Cada recorrido que
realizamos hacia la búsqueda del bienestar se agota al instante siguiente de
haber alcanzado la meta. Lo comprobamos en la satisfacción de los deseos. Por
ejemplo, el coche familiar es un poco pequeño y queremos tener otro con más
amplitud, con el maletero más grande, que consuma menos gasolina. Desde el
instante en que se cumple nuestro sueño porque ya hemos vuelto del
concesionario de automóviles con el flamante coche, el placer de tener la
posibilidad de utilizar el mayor volumen interior, gastar menos en combustible
e ir más con más comodidad en los viajes de familia, parece que se olvidan
estas nuevas prestaciones y, como ya hemos conseguido el objetivo deseado,
encontrar otro coche con mejores prestaciones, el interés cambia de
focalización en busca de nuevos deseos. La insatisfacción se apodera de otro
aspecto del bienestar. Nuestro interés por llegar a disfrutar de la felicidad
plena va menguando paulatinamente, en cada reto conseguido y esto hace que nunca
queda satisfecho nuestro ser. Cada época de nuestra vida tiene sus hitos de
esperanzas y aspiraciones. De niño se quiere llegar a ser mayor, en la juventud
encontrar el amor más grande de su vida, de adulto estabilizarse en un trabajo
satisfactorio, vivir en la casa de sus sueños, etc. y, cuando se van cumpliendo
estos deseos, resulta que se encuentra frente a sí mismo ansiando la esperanza
de llegar a encontrarse plenamente con la felicidad absoluta todavía
inalcanzada.
Mientras no se descubra ese
espíritu superior que cargue de sentido último a todos los bienestares que
conforman el trayecto de la felicidad, el sinsentido de nuestros actos mellará
la energía que nos impulsa al encuentro de la transcendencia deseada. Cuando se
abandona esa búsqueda sólo queda, como una especie de consuelo, un por si
acaso, el carpe diem del poeta Horacio: aprovecha cada momento como si fuera el
último de tu vida. ¿Qué podemos ser para que nos llene la vida sabiendo que
vamos a morir? ¿A quién adorar que nos
indique la buena dirección y nos proyecte al infinito que nos resistimos a
perder? Contestar estas dos preguntas, ni es fácil ni me siento en condiciones
de tener la certeza de hacerlo con acierto. Me limito a reflexionar en voz
alta, subiendo el tono de un grito en el desierto inhabitado, por el que rara
vez pasa alguien cerca de ti. Lo hago porque me da a la nariz que no estoy solo
en este mundo con mis dudas, sino que hay muchas más personas como yo que
intentan hallar sus propias respuestas.
De “Caminar a tientas”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión me interesa mucho.