. Todos los seres humanos podríamos calificarnos como tales. ¿Quién es el hombre o la mujer que reúne todas sus cualidades de forma completa y total? Si nos situamos en el polo opuesto, ¿hay alguna persona que no tenga absolutamente ninguna cualidad? Es decir la mayoría de las personas, por no decir todas, somos mediocres en algún aspecto de nuestra vida. Lo cierto es que a nadie le gusta que le cataloguen como tal y se suele tener cierto empeño en diferenciarse de los demás, bien sea por la forma de vestir, por el peinado, por el tipo de coche, por la decoración de la casa, e incluso por la corriente ideológica del momento. Lo importante es ser diferente. A veces suele pasar como en un chiste gráfico que vi hace mucho tiempo. Había una viñeta, en ella se advertía un grupo de gente poco numeroso, separado por una línea, de otro grupo numerosísimo de personas y del grupo con poca gente uno decía, los que no quieran ser masa que pasen al otro lado de la línea. A fuerza de buscar el distintivo que  diferencia de los demás  se termina siendo igual que todo el mundo, como nos ilustraba la ironía de la viñeta.

Preguntas a alguien qué tal le va, la respuesta más genérica es “vamos tirando”. Pocas veces se dice con satisfacción, “estupendamente”.  Se vive una cierta sensación de hacer las cosas a medias, para ir tirando, mediocremente. Me contaron una anécdota que refleja bastante bien esta situación.
Se encuentran dos amigos. Uno de ellos estaba trabajando en una carretera echando asfalto y el amigo le pregunta.
-¿Trabajas mucho?
-Para lo que me pagan... Le responde.
-¿Es que te pagan poco?
-Total, para lo que trabajo.
Vivir a medias no es vivir. Generalmente produce una insatisfacción personal no muy recomendable. La mediocridad genera un sentimiento de fracaso. No hacer las cosas como a uno le hubiera gustado realizar es una manera de confirmar las pequeñas derrotas en el campo de batalla. Conformarse con ser un perdedor, un ser al que la vida no le ha deparado la suerte y se contenta con mantener las cosas tal y como vengan. Como decía el escritor británico William Somerset Maugham, “Sólo una persona mediocre siempre está en su mejor momento”. Porque la mediocridad cuando se instala en la persona hace que ésta se adapte e imite al rebaño, encontrándose en ese espacio como pez en el agua. En la sociedad de hoy te invitan continuamente a vivir a medias. Las prisas apuran para que realices la mayoría de las cosas con inmediatez, la urgencia prima sobre la excelencia. Nos hemos acostumbrado a responder a lo socialmente correcto aunque no estemos convencidos de que sea lo mejor. Justificamos el estado de mediocridad con el argumento falaz de que todo el mundo lo hace así. Más tarde recurrimos a la queja y criticamos los malos resultados de lo que hacen los demás. A quien nos han realizado un trabajo a medias le echamos el muerto de falta de profesionalidad porque nosotros esperábamos que lo hicieran lo más completo posible. Sin embargo, si la acusación se dirige hacia nosotros, encontramos enseguida excusas como la falta de tiempo, de medios, de recursos insuficientes, de malas condiciones, para poder haber realizado nuestro cometido a la perfección.

Vivir en la mediocridad es una de las armas más mortíferas para la destrucción de la humanidad. El hombre se refugia en la muchedumbre para justificar la conformidad de dejar las cosas tan mal, como cuando se las ha encontrado en sus manos por primera vez. Es muy fácil no percibir la importancia de poner el cuidado en  las pequeñas acciones que configuran lo más preciado de la vida. Necesitamos perder el miedo a fomentar que la humanidad mejore. Mostrar el desacuerdo con la multitud de quienes se conforman con aprovecharse del mundo que le rodea, en vez de aportar su granito de arena y dejarlo mucho mejor que cuando se lo encontraron.

Estoy convencido de que la mayoría de las personas, a lo largo de su vida, entablan una pelea continua por ser cada día mejor que el día anterior. Casi siempre al repasar lo que hemos hecho a lo largo de nuestra existencia hacemos un balance en el que valoramos nuestras acciones según nuestros principios. Nos ha salido bien, sentimos satisfacción. Pero si las conductas se alejaron de nuestros valores principales y nos salen mal, dejan un mal sabor de boca en nuestro interior. Es el juicio que hacemos frecuentemente sobre la vivencia personal de mediocridad. Cundo la respuesta a esa valoración no es adecuada, el desaliento se puede apoderar de nosotros y emerge un sentimiento de pérdida de tiempo en nuestras vidas. En el fondo es que ha hecho acto de presencia la mediocridad y para hacer más llevadero la sensación de pequeño  fracaso, se suele echar la culpa a cualquier agente externo.

Vivir a tope, realizar el sueño que uno tiene es tomar la decisión de no vivir mediocremente. Poner el empeño en realizar cada pequeña actividad con la intensidad suficiente para disfrutar sin medida. Subes al autobús para desplazarte hasta el lugar del trabajo, saluda al conductor, sé amable con los viajeros de compañía, observa a la gente, las calles, los escaparates. Deja volar tu imaginación al percibir la variedad de los olores que recoge tu olfato. Aparca la posible ansiedad que te pueda generar la duda de llegar tarde, siéntate si puedes y abandónate al momento presente. Son unos minutos preciosos para saborear la cotidianidad de la vida que jamás se volverán a repetir. Acompañas a tus hijos al colegio y la rutina diaria puede hacerte olvidar que son momentos únicos para disfrutar de su compañía. La experiencia de tomarles de la mano y sentir cómo sus vidas dependen de tu calor, nadie lo va recordar a lo largo de su vida con tanta emoción como tú mismo. Cuenta a tu pareja lo que te ha pasado en el trabajo con el responsable de tu departamento. Explícale con detalle la situación, tus pensamientos y sentimientos, deja espacio en tus palabras para que el silencio te haga reflexionar y tu pareja pueda opinar. Agradece la posibilidad de compartir esa parte de tu vida con la persona que amas y siente el presente dentro de tu ser como un  regalo que ese preciso momento estas abriendo para ti. Deja que la sorpresa se inserte en tus rutinas porque es la actitud optimista la que te llevará por los caminos del descubrimiento de que la vida es apasionante y tú eres el actor principal de la película. La mediocridad es enemiga de la reflexión y del silencio. Solamente crece sobre la tierra abonada, esponjosa y fértil donde el bien ser echa sus hondas raíces buscando el agua vital que alimenta la perfección.

