Hoy día no está de moda la palabra
compromiso. Promesa que se realiza a alguien y con el cual se asume el cumplimiento de una
obligación. El razonamiento interno más común es “Para qué me voy a comprometer
si no tengo claro que lo pueda cumplir”. Esta suele ser la razón esgrimida por
mucha gente para no implicarse en un tema. En el mejor de los casos se hacen
promesas pero sin el aval de su desempeño. “Lo intentaré, aunque no te
garantizo que lo haga”. La verdad es que ante esta postura casi sería mejor
guardar un discreto silencio. El compromiso es una declaración de principios
sobre todas las áreas de nuestra vida, el trabajo, la familia, los amigos, la
economía, la política... Muestra a los demás la obligación contraída para
cumplir lo que se ha dicho respecto a algo. Existen diferentes niveles de
compromiso y cuanto más grave sea mayor exigencia ejercerá en quien lo asume.
La convivencia en una sociedad se fundamenta en las relaciones comprometidas de
sus individuos porque el bienestar social no se concibe sin la colaboración
entre sus componentes. Continuamente se están produciendo acuerdos, pequeños
contratos ya sean escritos o verbales, explícitos o implícitos, fruto de las
conversaciones que mantenemos con los demás. Por ejemplo si yo le digo a un
amigo que mañana le llevaré el libro que me prestó, él espera que cumpla lo
dicho. De lo contrario comenzará a dudar de mi palabra y por tanto mi
compromiso se verá dañado en un futuro. El coraje de mostrar a los demás
nuestras intenciones crea lazos fuertes en las interacciones personales, pero
además es digno de admirar si conseguimos evidenciar la correlación que
mantenemos entre las palabras y los hechos.
De "Caminar a tientas"
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