Hoy es un día extraordinario para soñar con los libros. He recopilado aquellos con los que he disfrutado muchísimo antes, durante y después de escribirlos. Felicito a todos los Jorges y a quienes hacéis de la lectura una pasión. ¡Ánimo y fuerza para salir de esta pandemia! Un fuerte abrazo
Vivir y sentir
Etiquetas
Vidaconsentido
(68)
Poesía
(56)
Mis libros
(49)
Educación
(48)
Vergüenzas
(44)
Autoestima
(23)
vivirysentir
(15)
Felicidad
(7)
libertad
(6)
poder
(6)
sentir
(6)
leer
(5)
borregos
(4)
medios comunicación
(4)
paz
(4)
Contacto
(3)
partidos
(3)
responsabilidad
(3)
derechos
(2)
necedad
(2)
redes
(2)
relato
(2)
sumisión
(2)
vivir
(2)
Falta de confianza
(1)
Microrelato
(1)
deberes
(1)
distancia social
(1)
medios de comunicación
(1)
palabra
(1)
sociedad de emperadores
(1)
violencia
(1)
virus
(1)
jueves, 23 de abril de 2020
miércoles, 15 de abril de 2020
¿Qué ley impide que yo salga de casa?
Si
alguien me pudiera explicar –sin llevarme a la esquizofrenia- qué ley actual impide que yo salga de casa,
se lo agradecería mucho.
-Puedo salir a pasear al perro, doy unas vueltas por
donde al perro le apetezca y a casa. No pasa nada. Si voy solo, sin perro, por
donde yo quiera, me pueden multar. Debe ser porque el perro se hace responsable
de mis actuaciones.
-Puedo ir a trabajar a una empresa del metal que dista de mi casa más de
30 km. Trabajo durante 8 o más horas con otros compañeros de trabajo y vuelvo a
casa. No pasa nada. Pero si voy labrar a mi huerto, allí no hay nadie, que dista 20 Km de mi domicilio habitual,
me pueden multar. Si quiero coger una borraja me tengo que desplazar a un
centro comercial o a la verdulería y en la calle, esperar en la fila a que me
toque entrar.
-Puedo ir a la farmacia. Voy compro unas pastillas juanolas o una crema
hidratante y a casa. No pasa nada. O comprar
el pan. No pasa nada. Allí veo a la farmacéutica, o al panadero según sea
el comercio y hablo con ellos.
-Puedo ir a visitar a mis padres ancianos, ver si necesitan algo.
Hacerles la compra o limpiarles el baño. No pasa nada. Pero no puedo ver a mi
hija, que vive en el otro extremo de la ciudad y aunque lleve una bolsa de
plástico, no cuela.
-Puedo ir solo en mi coche y
no puedo llevar un acompañante. Pero si cojo un taxi, no pasa nada. Parece ser
que el taxista va fuera del habitáculo automovilístico y es totalmente inocuo.
Porque el problema está en la finalidad de mi viaje. Que el virus es muy listo
y lo sabe todo.
-Estoy geolocalizado con el
móvil. El gobierno controla las redes a través de la Oficina de Coordinación
Cibernética y el control de bulos a través de las agencias Maldita o Newtral.
Todos los días da ruedas de prensa en la tele con los diferentes ministerios.
Las preguntas las dirigen los medios de comunicación afines al gobierno. Culmina
la actuación informativa con la comparecencia del Presidente en las noticias de
fin de semana y da un mitin de más de una hora. En el Parlamento no se contesta
a las preguntas de control al Gobierno. No pasa nada.
Parece razonable lo siguiente:
-Me gustaría que me hicieran un test para saber si estoy
infectado, pero no hay manera de conseguirlo. Si eres asintomático tienes que
ser ministro para ello.
-Llevo mascarilla (la mejor que he conseguido), guantes, y un bote de alcohol o desinfectante. Friego con legía
manillas, tiradores, suelos, etc. Zapatos desinfectados, si he pisado fuera de
mi casa.
-Guardo la distancia de
seguridad de 2 metros.
-Y, por supuesto, evito salir de casa por encima de
todo.
No tengo claro que este decreto
de confinamiento pueda limitar mi libertad para salir de casa. A no ser que
convenga a los poderes públicos usar el miedo
y mi privación de libertad
para lo que les dé la gana.
jueves, 9 de abril de 2020
Bécquer y la luna
Unos pasos, apenas perceptibles,
remueven pequeños guijarros en el camino al cementerio. Zapatos de charol.
Calcetines de puntillas, blancos también, como la clara luna y el vestido de
comunión que la envolvía. El cabello sobre sus delicados hombros femeninos,
ensortijado en bucles de oro y arcanos deseos. El sendero del castillo de
Trasmoz se había borrado con el olor del tomillo y el aliento del Moncayo.