Acepta las limitaciones que te encuentres, ya sean personales o de tu entorno. Confiesa que no eres un dios todopoderoso capaz de solventar cualquier cosa que se interponga en tu camino. El reconocimiento de la realidad parte de la humildad personal. Muchas veces no queremos observar lo que está sucediendo porque nuestra intencionalidad niega unas evidencias y acepta unos deseos que no se ajustan a la verdad objetiva, sino a la interpretación personal de lo que nos interesa. Si te crees erudito de alguna ciencia, duda de tus conocimientos. Si has visto con claridad un hecho, duda de tus ojos. Si has sentido rabia por algo, duda de tu serenidad. Si te han preguntado por qué estás triste duda de tus fuerzas. Acepta que la grandeza de tu vida reside en tus propias debilidades cuando las has reconocido como partes esenciales de tu mismo ser.

La mediocridad puede truncar la gran ilusión de nuestra vida. La sensación de hacer las cosas a medias produce un desaliento que se apodera del corazón humano y hace estragos irreparables. El sentimiento de continua pérdida del tiempo horada y corroe con demasiada persistencia.

 Del libro "Caminar a tientas"

lunes, 4 de mayo de 2015

EN MEDIO DEL DOLOR

En medio del dolor no es fácil sonreír. Sin embargo es el momento de más necesidad. Los instantes de dolor nos recuerdan las horas vividas en la felicidad que conlleva la normalidad. Esa vida cotidiana, algunas veces anodina, donde no sucede nada especial. Toca el despertador. Vas a trabajar. Opinas de las noticias. Paseas por el supermercado. Descansas en el sofá mirando la tele. Ríes, juegas, bromeas.

            Pero amigo, cuando el dolor entra en tu casa todo es distinto. Es como si hubiera habido un apagón eléctrico. En un santiamén todo se vuelve oscuro, no se ve nada. La percepción de tu dolor ha sido el interruptor de tal apagón. Ya no sonríes, ya no juegas, ya no bromeas. Estás pendiente sólo de tu dolor. Has echado una cortina para separarte del mundo y quedarte solo en tu soledad. La sensación de sufrimiento personal es como el carnet identificativo que te da derecho a ponerte en el centro del universo, para abandonarte en sus brazos y que todo el mundo se ponga a tu servicio. Ha llegado la ocasión de erigirte en la persona egoísta, exigente, dictadora. Tienes el justificante que te ha proporcionado el dolor.

            Se acercan tus cuidadores más cercanos y en ellos se vuelcan tus malos modos. No son capaces de ponerse en tu lugar al cien por cien. Incluso se permiten el capricho de bromear, de sonreír y reír, de jugar. ¡Qué poca empatía y respeto a tu dolor! Si estuvieran con tu dolor sabrían lo que vale un peine.

            El dolor es también parte de ti. ¿Sabes que no eres tan perfecto como te creías, amigo? ¿Comprendes ahora porqué no hay monedas con una sola cara? ¿Has aceptado los límites que te identifican con ser humano?

            No propongo nada fácil. Jugar, reír o, al menos sonreír en medio del dolor. Como dice un amigo: “Las penas compartidas son la mitad de penas y las alegrías compartidas son doblemente alegrías”. Si es así, y yo estoy convencido de ello,  merece la pena jugar, reír y sonreír en medio del dolor. Porque aunque el dolor permanezca ahí, habremos disfrutado de la vida junto a los demás. Mientras que si sólo centramos nuestra mirada sobre el dolor, lo único que conseguiremos es ahondar mucho más en él y sentiremos cómo se hace dueño y señor de nuestra voluntad.


viernes, 6 de febrero de 2015

BELLEZA Y FELICIDAD

            Deseamos con ansia vivir momentos de placer absoluto y solemos experimentar una sensación de que siempre falta un paso más para disfrutar en plenitud. Sintonizar con la propia esencia del ser humano recogida en la belleza no está al alcance de cualquiera.  Dejar volar a uno de los sentidos, por ejemplo la vista, el oído o cualquier otro, hasta confluir con un estallido de felicidad significa vibrar con una de las aspiraciones humanas más genuinas: tocar la ontología utópica. ¿Cómo calibrar esa realidad misteriosa? Cuando viajamos disfrutamos contemplando un paisaje bello. Nos atrae la belleza de una mujer o de un hombre. Sentimos el placer cuando escuchamos la melodía de una música. Cualquier percepción de lo perfecto en nuestras sensaciones nos impulsa a disfrutar felizmente y deseamos que ese momento no acabe nunca por el placer que nos produce. Sin embargo, sabemos que es demasiado perecedero y pronto ese estado de bienestar pasará, dejando nuestro ser hasta el nuevo encuentro, a otra situación que nos transporte de nuevo a experimentar un cachito de felicidad, tantas veces perdida.

La abundancia excesiva de un momentáneo placer puede contribuir a embotar el resto de los sentidos que disponemos para deleitarnos con amplitud de la belleza. Se aprecia mucho mejor el valor de las cosas cuando se ha experimentado la carencia de ellas. Imaginemos que estamos de visita en un museo de renombre y en una sala amplia se exponen numerosos cuadros del célebre pintor Goya. Instantes antes acabamos de haber contemplado ocho salas con pinturas clásicas de otros grandes autores pictóricos. Posiblemente apenas nos detendremos en analizar y disfrutar de la belleza de uno solo de los cuadros del pintor aragonés. Sin embargo nos acercamos a la ermita de Muel. Este pueblecito está ubicado a pocos kilómetros de Fuendetodos, pueblo zaragozano donde se encuentra la casa natal de Goya, y contemplamos exclusivamente las pinturas de las pechinas, seguramente apreciaremos con más intensidad la calidad de la obra del famoso pintor.

