La
escuela que quiero es una escuela sencilla. Una escuela en la que los alumnos se acercan a sus maestros para aprender. Y los maestros están encantados de ser
ejemplos vivos para sus educandos. Unas
familias que se sienten responsables de la educación
de sus hijos y una sociedad que muestra su apoyo absoluto a la escuela. Una
escuela que enseña a vivir la vida
con sentido. Una escuela que
no discrimine a nadie por ningún motivo de tipo económico, social o cultural.
No
me gusta la escuela que hemos creado. La escuela actual la hemos programado,
politizado, economizado, ideologizado, profesionalizado, especializado,
utilizado… para conformar un tipo de persona fragmentada, estandarizada,
manipulada y dirigida en función de las conveniencias políticas, ideológicas o
religiosas. Focalizada en los intereses consumistas y productivos. Orientada
fundamentalmente a las demandas profesionales que la sociedad considera en una corta
etapa de la historia.
La
escuela que quiero es una escuela que promueva el pensamiento. Pero la misión
actual del profesorado es cumplir el temario, completar las programaciones,
examinar a su alumnado que ha asimilado lo previsto y comprobar que son buenas
máquinas de memorizar. No hay espacio
para el pensamiento creativo, para generar un discurso nuevo, para la crítica,
para la divergencia y la creatividad.
La
escuela que quiero es una escuela que educa en la convivencia a gestionar las
emociones y los sentimientos. Pero tampoco
hay espacio para ello. Se ha capado la libertad del educador para organizar
cualquier actividad que no esté programada. La convivencia se basa en la
desconfianza. A modo de ejemplo: Si a un educador se le ocurre salir a la calle
con su grupo de clase a realizar cualquier actividad educativa, además de estar
cubierto por un seguro de responsabilidad civil, necesita el permiso del
director del centro, la autorización firmada de los padres de cada alumno, la
correspondiente autorización del departamento de educación, el plan a realizar
en la calle… y no sé cuántas cosas más. Y, a pesar de todo, se puede encontrar
con una demanda si uno de sus alumnos ha
tenido un esguince en un tobillo.
La
escuela que quiero es una escuela en la que los claustros sean verdaderos
ámbitos de debate sobre la educación y no meras reuniones informativas en las
que se utiliza el móvil para pasar el rato. Deseo que la dirección se
comprometa con el profesorado y las familias a mejorar la calidad educativa, en
vez de ser simples gestores de las directrices que les llegan del ministerio de
turno encargado de la educación.
La
escuela que quiero está todavía por llegar.
Rafa
Roldán