Gustavo, el poeta romántico, sentado. Con
una mano sostiene el contador de las horas, de los días y de las eternas
esperas sin nombre. En la otra, esas cartas inéditas que un día leerán tantos
ojos ávidos de la belleza. La mirada reposada, en lontananza, fantaseando con
el silencio monacal del monasterio de Veruela. Envuelto en su capa, amiga de
inviernos y senderos, nota una presencia a sus espaldas. Una mano gélida toca
su hombro y el escalofrío hace crujir los cimientos de la fortaleza.
Vibraciones que llegaban al mismísimo nigromante que la construyó.
-No temas amigo. He bajado de la
ardiente luz clara, para sentarme a tu lado, y soñar, en este espacio maldito
para creyentes, en esta bruma esotérica de brujas y embrujos, de queimadas y
locura, de placer y poesía.
martes, 31 de marzo de 2020
El líder trepa
Una
de las características físicas de los monos es que tienen la facilidad para
trepar o desplazarse en los árboles. La mayoría de ellos aprovechan esa
cualidad para dominar el territorio donde se encuentran. En cualquier tipo de
sociedad ocurre algo parecido. Existen individuos que tienen la capacidad de desarrollar unas cualidades mejor que sus
congéneres y se aprovechan de dichas habilidades para ejercer el dominio o influencia
sobre ellos.
Algunas personas, además del mayor o
menor parecido físico o semejanza con los primates, dedican sus mejores
esfuerzos para trepar a lo largo de la escala social. Consideran que,
encaramarse por encima de sus semejantes, les proporciona ventajas y beneficios
a los que no están dispuestos a renunciar. A
los denominados “trepas”, les distingue la carencia de valores altruistas y
el exceso de egocentrismo. Se autocalifican implícitamente, como maravillosos y
no permiten que nadie brille más que ellos.
La
máxima personal en la consecución de objetivos es realizar todo lo que sea
posible para figurar por encima de los
demás. No les importa a quien maltraten o pisen, ni las nefastas
consecuencias de las acciones que ejerzan. Si necesitan mentir, se miente. La
coherencia personal se cambia por la adaptación a lo que conviene para subir.
Lo mismo da Diego que digo, sí o no, blanco o negro con tal de quedar bien,
sumar puntos, aparecer como oportuno o bueno.
Poco a poco van encaramándose aplastando
las cabezas de sus iguales. En aras de cumplir la misión que les ha encomendado
el líder, ese gran mono que se encuentra en la cúpula de sus sueños. Bien sea
por su dinero o, normalmente por su poder. A este gran mono lo adoran y, por
tanto, todo honor y toda gloria. Porque
esas son dos de sus principales consignas: honor y gloria. Honor, como la cualidad que impulsa a hacer lo correcto, el deber
moral. Gloria, como felicidad máxima
que cumple la voluntad de su líder. Honor y gloria que ha definido el líder
como la fidelidad a sus directrices en ciega obediencia.
El gran mono omite,
es decir se calla de manera voluntaria, la creencia personal de sentirse el
mismísimo dios. El gran mono, por excelencia. El salvador de todos los monos trepa que existen bajo sus pies. A
todos aquellos que no siguen sus reglas se les corta la rama donde pisan y caen
al suelo estrepitosamente.
Para llegar a ser
gran mono se necesitan monos pequeñitos. Lo grande no existe sin lo pequeño. El
gran mono será más grande cuantos más monitos le imiten. El gran mono desaparecerá cuando no haya monitos que le sigan. Al
gran mono le gustan los fastos, las ceremonias, las corbatas, las
condecoraciones, las medallas, los fuegos artificiales, “los don y los din”,
especialmente los “din-eritos”. Las reverencias y las eminencias, las coronas
de todo tipo, los birretes con borlas, báculos y varas de mando, togas con
esclavinas y boatos. Glorias y fuegos fatuos que confundan al vulgo. Luces y
timbales que anuncien el honor y tapen el horror y el error.
Los pobres monitos trepas son los encargados de servir y
preparar la gran fiesta del gran mono. Acuden por imperativo legal a los actos de
adoración y de oración, si fuera necesario. A inclinar su cuerpo en señal de
sumisión, a clavar las rodillas en el mármol de Carrara que ha despilfarrado el
gran mono. A oler su trasero y tragarse sus excrementos a cambio de escalar a
una ramita más alta. Y de esa manera, podrán pagar las letras del todoterreno
recién comprado, o la hipoteca de la casa, o las clases de piano para el niño,
o los fines de semana esquiando en la nieve.