Otra expresión de búsqueda en esta ardua tarea de explorar a tientas un modelo que nos acerque a la felicidad es la preocupación por la belleza personal, por ejemplo cuando pone el acento en la forma de vestir. Se desea ir vestido según unos patrones que los medios de comunicación ya se preocupan de insertar los modelos a seguir a través de la publicidad. Estos medios de comunicación tienen bastante influencia en la apreciación de la belleza. Si nos referimos a la distinción de una persona bella, ésta se valora si se adecúa al estereotipo marcado por la sociedad. Es decir uno está guapo o feo en función de su fidelidad a la moda y por supuesto, hay que gastarse ingentes cantidades de dinero en el vestido y sus complementos respectivos. Así la belleza no emerge desde dentro de la persona sino que llega del exterior invadiendo la libertad de ésta. La percepción sensorial de la hermosura es el resultado de la confluencia de múltiples factores, la figura del cuerpo, la concepción de belleza admitida en función de la zona geográfica donde se vive, la visión personal subjetiva de la persona que la valora, etc. Pero siempre estamos hablando de una percepción exterior de la belleza. Hay gente encantadora, que a primera vista, no parece tener una hermosura extraordinaria, pero una vez que se le conoce con más intensidad, comienza a desprender por todos los poros de su ser una energía especial que la convierte en una persona realmente bella. El cuento de La bella y la bestia expresa esta idea con una simplicidad inmejorable, la belleza habita especialmente en el interior pues está fundamentada en la virtud.

De “Caminar a tientas”


domingo, 1 de febrero de 2015

ARTE Y BELLEZA

El concepto de belleza suele estar unido a la concepción de arte. Y las obras de arte casi siempre están valoradas por la subjetividad personal. Normalmente se califican de “obra de arte” cuando se produce la excelencia en la obra. Algunos la pueden confundir por la cantidad de dinero que ofrece el mercado, pero se trata más bien de la historia que tiene, de su singularidad, perfección, placer estético, sensibilidad, etc. que transmite el autor. Hay obras de arte que despiertan en algunas personas unas emociones inusitadas y, sin embargo a otras, esas mismas obras, las deja en la indiferencia más anodina. El aspecto subjetivo que lleva consigo el arte y la belleza es determinante para valorar su relevancia en la justa medida. No obstante el arte nos sitúa frente a la belleza, lo cual hace abrir nuestros sentidos al descubrimiento de conceptos abstractos que definen en profundidad los intereses más elevados del espíritu humano. El arte sugiere la capacidad del hombre para acercarse a la idea de la perfección. Le sitúa en el lenguaje simbólico que le comunica con lo misterioso, lo transcendente, la religión. La imaginería es y ha sido fuente de devoción en el creyente. A través de la escultura ya sea de la figura humana u ornamental, el hombre ha representado los diferentes estados psicológicos, físicos y espirituales. La pintura también es una referencia para la contemplación de la belleza en el paisaje, en el rostro humano, en la mezcla de colores que identifica el espíritu y los sentimientos más entrañables del ser humano. No digamos nada de la importancia de la música, la danza, o la poesía como los medios más genuinos para expresar en toda su extensión los sentimientos más profundos de la persona. El hombre moderno, en cierta medida parece estar empeñado en ocultar la belleza. En la arquitectura observamos los edificios actuales que se caracterizan por líneas rectas, espacios decorados con un exceso de minimalismo, cargados de funcionalidad, fríos, anodinos. Si los comparamos con los edificios antiguos donde predominan las líneas curvas, nos daremos cuenta que la diferencia es enorme si compara con otras épocas ya pasadas. Columnas redondas y esbeltas, frisos, volutas, adornos por doquier. Actualmente todo está valorado por la economía, la utilidad. Cuesta concebir el gasto del dinero en cosas inútiles, carentes de utilidad, inservibles. Lo que sirve es lo más valioso y aquello que carece de provecho se desprecia sin compasión. ¿Nadie echa en falta el amor a la belleza? Se vive en la abundancia derrochadora que es capaz de dilapidar los recursos más básicos para la existencia de la humanidad y provocar grandes crisis a nivel económico y social. Sobre la cultura y el arte, la belleza parece estar escondida. Existe poca preocupación por salvar el gran tesoro del mundo: la belleza. ¿Dónde está quedando la pasión por la literatura, la pintura, la escultura, la oratoria, la búsqueda de la sabiduría que da sentido al futuro de cada persona? Lo importante y prioritario es pagar la hipoteca, no perder o encontrar el trabajo que proporciona el dinero necesario para vivir. Disponer de unos días de vacaciones al año para viajar de un lugar a otro, cuanto más lejano mejor, en las que otras personas te sirvan la comida, te faciliten un bienestar soñado durante una semana, quince días o tal vez un mes. Cambiar el automóvil por otro de una gama más alta. Esperar a que abran las puertas de los centros comerciales el día del gran acontecimiento informático que anuncia la salida de un nuevo modelo de iphone como muestra de que eres el paradigma de persona que está al día en las herramientas informáticas de última generación. Un petimetre obsesionado por seguir la moda. El hombre siente un deseo irrefrenable de conseguir cuantas más cosas mejor y al precio que sea devora cada una de ellas tragando el sinsentido del consumo. Y no será porque no haya evidencias de arte por todas partes. Basta echar una mirada a los museos repletos hasta la saciedad de las obras más espléndidas realizadas por los hombres. Se está intentando recoger la belleza y encerrarla en espacios para que se pueda contemplar. La belleza no se almacena. Se ha olvidado estimular los sentidos para que desarrollen la creación de esa misma belleza. Qué persona cuando contempla el lienzo de un pintor clásico se le eriza el pelo, no tanto por la calidad de la obra, que también es posible, sino por sentir en su propio ser la capacidad creadora de la humanidad de la cual él mismo se siente integrado plenamente. Se miran las cosas de forma individual y sólo se repara en el estado momentáneo, “este cuadro me gusta y este otro no”, pero no se percibe el sentido del alma creadora de la humanidad, la belleza, sin la cual esta vida puede aparecer como un absurdo. 

 De “Caminar a tientas”


martes, 20 de enero de 2015

¿Creer en el dios de mi religión?

