Atentos, caídos en la
mañana,
cabizbajos, frente al papel
dormido.
La punta del bolígrafo
rozando los labios
para atraer un pensamiento
que rasgue el blanco
escritorio
mañana de septiembre, otoño.
El ruido se derrama en el
asfalto
como las sombras de esa
nube mágica
que el cielo ha dejado en
la ciudad.
Siseo que pones melodía
al silencio del aula.
¡Despierta muchacho! Ha
llegado el día.
El profesor entra en el
aula,
los alumnos le miran por
primera vez
observan sus vaqueros, edad
y zapatos de piel.
Primeras palabras de
hilaridad,
saludos atentos, cercanía
en los gestos,
para caer bien.
Sonríe buscando
complicidades
en las que apoyar su
sensatez.
Muestra sus mejores
encantos,
explica sus pretensiones
personales,
reflexionadas, variadas y
exigentes
de la cabeza a los pies.
Todos le miran en silencio.
Expectantes por ser el día
primero.
Agradar, al menos una vez,
a este profesor novato
que se encuentra frente a
ellos
y acaban de conocer.
De "Recetas de aula"
Rafael Roldán
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