El estado ha
ganado la batalla a las personas que conforman una sociedad. Ha conseguido
regular al máximo los conocimientos, las actitudes y las aptitudes que se deben
aprender en la escuela. Ha sistematizado
los procedimientos organizativos de tal manera que no queda espacio para el
libre pensamiento, la búsqueda de los grandes interrogantes de la humanidad. Ha
determinado a priori las aptitudes a premiar y aquellas que deben eliminarse
del sistema. Con especial cuidado se ha preocupado de la educación para la
ciudadanía, so pretexto de garantizar la libertad, ha enmarcado el ámbito que
no perjudique la ruptura organizativa de la ideología dominante. Y hasta aquí
hemos llegado: a la escuela pública.
Una escuela
pública que destaca el valor de servicio público para la ciudadanía. Una
escuela gestionada por la comunidad educativa y que se le asocia, simplemente
por ello, el calificativo de democrática. Una escuela gratuita y sostenida con
fondos públicos, concepto un poco contradictorio. Sería más sencillo decir una
escuela sostenida con las aportaciones de los contribuyentes, al servicio de
todas las personas, incluidas aquellas que no tributan.
Una escuela
que se atribuye el mérito de ser compensadora de desigualdades e integradora.
Que no hace distinción entre sus educandos por razón social, cultural,
económica, religiosa, o de género. Que
se autocalifica de neutral, simplemente porque se desarrolla en un espacio
público. Neutral significa que no
presenta ninguna de dos características opuestas, por ejemplo, no es positivo
ni negativo; o no muestra ninguna intención o emoción. No sé dónde se
encontrarán este tipo de educadores “neutrales”, que ni son positivos ni
negativos, o que no muestren ninguna emoción, ni intención…
Una escuela
pluralista que no inculca ninguna creencia. Es decir, no insiste en un tipo de
pensamiento determinado, ni en una ideología específica, ni en una cultura concreta. Dice que utiliza la pluralidad como
instrumento de formación ideológica, algo que no acabo de entender muy bien. No
veo mucho parecido con la actuación de los grandes maestros de la historia que
sí mostraban sus pensamientos, sus creencias y convicciones a sus discípulos.
Una escuela
pública que se define más por el acento que pone en su apellido: “publica” que
por el de su nombre: “escuela”. Una tipo de escuela que parece defender su
propia identidad denunciando, muchas veces con toda la razón del mundo, las
carencias y los fallos de la escuela privada. Quizás tanto la escuela pública
como la privada deberían profundizar mucho más en su nombre: ESCUELA. Tal vez así
se fuera transformando a las personas para que sean capaces de buscar las
mejores soluciones para convivir en este planeta y mejorar su futuro.
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