Actualmente, a fuerza de dudar de todo, hemos caído en un exceso de relativismo y éste se ha convertido en el dios del hombre de hoy. Su máxima se resume en “todo es relativo”. Por un lado, las religiones son acercamientos parciales a la idea de dios y suelen estar limitadas por un sistema de normas, creencias, dogmas, mediatizadas por la limitada visión humana. Por otro lado, las religiones no dejan de ser un camino para la búsqueda de ese “dios”, nombrado con diferentes significados, a quien se puede adorar y que introduce al hombre en el terreno de lo misterioso e inabarcable. Algunas personas suplantan al dios de las religiones por otros dioses que, por sí mismos, todavía tienen menos consistencia y entidad, como para asegurarnos el “bien ser” que buscamos. Se ha sustituido la religión por la adoración a pequeños dioses que les parecen útiles para salir adelante en el ahora del presente como son el dinero, el poder, el trabajo, la tecnología, las vacaciones, etc.… Desde la antigüedad y quizás con mucha más fuerza, con la entrada de la postmodernidad el hombre ha conseguido matar al Dios con mayúscula y lo ha cambiado por un politeísmo de pequeños dioses a su servicio. Reverenciar a un ser desconocido, inefable, misterioso, cuando no se es capaz de rebajarse ante nada ni nadie, no está bien visto en quien presume de su ateísmo. Supone un ejercicio de sumisión que al ciudadano normal le chirría en su concepción de igualdad con el resto de los seres. Tiene un costo demasiado alto y susceptible de convertirse en una traba e impedir que hagamos con nuestra vida lo que nos apetezca. La concepción de cualquier dios que no sea el que ha sido creado por el mismo hombre, tiene tintes de autoritarismo casposo. Es someterse al dios que se concibe como retrógrado y totalitario.

Heredados de la mitología griega figuran los grandes dioses conformando una jerarquía en la que el dios Zeus se encuentra en la zona más alta de las deidades. Todos ellos sometidos a un poderoso y agresivo padre que contempla a sus hijos como sus principales rivales a los que hay que suprimir y engullir antes de que les arrebaten su poder. Adorar a un dios poderoso que se alimenta en el interior mismo de los hombres, hace que la persona se convierta en un competidor cuya carrera se limita a tener más poder, más dinero, más influencia en la sociedad utilizando los medios que se encuentren a su alcance para derrocar a quienes le puedan superar en alguno de sus dominios.  Adorar en este sentido significa buscar la propia fortaleza en las fuerzas personales intentando sobresalir sobre los demás. Si el esfuerzo no es suficientemente potente permanecerá en el sometimiento hasta que descubra cómo eliminar al ser superior reverenciado como modelo y paradigma de la razón de ser de su vida. Una vez destruido el dios reverenciado se nombra poseedor del trono conquistado y centra su preocupación en mantenerlo a costa de utilizar a sus súbditos para beneficio personal. De la misma manera que Zeus blandirá el rayo, su arma preferida, para destruir las cosas y a los hombres que se atrevan a desafiar su voluntad. Es una carrera sin medida hacia el cielo de la soledad. Cuando cree que está alcanzando sus mejores metas se encuentra con la realidad de sus debilidades no aceptadas en ningún momento. La desconfianza le ha hecho creer solamente en sí mismo y ese es su principal enemigo a quien no reconoce. Y, sólo es cuestión de tiempo y de oportunidad, otro mucho más fuerte que él le enviará al infierno del abandono. 

Tal vez, después del paso de tantos años, no hayamos avanzado tanto en el descubrimiento del dios que merece la pena adorar. Quizás los paradigmas de religión adoptados por el hombre no han variado demasiado en su origen.  El hombre ha creado a sus dioses y los ha sometido a sus intereses, o bien su aspiración ha sido descubrir al único dios de su interés. En el primer caso lo podríamos centrar en las religiones politeístas y en el segundo en las monoteístas. Está claro que las personas no se plantean en su vida si son monoteístas o politeístas y en función de la opción estructuran sus valores fundamentales. Ni creo que hagan como aquel alumno de primaria en una escuela católica en la que el profesor de religión le pregunta,
- “¿Cuántos dioses hay?”
-A lo que el niño le responde, “Ocho”.
-“Muy bien, hijo mío”, y le sonríe el profesor con cierta ironía.
-“Pues lo he dicho a ojo”, comenta el alumno sorprendido de su acierto.
La religión ha sido y es un pilar fundamental para el ser. En el fondo del corazón humano se desarrolla una búsqueda apasionada por engarzar la vida de alguna manera, en el espacio y el tiempo, con el cosmos y los seres existentes en nuestro universo. Y es el conocimiento de la muerte, como una realidad inevitable, la que nos empuja a escoger la llave que abrirá las puertas de nuestro destino. Desde el mismo instante que nacemos nos encaminamos hacia la muerte. Podemos hacer como si esa evidencia no fuera con nosotros, pero ello no impide que tarde o temprano nos enfrentemos a ella. Acercarse al encuentro de la muerte con naturalidad ayuda a apreciar la vida con mucha más intensidad.

Desde este punto de vista puedo entender un poco mejor el sentido de la libertad humana. La capacidad de escoger, de elegir la belleza que me transporta en el camino de la felicidad hacia el destino que tanto deseo. Caminar a tientas en la elección que me ofrecen las diferentes religiones es un dilema esencial para el ser humano. Nada ni nadie te garantiza con rotundidad que la consistencia de tu fe te transporte al estado de máxima felicidad. Y mucho menos si se concibe la fe, en el caso de los católicos, como aquello que nos da dios para poder entender a los curas, expresando de forma jocosa la actitud de la gente que, sin profundizar en su experiencia interior, bromea despectivamente del sentido de la religión.


El hombre se encuentra solo ante su porvenir eterno. “A mis soledades voy, de mis soledades vengo,..” como señala en su poema Lope de Vega. ¿A quién adorar, en medio de este laberinto existencial? Y la pregunta nos sumerge de forma reiterada en la misma esencia de la condición humana. Apunto dos respuestas posibles ante este gran dilema. Si la religión, concebida desde el punto de vista ideológico, contribuye a que el individuo se sienta confiado, en que de esa forma satisface sus deseos de asirse a algo misterioso que le da fuerzas para dar lo mejor de su persona, entiendo la opción de vida. Aunque también contemplo la posibilidad de caer en el peligro de sacar lo peor del corazón humano en aras a cumplir unas ideas “religiosas” que la persona orienta erróneamente. La segunda respuesta, la oriento hacia aquellos creyentes que profesan una fe explícita, enfocada con humildad a crecer en una humanidad en la que su dios les ayuda a conseguirlo. Profundizar en los valores más relevantes del ser humano, reflexionando y haciéndose consciente de su alcance, contribuye a descubrir la misteriosa conexión entre la naturaleza humana y la existencia de la divinidad que le transciende.
De "Caminar a tientas"