Los monitos trepas solo deben asentir, en todo, al líder.
De lo contrario perderán la zanahoria que les ha puesto delante de sus narices
y de paso también perderán el coco. Poquito a poquito, Despacito… como entona
la canción de Luis Fonsi. Hasta quedarse
sin criterio y pensamiento propio. Llegados a este nivel de sumisión, son totalmente
irresponsables, es decir, incapaces de responder por nada. Simplemente se
limitan a imitar al gran mono y ser monitos, que para eso les pagan. Son unos
mandados, unos pagados. Eso sí, casi a la altura del gran mono. Tal vez, un día
consiga el monito trepa ascender al
puesto del líder trepa.
viernes, 20 de marzo de 2020
¡APLAUDIR!
Aplaudir a todo el personal sanitario, personal de limpieza,
celadores, servicios de ambulancia, personal de mantenimiento, administrativo,
auxiliares, enfermería, médicos, etc… Agradecer con el mayor cariño. Apoyar con los medios a nuestro alcance.
Corresponder con generosidad y reconocer su esfuerzo, su vocación de servicio. ¡APLAUDIR!
Aplaudir a los servicios de emergencia, al 061 y al 112,
protección civil, a la policía con el apellido que le corresponda, a la guardia
civil, a la UME y a los militares, a los funcionarios y a todas las personas
que en estos momentos están prestando un servicio a la sociedad. Con el mismo
cariño y generosidad. ¡APLAUDIR!
Aplaudir a todas las personas que realizan su trabajo. De
alguna manera están contribuyendo a mantener los servicios básicos agua,
electricidad, alimentos, medicinas, etc. En silencio, con preocupación y miedo,
como la mayoría de la población, pero con responsabilidad. ¡APLAUDIR!
Aplaudir a todas aquellas personas que me resultaría difícil
enumerar por mi desconocimiento de su labor y que seguramente será muy
importante. ¡APLAUDIR!
Porque aplaudir es animar a todo el mundo. Es inocular un
virus bueno que genera esperanza, ganas de luchar, esfuerzo por conseguir un
fin. Ovacionar a quienes están interesados por el bien común, por salir del
barro en el que nos encontramos. Aplaudir no es hacer ruido, protestar,
manifestar queja sobre algo o alguien. Aplaudir es felicitar, premiar,
estimular positivamente para mejorar lo que ya se está haciendo. ¡APLAUDIR!
domingo, 15 de marzo de 2020
Un poco de sentido común
Un poco de sentido
común
No nos
volvamos locos. El coronavirus está presente. Es una realidad. Se contagia a
velocidades vertiginosas. Y, aunque todo el mundo lo sabe, no sé si se toma en
serio y con sentido común.
Si las
autoridades médicas explican qué es lo más adecuado para vencer al virus, pues
hágase. Sin pensar que esas recomendaciones son para los demás y no para mí. No
hay excusas que valgan.
Se queda uno
en casa y punto. No se trata de protegerse pensando en uno mismo. De nada sirve,
si el resto de la población está desprotegida. Al final el “listo” que sólo
piensa en sí mismo también se contagiará. Es una cuestión de sentido común.
Tampoco se
trata de coger miedo irracionalmente. Tomar el suficiente como para no tropezar
en la misma piedra. Tenemos ejemplos conocidos en otros países. ¡Pues eso!
El sentido común nos induce a pensar que,
para vencer el virus, todas las personas debemos estar dispuestas a colaborar. Sin
que nos vean, sin que nos multen, sin que nos aplaudan, sin egoísmo. Simplemente
con responsabilidad y aplicando el sentido
común.
viernes, 13 de marzo de 2020
El rey virus
Y, ¿tú quién eres?
No nos han presentado, no te conozco.
Desde que oí tu nombre, empecé a tener cuidado.
Me contaron que traías malas intenciones
y el recelo se instaló en mi casa.
Conseguiste perturbar a los míos.
Ahora me abruman las dudas.
La turbación me está ganando la partida
y tú, te ríes en la sombra, a mis espaldas.
Desconfío. Sospecho que amenazas con quedarte.
Sabemos de tu familia, de tus vecinos
a quienes ya les vencimos.
Recién nacido infundes pavor y pánico.
Ansiedad, angustia, preocupación.
Comienzas a ser verdadera pesadilla.
Te crees rey por tu corona.
Estremece no saber dónde estás escondido.
