Corremos
de un lugar para otro sin saber de dónde venimos y a dónde vamos. ¡Date prisa!
¡Corre! ¡Acelera! La velocidad pasa al primer puesto de la axiología. Se
convierte en un fin en sí misma. De esa manera dilapidamos los momentos
presentes, nos perdemos el disfrute de la belleza del lugar dónde nos
encontramos. Aceleramos y el ruido motorizado de la actividad ensordece la
melodía de vivir con intensidad. De esta manera perdemos la consciencia de todo
los que nos rodea. Solo percibimos el chirriar de las ruedas metálicas del tren
sobre la vía, los frenos del autobús que nos recoge en la parada, el motor del
ascensor, el traqueteo de la lavadora, el vapor de la olla exprés, las
notificaciones del whatsapp o el golpetazo de la puerta del vecino. Y nos
perdemos el canto del ruiseñor escondido en los setos, el silbido del viento
entre rendijas, los colores irisados que derrama el sol sobre la escarcha
matinal o la sonrisa del niño que sube al tobogán.
¡Qué maravilloso es encontrar un remanso de paz! ¿No has
buscado, en muchas ocasiones, un espacio de tu vida en el que sientas la
felicidad? ¿No has necesitado dejar la cotidianidad y soñar en un lugar, un
ambiente, un espacio donde tú realmente seas tú? ¿Nos has comprobado, en algún
momento de tu existencia, cómo lo esencial de tu vida se escurre como el agua
entre las manos?
Todo
se consume en un abrir y cerrar de ojos. Nos fijamos en los latidos del corazón
solamente cuando el cuerpo nos avisa de que algo no va bien. Contamos las
pulsaciones con el ansia de que estén en los márgenes de su funcionamiento
normal y, sin embargo, pasan desapercibidos cuando fluyen al compás del
diapasón que marca el ritmo de la existencia.
Tal
vez caminemos hacia ninguna parte donde nadie nos espera. La carencia de
metas produce generalmente mucha inseguridad. La nada, el vacío, el abismo
enfocado al futuro personal no es nada atractivo. El ansia de eternidad que
tenemos incrustada en lo más hondo de nosotros nos empuja a buscar
permanentemente algo que dé sentido a nuestro ser. Y cada uno tratamos de
encontrarlo a nuestra manera, sabiendo de antemano que nadie nos va a dar
ninguna respuesta fiable y segura.
Tenemos claro que el tiempo es el
regalo más importante en nuestra vida. No deseamos perderlo en cosas que, aparentemente son tonterías. No
obstante, preferimos no detenernos en el camino. Aunque todas las señales nos
indiquen la necesidad de stop, nos las saltamos con la ilusa pretensión de que
llegaremos antes. ¿A dónde?
¡Para
un momento!
Siéntate. En una silla, en la hierba de una cuneta, en cualquier peldaño
de una escalera. Deja de movilizar tus piernas para que tu cuerpo interprete
que te has detenido.
Calla. Tu boca y tu
mente. Guarda silencio ante ti. Deja abierto el sentido de la escucha. Sin
ninguna pretensión.
Déjate llevar. Hacia todo y hacia nada. Experimenta la sensación de viajar a
ninguna parte.
Tranquiliza tu ser. Es el estado más difícil, pero no importa. Reposa tus
acciones, tus pensamientos, tus sensaciones, tus sentimientos. Déjalos caer y
permite que se sienten contigo.
Abre los sentidos. Todos los sentidos. Aunque cierres los ojos deja abierta la
mirada y la escucha. Percibe la sutileza de tu piel y el rumor de la brisa.
Saborea ese instante.
Respira. Solamente respira. Una y otra vez.
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