jueves, 15 de enero de 2015

Perdido en la gran tribu

El hombre se mira así mismo y cae en la cuenta de que no sabe a dónde ir. Y si cree que lo sabe, se pregunta para qué. Perdido en la gran tribu de la humanidad quiere encontrar ese faro iluminado que le indique hacia dónde dirigir sus pasos con la consciencia de estar seguro de que es el mejor camino que puede tomar en su vida. Se ha mirado tantas veces en ese espejito mágico que siempre le dice lo maravilloso que es y sin embargo, cada día que pasa se siente más incompleto y vacío que el anterior. En todo su cuerpo le atraviesa una sensación de desánimo que poco a poco le hace sumergirse en un estado de perplejidad ante sí mismo y ante la tribu en la que vive. En alguna ocasión ha intentado salir corriendo y huir de sí mismo, pero se ha topado con la tozuda realidad que le cuestiona siempre. ¿Hacia dónde? Correr en dirección a la búsqueda de algo maravilloso que satisfaga los deseos más queridos en la vida. La cuestión consiste en definir esos deseos que aparecen en el listado: la riqueza, el poder, la familia, la pareja, los amigos, el amor, la felicidad, pero siempre se topa consigo mismo, con su propia fragilidad y su condición de mortal a quien nadie le garantiza el don de la eternidad. Realmente se busca el sentido de la vida en profundidad cuando pierde consistencia aquello en lo que ha creído hasta ese momento. Y la vida se va escurriendo entre los dedos irremediablemente. Sentirse solo frente a su propia mismidad es muy duro. La soledad invita a correr en círculos concentricos cada vez más estrechos en los que solamente existe una única meta: uno mismo. La gran carrera a ninguna parte está en marcha y por lo general, nunca se encuentra una argumentación satisfactoria que confirme la validez de los razonamientos y proporcione la paz necesaria para vivir en plenitud. Echamos en falta un espíritu superior que nos llene el ansia de totalidad. Para algunos es determinante esta situación interior para plantearse de nuevo la relación con aquel dios que años atrás habían abandonado. Todos los caminos que nos llevan hacia el bienestar se terminan en un final, como una carretera cortada que da al abismo. Siempre hay que retroceder para emprender una nueva vía que al final desemboca en otro abismo. Se tienen ganas de encontrar ese sendero que conduce hacia la luz plena no del “bienestar” sino del “bien ser” definitivo.
De "Caminar a tientas"

lunes, 5 de enero de 2015

¿A quién adorar?

Cada recorrido que realizamos hacia la búsqueda del bienestar se agota al instante siguiente de haber alcanzado la meta. Lo comprobamos en la satisfacción de los deseos. Por ejemplo, el coche familiar es un poco pequeño y queremos tener otro con más amplitud, con el maletero más grande, que consuma menos gasolina. Desde el instante en que se cumple nuestro sueño porque ya hemos vuelto del concesionario de automóviles con el flamante coche, el placer de tener la posibilidad de utilizar el mayor volumen interior, gastar menos en combustible e ir más con más comodidad en los viajes de familia, parece que se olvidan estas nuevas prestaciones y, como ya hemos conseguido el objetivo deseado, encontrar otro coche con mejores prestaciones, el interés cambia de focalización en busca de nuevos deseos. La insatisfacción se apodera de otro aspecto del bienestar. Nuestro interés por llegar a disfrutar de la felicidad plena va menguando paulatinamente, en cada reto conseguido y esto hace que nunca queda satisfecho nuestro ser. Cada época de nuestra vida tiene sus hitos de esperanzas y aspiraciones. De niño se quiere llegar a ser mayor, en la juventud encontrar el amor más grande de su vida, de adulto estabilizarse en un trabajo satisfactorio, vivir en la casa de sus sueños, etc. y, cuando se van cumpliendo estos deseos, resulta que se encuentra frente a sí mismo ansiando la esperanza de llegar a encontrarse plenamente con la felicidad absoluta todavía inalcanzada.

Mientras no se descubra ese espíritu superior que cargue de sentido último a todos los bienestares que conforman el trayecto de la felicidad, el sinsentido de nuestros actos mellará la energía que nos impulsa al encuentro de la transcendencia deseada. Cuando se abandona esa búsqueda sólo queda, como una especie de consuelo, un por si acaso, el carpe diem del poeta Horacio: aprovecha cada momento como si fuera el último de tu vida. ¿Qué podemos ser para que nos llene la vida sabiendo que vamos a morir? ¿A quién adorar  que nos indique la buena dirección y nos proyecte al infinito que nos resistimos a perder? Contestar estas dos preguntas, ni es fácil ni me siento en condiciones de tener la certeza de hacerlo con acierto. Me limito a reflexionar en voz alta, subiendo el tono de un grito en el desierto inhabitado, por el que rara vez pasa alguien cerca de ti. Lo hago porque me da a la nariz que no estoy solo en este mundo con mis dudas, sino que hay muchas más personas como yo que intentan hallar sus propias respuestas.


De “Caminar a tientas”

domingo, 28 de diciembre de 2014

Heridas abiertas

El peso de nuestro pasado suele influir de manera importante en la actitud que tomamos para afrontar la vida en el presente. Las heridas abiertas reaparecen una y otra vez cuando en tiempos pasados han sido cerradas en falso. Estas heridas recuerdan la necesidad de tomarlas en serio y administrarles el cuidado conveniente que las cure definitivamente. Algunas personas, cada vez que aflora una herida del pasado, miran hacia otro lado y niegan la fuerza que su dolor reclama. Se distraen desviando la atención con excusas recurrentes y con afirmaciones como ésta, “lo pasado, pasado está”. Creen a pies juntillas que el tiempo es el encargado de borrarlas sin más. Dichas situaciones jamás se resuelven felizmente y se dan casos de llegar hasta los estadios finales de la vida con la sensación de haber soportado un destino desgraciado del cual no se es responsable en absoluto. Algunos creen que manteniendo esas heridas abiertas, no integradas y asumidas, se puede vivir sin ningún problema cuando de hecho están impidiendo que el ser desarrolle sus potencialidades. Esto es cierto siempre y cuando no se confunda la integración con la sedación que supone mirar para otro lado. Por ejemplo, de un acto de deshonra o humillación, los agravios, las injurias recibidas, el maltrato, el escarnio, pueden haber producido una herida lo suficientemente grave  que no siempre va a ser fácil de asumir y superar.
Por estas razones las heridas vuelven a emerger de manera recurrente y sin piedad horadando lo más profundo del espíritu. 

