Vivir y sentir la educación
es clave en cualquier proceso educativo. El profesorado que es capaz de transmitir serenidad, sonrisa y calma
está facilitando el crecimiento personal de sus educandos. En las aulas se tiene
que respirar un ambiente de armonía, frente a las tensiones y el exceso de
estímulos que, ya de por sí, llevan los educandos. El profesorado tiene como
misión crear el espacio educativo donde se pueda contemplar el horizonte y
cuando el corazón está agitado y las emociones descontroladas, resulta muy
complicado. Por estas razones, tiene tanta relevancia la estabilidad emocional
en la personalidad de un docente.
Los profesores necesitan disfrutar de cada tarea y sentirla alineada con sus
propios sueños. Compartirla con los alumnos a su cargo, describir sus
esperanzas y sus logros. Contagiar de esperanza a quienes esperan lo mejor de
esta vida. Y, sobre todo, a celebrar los pequeños éxitos de superación, de
consecución de sus expectativas.
Expresar con serenidad los fracasos y apoyarse en ellos para volver a
intentar sacar adelante el proyecto imaginado. Los profesores deberían enseñar
a los alumnos a equivocarse frecuentemente, porque cuantas más veces caigan en
la cuenta del error, mejores soluciones van a encontrar a los problemas que se
encuentren en su camino.
Se necesita serenidad para conocer las limitaciones humanas y afrontar la
vida como un regalo que sólo podemos disfrutar una sola vez. La serenidad está
ligada a la alegría. Cuando se están viviendo situaciones de tensión, de
competitividad, de violencia es imposible enseñar y, menos aún, educar. Cuanta
más alegría se porta en el corazón, significa que se está más de acuerdo con
nosotros mismos y ello es el mejor indicativo de la armonía personal. Yo creo
que la sonrisa sincera expresa fantásticamente esa alegría interna.
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