Deseamos con ansia vivir momentos de
placer absoluto y solemos experimentar una sensación de que siempre falta un
paso más para disfrutar en plenitud. Sintonizar con la propia esencia del ser
humano recogida en la belleza no está al alcance de cualquiera. Dejar volar a uno de los sentidos, por
ejemplo la vista, el oído o cualquier otro, hasta confluir con un estallido de
felicidad significa vibrar con una de las aspiraciones humanas más genuinas:
tocar la ontología utópica. ¿Cómo calibrar esa realidad misteriosa? Cuando
viajamos disfrutamos contemplando un paisaje bello. Nos atrae la belleza de una
mujer o de un hombre. Sentimos el placer cuando escuchamos la melodía de una
música. Cualquier percepción de lo perfecto en nuestras sensaciones nos impulsa
a disfrutar felizmente y deseamos que ese momento no acabe nunca por el placer
que nos produce. Sin embargo, sabemos que es demasiado perecedero y pronto ese
estado de bienestar pasará, dejando nuestro ser hasta el nuevo encuentro, a
otra situación que nos transporte de nuevo a experimentar un cachito de
felicidad, tantas veces perdida.
La
abundancia excesiva de un momentáneo placer puede contribuir a embotar el resto
de los sentidos que disponemos para deleitarnos con amplitud de la belleza. Se
aprecia mucho mejor el valor de las cosas cuando se ha experimentado la
carencia de ellas. Imaginemos que estamos de visita en un museo de renombre y
en una sala amplia se exponen numerosos cuadros del célebre pintor Goya.
Instantes antes acabamos de haber contemplado ocho salas con pinturas clásicas
de otros grandes autores pictóricos. Posiblemente apenas nos detendremos en
analizar y disfrutar de la belleza de uno solo de los cuadros del pintor
aragonés. Sin embargo nos acercamos a la ermita de Muel. Este pueblecito está
ubicado a pocos kilómetros de Fuendetodos, pueblo zaragozano donde se encuentra
la casa natal de Goya, y contemplamos exclusivamente las pinturas de las
pechinas, seguramente apreciaremos con más intensidad la calidad de la obra del
famoso pintor.
Otra
expresión de búsqueda en esta ardua tarea de explorar a tientas un modelo que
nos acerque a la felicidad es la preocupación por la belleza personal, por
ejemplo cuando pone el acento en la forma de vestir. Se desea ir vestido según
unos patrones que los medios de comunicación ya se preocupan de insertar los
modelos a seguir a través de la publicidad. Estos medios de comunicación tienen
bastante influencia en la apreciación de la belleza. Si nos referimos a la distinción
de una persona bella, ésta se valora si se adecúa al estereotipo marcado por la
sociedad. Es decir uno está guapo o feo en función de su fidelidad a la moda y
por supuesto, hay que gastarse ingentes cantidades de dinero en el vestido y
sus complementos respectivos. Así la belleza no emerge desde dentro de la
persona sino que llega del exterior invadiendo la libertad de ésta. La
percepción sensorial de la hermosura es el resultado de la confluencia de
múltiples factores, la figura del cuerpo, la concepción de belleza admitida en
función de la zona geográfica donde se vive, la visión personal subjetiva de la
persona que la valora, etc. Pero siempre estamos hablando de una percepción
exterior de la belleza. Hay gente encantadora, que a primera vista, no parece
tener una hermosura extraordinaria, pero una vez que se le conoce con más
intensidad, comienza a desprender por todos los poros de su ser una energía
especial que la convierte en una persona realmente bella. El cuento de La bella y la bestia expresa esta idea
con una simplicidad inmejorable, la belleza habita especialmente en el interior
pues está fundamentada en la virtud.
De “Caminar a tientas”
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