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Nochebuena frente a Nochemala

            Esta noche es Nochebuena. Todo el mundo se felicita entre sí. Es la noche de la paz y el reencuentro con la familia y los seres queridos especialmente. Es la noche de la alegría, de la celebración. Un gran tópico asumido por la tradición para muchos, una verdad de fe para los creyentes practicantes y una copiosa cena para quienes pueden permitirse tal lujo.
            Esta noche también es Nochemala. Pero se silencia. Se calla el dolor de las ausencias familiares porque dejaron esta vida. Se aprietan los dientes cuando no se comprende que la familia se ha dividido y es imposible quedarte “exclusivamente” con los tuyos. Se hacen nervios en los preparativos de la cena del año y se derrocha sin conocimiento en regalos inventados de un papá Nosé (está bien escrito). Cuántas personas afirman con cierto pesar: ¡tengo ganas de que pasen estos días!
            Esta noche se enternece el corazón. Toca al menos una vez al año. Tal vez sea uno de los momentos que se recuerde a quienes no cenan nunca. A quienes carecen de abrigo, de casa, de familia, de cariño…Pero estas reflexiones quizás duren unos minutos. No es momento de ponerse trascendente, a cenar.

            Nochebuena o nochemala. Me quedo con la primera sin renegar de la triste realidad de la segunda. Me resisto a ceder terreno a la tristeza, al dolor, al desencuentro, a la rabia. Creo en la alegría que se contagia, en capacidad infinita de reconocer la dignidad de cualquiera de mis semejantes y en esta noche y este día. Creo en todos los tiempos que celebran el nacimiento a la vida.

domingo, 14 de diciembre de 2014

LA ESTUPIDEZ


-¿Me acompañas, Alex?
-¿A dónde vas?
-Voy a la administración de lotería a sacar el número que compro semanalmente. Esta semana verás, me va a tocar un buen pellizco.
-Pero, ¿qué dices, abuelo? Si nunca te toca absolutamente nada.
-Hombre, hay muchos días que cobro el reintegro y no pierdo nada.
-Pero la mayoría de los días te gastas el dinero sin sentido.
-Y si un día tengo la suerte de acertar con el premio gordo, ¿qué?
-Llevas más de treinta años probando suerte. Aún a día de hoy, todavía la estás esperando. Y si te tocara, ¿qué ibas a hacer con tanto dinero?
-Pues muchas cosas.
-Por ejemplo.
-No sé.., ayudar a tus padres en los gastos importantes que tengan, compraría un buen coche, nos daríamos tú y yo algún capricho que otro… Viviría con más comodidades.
-¿Es que ahora estas descontento con la forma de vivir y crees que te falta todo lo que dices para ser feliz?
-Tampoco es eso, Alex. El dinero no hace la felicidad pero ayuda a conseguirla, es un dicho popular.
-¿Cómo ayuda a conseguir la felicidad? Porque si para conseguir la felicidad, por ejemplo, una persona que va al lugar de trabajo en autobús cuyo recorrido tarda en hacerlo treinta minutos, tiene que comprarse un coche para hacer el mismo recorrido en veinte minutos. Pero para conseguirlo necesita un préstamo del banco que le va a cobrar durante cinco años una cuota muy superior al importe del autobús. Para pagar al banco es imprescindible hacer todos los días un par de horas extraordinarias, al menos durante unos años. Ese tiempo que está en el trabajo no puede atender a sus hijos, jugar con ellos, ayudarles en los deberes, disfrutar de la familia. Después se queja de cansancio, está de mal humor, empeora las relaciones con los más cercanos, no tiene tiempo para emplearlo en lo que más feliz le hace, jugar con su hijo pequeño, porque cuando llega a casa ya está en la cama. Eso sí, va en coche a todas las partes, con el ceño fruncido, pero en coche. ¿No te parece estúpido, abuelo?
-Hombre, visto desde esa perspectiva, sí claro. Pero, por ejemplo, los fines de semana puede llevarse a su familia a visitar otras ciudades con el coche. Si no  tuviera auto los viajes no los podría hacer con tanta facilidad.
-Sí, pero lo que realmente le hace feliz es jugar con su hijo pequeño cada día. Y durante toda la semana no puede hacerlo. Sigo sin comprender las razones que justifican al dinero como la panacea de la felicidad. Quizás haya otras explicaciones que desconozco.
-No sabría qué decirte, Alex.
-Lo mismo pienso de ti. ¿Para qué quieres otro coche? Ya tienes uno que funciona y apenas utilizas. Lo sueles utilizar en ocasiones esporádicas. Casi siempre vas en el de mis  padres. Dices que ir solo por ahí no te gusta, yo creo también que te sientes algo inseguro por si te pasa algo, ya sabes que la vista no te acompaña. Aunque tuvieras de golpe mucho más dinero, ¿merecería la pena gastarlo en un coche más lujoso? También me parece estúpido. Echemos un cálculo. Te gastas unos veinte euros a la semana en loterías, al año supone alrededor de mil euros que si lo multiplicas por treinta años de juego resulta un total de unos treinta mil euros. Suficiente para comprar un buen coche. Hoy cuentas con una corazonada de que te va a tocar, es decir nada. ¿Cierto?
 -Ya, pero no sé si me entiendes.
-Puedo entender que basas tu felicidad cada semana en tener una ilusión de que supersticiosamente te toque el premio, a sabiendas de la imposibilidad de conseguirlo. Todas las semanas supongo que sentirás una frustración al ver el resultado.
            David no supo que contestar. Enseguida le vino a la cabeza la ayuda que habría recibido su nieto del Mago Mangarín. Aquel razonamiento tan consistente no era normal en una adolescente. Su amor propio había sido tocado otra vez de una forma incontestable. Recogió el mensaje en el fondo de su corazón y dejó que su contenido horadara el sentido de su vida



De “El mago Mangarín”

martes, 9 de diciembre de 2014

HOMBRES DE PALABRA


            Los hombres con entereza se caracterizan por su palabra. Pero parece que en la actualidad esa concepción ha pasado a ser una simple añoranza del pasado. Todo el mundo sabe que nuestros mayores, especialmente en los pueblos, siempre que llegaban a un acuerdo se estrechaban la mano y bastaba para adquirir el compromiso formal. No existían los formalismos escritos en contratos farragosos. Las legalidades se las pasaban por el forro. Lo importante era la palabra, palabra de hombre.