Cobarde coronavirus.
lunes, 9 de marzo de 2020
Coronavirus
Se cuenta, se
dice que en China un virus real –por lo de corona- está acampando a sus anchas
entre la población. Parece ser una especie de gripe muy contagiosa que solo
afecta a las personas mayores. ¡Vamos! Afectar en el sentido más fuerte. Se van
al otro barrio. Para el resto de la población, pues nada, un resfriadillo del
tres al cuarto. Al mismo tiempo están construyendo a toda máquina hospitales
para tratar al dicho virus, mejor dicho, a las personas que lo padecen. El
médico chino que destapó la pandemia falleció. ¡Qué casualidad! Todo un héroe.
A miles de chinos se les obliga a pasar cuarentena. ¡Qué digo miles, millones! ¡Aquí
no se mueve nadie! Lo ordena la autoridad dictatorial del régimen. ¡Menos mal!
Porque es una de las pocas ventajas de los regímenes no democráticos. Ya se
está difundiendo la noticia de que el número de muertos y contagiados en China
va disminuyendo. Todo un alivio.
En Europa y el
resto del mundo ya se está contagiando del coronavirus, cada país a un ritmo
diferente. Y aquí es donde me encuentro con infinidad de dudas. Si el bicho ese
es tan malo malísimo, por qué no se hace todo lo posible, cueste lo que cueste,
para ganarle la batalla. Creo que no me he enterado bien del tema. Los sesudos
dirigentes científicos y los responsables del gobierno, afirman que hay que
guardar un equilibrio entre el pánico que se puede generar en la población y
las consecuencias económicas de determinadas decisiones. Y para aclararme, me
ponen ejemplos prácticos. Nada de aglomeraciones de personas en eventos.
Partidos de baloncesto, o fútbol a puerta cerrada. Carreras de maratón no, que
pueden venir de fuera y contagiar a los oriundos. Manifestaciones sí, todos
juntitos. Controlar a los que viajan en avión, no. Quienes se acercan a una
sala de espera de un hospital, tampoco. Los policías que vigilan la entrada de
los hospitales van con mascarilla. Las autoridades dicen que las mascarillas
solo las deben llevar quienes portan el virus y el personal sanitario. Como
conclusión final: hay que lavarse las manos las veinticuatro horas del día,
para prevenir. No pasa nada.
Bueno, un
pequeño detalle se me olvidaba. ¿Tendrá algo que ver el coronavirus con la
bajada bestial de las cotizaciones de la bolsa en todo el mundo? Muchas
empresas carecen de suministros para seguir fabricando sus productos. El
petróleo baja su producción, se fomenta el trabajo desde el domicilio familiar,
algunos colegios cierran las puertas durante una temporada. No puedes comprar
una mascarilla en una farmacia, etc… Pero… no pasa nada. Si se nota algún
síntoma parecido a la gripe, tienes fiebre, pues llamas a un teléfono
específico para realizar esas consultas. No puedes hablar con nadie porque el
teléfono, está saturado de llamadas. También puedes llamar al 112 o al 061. Te
recomendarán que no salgas de casa, que te irán a ver. Todo el mundo tiene que
estar tranquilo. ¡Que no cunda el pánico!
Gracias,
muchas gracias por la información, excelentísimos gobernantes. Ahora ya sé qué
es lo que tengo que hacer. Si soy creyente en alguna religión, rezo. Y si no,
espero a las resultas de lo que el destino me tiene preparado.
jueves, 27 de febrero de 2020
Falsedad
Carece de verdad
la falsedad.
Decir lo que no es,
engañifa aparente
del valor podrido.
Estafar con fraude y
embustes adornados
de colores fatuos
que infundan esperanzas.
Dobleces,
tergiversación de los sentidos,
falacias alevosas
o palabras embrolladas.
Paparruchadas, infundios
vertidos al barro público.
Bulos para manejar conciencias,
falsías hipócritas.
Trolas, fingimientos,
imposturas a conciencia.
Disimulos y engaños.
Simples mentiras.
martes, 18 de febrero de 2020
¿Para qué fui a la escuela?
Un solo hombre puede representar a toda la humanidad, y a nuestro personaje le bastó con el análisis sincero y razonado de sus vivencias para saber que el objetivo de la educación (y en eso parece haber un acuerdo unánime), es dotar a los jóvenes de las herramientas más útiles con las que pudieran resolver en el futuro sus particulares vivencias. Tras un lúcido análisis de los mil y un aspectos a los que hay que hacer frente en toda comunidad escolar (responsabilidad, motivación, creatividad, autonomía, autoridad, afecto, autoestima, solidaridad…), el profesor, tutor, psicólogo y orientador Rafael Roldán defiende la sencillez de nuestro tan, aparentemente, complejo objetivo con estas breves palabras: Ser educador no es una profesión, sino una actitud ante la vida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)