El poder de la “borregresía”
Hoy está prohibido pensar. La capacidad
que tiene el ser humano de formar ideas en su mente y relacionarlas entre sí. La
facultad de realizar abstracciones de la realidad o elaborar procesos
racionales del intelecto. O, simplemente, la expresión a través de la palabra
de los sentimientos o sensaciones que se producen en el ser humano a cada
instante de su vida, no se pueden expresar con libertad.
Nos tienen engatusados con palabras
huecas a las que se debe pleitesía, cuando no sumisión absoluta. Los poderes
fácticos financian a los medios de comunicación para que se encarguen de
transmitir a la población lo que son valores y contravalores. Las ideas que son
aceptables y las que deben ser rechazadas de forma radical. Las televisiones
utilizan los servicios informativos, las tertulias e incluso la programación de
las series, películas o concursos para que puedan ser útiles a la consecución
de los objetivos manipuladores de la sociedad. Y estos objetivos,
principalmente se ciñen al lema: “Nosotros nos encargamos de todo y tú no
tienes que pensar”.
Para ello todo el mundo tiene que estar
controlado, en base de datos, conectado al móvil y geo-localizado. Debe utilizar
sólo la tarjeta electrónica y cobrar el sueldo a través de transacción bancaria.
Debe tener centralizado su historial sanitario, la medicación que recibe, las
operaciones que le han realizado y el calendario de vacunas. Hacienda es
sabedora de todos los movimientos económicos que realiza el ciudadano para
sustraerle parte de su dinero. La excusa es perfecta. Lo “público” se antepone
a lo privado.
Los movimientos autodenominados sociales
están aprovechando estas circunstancias para llevar el ascua a su sardina. Lo
público, el estado, el poder único y el pensamiento también único y universal. Hay
que conseguir transformar a la sociedad en una “borregresía” o conjunto de
borregos que siguen a un pastor. Toda oveja que se desmande será apartada del
rebaño, aniquilada o cuando menos, despellejada para escarnio y ejemplo a sus
congéneres.
En esta tarea de aborregamiento
contribuyen las redes sociales especialmente. Twitter, Facebook, Instagram,
Youtube, etc… En estos momentos ya deciden qué declaraciones de presidentes de
gobierno pueden ser difundidas y cuáles no. Las redes se están erigiendo, en la
referencia absoluta de lo que es un valor o un contravalor. En lo que es plausible
o rechazable. En lo que es bueno o perverso. Ético o inmoral. Están consiguiendo
expedir el carnet al ciudadano con el título de apto o no apto para pertenecer
a esta “borregresía”. Si no consideran al ciudadano apto, lo censuran, le
quitan seguidores, o cierran su cuenta. Si es apto, lo promocionan como
influencer, puesto que contribuye a la consolidación de la borregresía.
Antes había una distinción clara entre “progres
y retros”. El progre se suponía que
buscaba la innovación, el pensamiento divergente, la creatividad, etc. Mientras
que el retro le gustaba más lo tradicional, amaba las costumbres y repetía lo
que había aprendido en generaciones anteriores. Ahora solo se puede ser “borregre”.
Hace lo que dice la mayoría. A mayor cantidad mayor razón. No se cuestiona
absolutamente nada. Lo público es bueno, lo privado es malo. Repite el eslogan de moda. Se hace fotos a sí mismo,
una y otra vez en busca de “likes” y cree en las empresas que se encargan de
decir cuáles son las falsas noticias.
La filosofía o el amor a la sabiduría
es cosa de antaño. ¿Para qué pensar si no se puede hacer nada? Y si se piensa
que sea en voz bajita, no vaya a ser que se discrepe de la “borregresía” y
anatema seas, condenado a las mazmorras del ostracismo.
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