            La palabra era la garantía de que se iba a cumplir lo pactado. Por encima de todo, no se podía caer en la desvergüenza de engañar, hacer lo correcto, sin malinterpretaciones, sin dobleces y malas artes. Simplemente ser fiel a la palabra dada. Y para ello no era necesario recibir clases de política, economía, comercio, administración o leyes. La familia te enseñaba a ser buena persona. Sobre todo te educaba para no mentir. Porque la mentira era la carcoma que fagocitaba la confianza y cuando no se puede confiar en una persona, ésta ha perdido la categoría de humanidad.  

            Sin embargo, siempre se han aceptado los errores, son congénitos al ser humano. Pero con la condición de que se reconozcan. Como dijo nuestro anterior rey, Juan Carlos: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir.” La línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. La verdad suele ser corta, sencilla y directa. La mentira recorre sinuosos, largos y enrevesados  caminos para justificar lo injustificable, para demorar la justicia, para ocultar lo evidente. La mentira invita a urdir más mentira, al fin y al cabo, no es mas que  la consolidación de la tozudez de quien pierde lo mejor de su dignidad.


            Los hombres de palabra se ganan el respeto y todo el mundo se fía de ellos a pies juntillas. Los hombres que se equivocan recuperan el respeto cuando reconocen su error. Y los hombres que mienten a conciencia jamás encuentran amigos, porque creen que imponiendo respeto se gana el honor. En esta sociedad actual, donde predomina la carencia de valores, abunda el engaño y la corrupción, se olvidan los principios de la convivencia y se antepone el individualismo al bien común, añoro la sencillez de los hombres y mujeres de palabra.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Amanita caesarea


La mañana se ha despertado gris. Pero el sol le ha ganado la partida pintándola de vivos colores otoñales. El robledal se posa sobre el monte derramando hermosas carrascas en sus laderas. Verdes y ocres se combinan en múltiples colores. El olor a humedad inunda el ambiente con una paz inconmensurable. Sobre las piedras una alfombra de musgo calienta las sombras del bosque. Los tejos de piedras generan pequeños senderos que desaparecen por doquier como un regalo sembrado al azar. Ramas secas durmiendo en su lecho eterno tapando con delicadeza las finas hierbas que ansían absorber cualquier rayo de sol que les empuje a la vida. Los insectos revolotean entre la maleza agreste cantando en silencio las voces de los duendes. El encanto se apodera de un ámbito reservado para los tímidos animales escondidos en su mundo, vigilando a extraños, desbrozando entre las primeras hojas caídas a su suerte, su alimento preferido.
Allí están las reinas del lugar. Unas de colores vivos, rojos con pintas blancas, inspirando las casas que se pintan en los cuentos de enanitos. Otras blancas, inmaculadas, atractivas hasta hacer caer en el pecado, tentadoras como el mismo diablo que sonríe al débil para que se abandone en sus brazos. Marrones, oscuras, enormes, atrompetadas, pedorreras, obesas con estómagos de mullido verde amarillento. Paraguas agrietados, espesos, sugerentes. Sombreros violetas altivos, solitarios orgullosos por ser tan únicos. Pequeñas, unidas en dibujos de senderos.  Tímidas, escondidas bajo las viejas hojas y todas salpicando esa ladera mágica  del rey monte.

            En un recodo, sin nombre, tras el tronco de un roble anodino emerge la gran buscada, la que disfrutaban los césares, no sin antes darlas a probar al esclavo para evitar la mortalidad que producían sus competidoras, aparece el color amarillo dorado sobre un tronco que soporta un ovoide delicioso, la reina de todas ellas, la amanita caesarea o yema de huevo. ¡Qué placer!

domingo, 2 de noviembre de 2014

Noche de ánimas

            En Trasmoz se celebra la noche de las ánimas. Desde primeras horas de la mañana la gente acude a la plaza del pueblo a vaciar calabazas y recortar en su corteza los ojos, la nariz y la boca por la que saldrá la luz de una vela. Por la tarde dejarán las calabazas a lo largo del camino que une la iglesia con el cementerio. Y también las dejarán distribuida por las calles. Un ambiente espectacular.
La gente acude al pueblo desde diferentes lugares. Muchísimas personas. Un pueblo con apenas setenta personas censadas acoge esta noche a más de mil. ¡Impresionante! ¿A qué vienen? ¿A recordar a los difuntos? Me da a la nariz que la mayoría simplemente se acercan a pasarlo bien. A disfrutar del morbillo del miedo que van a pasar los niños mirando a los que se disfrazan de zombis. A jugar a sustitos que proporcionan los jóvenes y pasar un buen rato. Es más, para que la gente sepa dónde está el follón se ameniza con un pasacalles que va tocando cuatro instrumentos como si de una feria medieval se tratara. ¡Qué bonito!

Da igual que sea la noche de las ánimas, las fiestas del pueblo, el día de las brujas o sanperiquitín. Hay movida, va mucha gente, se puede comer un bocata después de esperar en una larga fila, pues allí se acude. Y yo me pregunto, ¿así vamos a transmitir a las generaciones venideras las verdaderas tradiciones que recibimos de nuestros mayores? Las celebraciones de los días relevantes del año se están convirtiendo en puro consumo. Poco a poco se ha convertido en el único dios que adora todo el mundo: el dios consumo. Consumo luego existo. No consumo, no soy nadie, he muerto. Pienso que para adorar a ese dios más vale ser ateo.

miércoles, 29 de octubre de 2014

¡PALABRA!

            Palabras. Hablar aquí y allá. Decir innumerables cosas por el mero hecho de llenar vacíos en la comunicación. Contar historias cargadas de fantasías o llenas de estereotipos. Emitir sonidos guturales para demostrar una presencia.  Combinar un sinfín de asonancias y consonancias engarzándolas unas con otras como si de un puzzle se tratara. Hablar por hablar.

