“Dijo, entonces, un maestro: Háblanos
del Enseñar.
Y él respondió:
Nadie puede revelarnos más de lo que
reposa ya dormido a medias en el alba de nuestro conocimiento.
El maestro que camina a la sombra del
templo, en medio de sus discípulos, no les da de su sabiduría, sino, más bien,
de su fe y de su afecto.
Si él es sabio de verdad, no os pedirá
que entréis en la casa de su sabiduría, sino que os guiará, más bien, hasta el
umbral de vuestro propio espíritu.”
He
releído a Khalil Gibran, en su libro El profeta, el texto
señalado anteriormente. Sobre él
reflexiono en voz alta en medio de éstas
páginas.
“El
maestro ... da... de su fe y de su afecto. Os guiará hasta el umbral de vuestro
propio espíritu”. ¡Vaya descripción de funciones para quien se precie de ser
maestro!
Primero dar de su fe. Supongo que
antes deberá saber su credo personal y, además, querer manifestarlo a los otros
como entrega gratuita de aquellos valores que son guía en sus líneas
fundamentales de vida. Y añade también:
de su afecto. Esto es, de su cariño. Si no entiendo mal, parece que
intenta decir K. Gibran, el maestro es
quien transmite y entrega sus propios valores con afecto. De esta manera guiará
a sus discípulos hasta las puertas de lo más profundo de su ser.
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