Se está perdiendo el don y el valor de la palabra. La
palabra era la fuente principal de las relaciones y la firma del compromiso.
Recuerdo las palabras cariñosas de mi madre, las afirmaciones éticas de mi
padre, los consejos de los vecinos para que no me hiciera daño y advirtiera el
peligro, los saludos sencillos, “buenos días”, “buenas noches”, ¿qué tal está
usted?, por favor, muchas gracias, sería tan amable de… La palabra enmarcaba la
cortesía para abrir las puertas del otro, marcaba la linde del respeto que le
corresponde a cada ser. Al mismo tiempo tenía un significado profundo para
todos. Se decía esa persona es una persona de palabra, ello garantizaba que la
confianza que se podía depositar en ella estaba a prueba de todo. Los contratos
se firmaban dándose un apretón de manos y bastaba la palabra dada para asegurar
el cumplimento de lo comprometido en el pacto. Me estoy dando cuenta que ahora
las cosas no son así. La gente dice una cosa y lo contrario al mismo tiempo.
Todo vale y todo se puede justificar en función de la conveniencia temporal.
Cada día aumenta el número de abogados y cada vez tienen más trabajo por la falta
de palabra en la que se mueve la sociedad actual. Los triunfadores son aquellos
que encuentran rendijas en la justicia y los perdedores quienes se fían de la
bondad natural de la humanidad.
De “El mago Mangarín”
Rafael Roldán
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