            Palabrería. Desde el comienzo de la comunicación con el otro se puede saber de antemano, que lo que va a decir no tiene relevancia alguna. Tiempo atrás, la falta de  coherencia redujo considerablemente la credibilidad y por ello ahora necesita el aval de los hechos. Engendrada en la duda la sospecha se convierte en cedazo para la interpretación de las palabras. Adentrados en este terreno el barro en la comunicación se petrifica y el retraimiento o la frivolidad se instalan en las relaciones.

            Palabra. Afirmación que, muchas veces, pretende llamar la atención de quien escucha y pretende diferenciarla de la palabrería. Indica sinceridad y convencimiento personal profundo. Deseo de convertirla en la realidad desde el mismo instante en que se pronuncia. Aboca al cumplimento del compromiso contraído. En caso contrario la persona que no cumple su palabra se le tilda, y con razón, de hombre o mujer de “poca palabra”.

            Los medios de comunicación han influido, de alguna manera, en confundir los valores y creencias personales con juegos de ideas, sentidos, palabras… La sensación de sentirse manipulado constantemente por los poderes políticos, económicos o sociales  se apodera de las personas sencillas y concluyen sus reflexiones diciendo: “Todo es una mentira”.


            Revalorizar el contenido profundo de la palabra es luchar contra la manipulación y la falsedad. La palabra no es una parte desmontable de la persona, sino que expresa y comunica el ser en su totalidad. ¡Palabra!

viernes, 24 de octubre de 2014

Compromiso


            Hoy día no está de moda la palabra compromiso. Promesa que se realiza a alguien  y con el cual se asume el cumplimiento de una obligación. El razonamiento interno más común es “Para qué me voy a comprometer si no tengo claro que lo pueda cumplir”. Esta suele ser la razón esgrimida por mucha gente para no implicarse en un tema. En el mejor de los casos se hacen promesas pero sin el aval de su desempeño. “Lo intentaré, aunque no te garantizo que lo haga”. La verdad es que ante esta postura casi sería mejor guardar un discreto silencio. El compromiso es una declaración de principios sobre todas las áreas de nuestra vida, el trabajo, la familia, los amigos, la economía, la política... Muestra a los demás la obligación contraída para cumplir lo que se ha dicho respecto a algo. Existen diferentes niveles de compromiso y cuanto más grave sea mayor exigencia ejercerá en quien lo asume. La convivencia en una sociedad se fundamenta en las relaciones comprometidas de sus individuos porque el bienestar social no se concibe sin la colaboración entre sus componentes. Continuamente se están produciendo acuerdos, pequeños contratos ya sean escritos o verbales, explícitos o implícitos, fruto de las conversaciones que mantenemos con los demás. Por ejemplo si yo le digo a un amigo que mañana le llevaré el libro que me prestó, él espera que cumpla lo dicho. De lo contrario comenzará a dudar de mi palabra y por tanto mi compromiso se verá dañado en un futuro. El coraje de mostrar a los demás nuestras intenciones crea lazos fuertes en las interacciones personales, pero además es digno de admirar si conseguimos evidenciar la correlación que mantenemos entre las palabras y los hechos.
De "Caminar a tientas"

miércoles, 22 de octubre de 2014

Coherencia

Vivir con coherencia supone mantener una actitud positiva ante la vida. Sostener una actitud negativa ante la vida abocaría a la muerte. Si realmente se fuera coherente quien no cree en la vida en qué cree, si no es precisamente en la muerte. Creer en la bondad de las personas y favorecer las circunstancias que hagan de este mundo un lugar más humano. No hacer trampas a nadie, ni caer en la mentira, seas visto o no. Trabajar con honestidad, intentar hacer las cosas bien porque siempre puede haber alguien que podrá beneficiarse del trabajo bien realizado, es la manera más llana de acercarse a la verdadera coherencia. También exige ser benévolo con los defectos de los demás, especialmente si los comparamos con nuestros propios defectos. Es preciso mantener una manga ancha para saber comprender a quienes no actúan como quisiéramos y mantener una postura crítica con nosotros mismos para poder mejorar nuestras cualidades e ir abandonando los defectos personales. Dicho de esta forma quizás se pueda pensar que la coherencia es prácticamente la perfección. No es exactamente así pero encauza el camino que te lleva a ser mucho mejor de lo que crees.
De "Caminar a tientas"

domingo, 12 de octubre de 2014

ACEPTAR LAS PASIVIDADES DE DISMINUCIÓN


Esperar que mañana irá mejor es un deseo natural de la persona. Pero se necesita diferenciar entre deseo y realidad. El deseo invita al crecimiento y la realidad limita la dimensión, cualquiera que sea. Cuando la realidad es contrastada repetitivamente, el deseo puede quedarse en pura fantasía que desemboca en frustración.

Ejemplo: Deseo correr la maratón que se ha organizado en la ciudad. Necesito un plan de preparación física anterior a la carrera. En tiempos pasados fui capaz de llegar a la meta. Ahora no me importa tardar un poco más. Tengo 85 años. El deseo de realizar la maratón quizás me empuje a realizar más ejercicio físico que lo que hago habitualmente como es caminar unos 200 metros. Es decir que invita a la superación, a incrementar unos metros más mi paseo diario.

Confundir el deseo con la realidad puede producir frustración, seguro. Aceptar la realidad, 85 años. Es aceptar las pasividades de disminución. ¿Para qué ir al médico a que me quiten la artrosis que soporto desde hace  20 años y así pueda correr unos kilómetros? Es más sencillo asumir la realidad que pelear con la frustración.

Integrar la superación y el éxito en nuestras vidas se lleva muy bien, es satisfactorio, enorgullece, humaniza. Asumir el decrecimiento, el fracaso tiende a rechazarse de plano, es insatisfactorio, produce tristeza, se suele esconder para que nadie se entere y se dé cuenta.

¿Acaso no es también un distintivo revelador e innato del ser humano? ¿Por qué se tiende a deshumanizar el decrecimiento?
Theilard de Chardin insinuaba en su libro El medio divino la importancia de encontrar un sentido a esas pasividades de disminución. El dolor es la percepción vital de nuestro “menos-ser”, cuando éste se agrava, o se alarga.  Quizás así podamos comprender mejor el misterio de la propia razón de vivir.

Rafa Roldán