Hablemos claro
Los pañales y los políticos han de cambiarse a menudo… y por
los mismos motivos. (Sir George Bernard Shasw, Premio Nobel de literatura en
1925). ¡Qué razón tenía!
Yo ampliaría el alcance a todos
los que ejercen alguna responsabilidad sobre personas y especialmente a quienes
gestionan o utilizan los recursos económicos de otros. Hablemos claro: a jefes
y jefecillos, a quienes les ponen una gorra y se creen los amos del mundo, a
quienes prefieren usar la lengua para lamer el culo al inmediato superior y
mantener su status, en vez de activarla para pronunciar la verdad donde haga
falta. Más preocupados por la mejora de sus bienes que por el bien común.
La autoproclamación de salvador
les confiere la seguridad de creerse sus propias mentiras y desde esa atalaya
contemplan como todo el mundo se equivoca y camina en sentido contrario al
suyo. Su razón les acompaña y es su mejor consejera. La soledad se convierte en
su amiga preferida y los razonamientos maquiavélicos, el tratado de lectura a
consultar en su mesilla de noche.
No se les puede preguntar
absolutamente nada, porque cuestionar sus actuaciones es un delito en sí mismo.
Los dictadores sólo admiten la sumisión de quienes están a su servicio. Sus
argumentos se basan en la amenaza de una destrucción generalizada que, gracias
a su intervención divina, no se va a producir mientras ellos graviten en el
cielo. A ellos todo honor y toda gloria. Amén.
Esta es la esclavitud no
reconocida del siglo XXI. Dejar hacer, pensar que ya vendrán mejores tiempos. Delegar
en los demás la voluntad propia y así se evitan los errores personales. Creer
que el de al lado tiene más información, más conocimiento, más fe, más
capacidad, más… que nosotros mismos. Así se escurren por nuestras manos la
capacidad de construir un mundo más humano. Donde la justicia no se administra
en función del nombre de pila y la ética es la característica que define el
respeto que se debe a todas las personas.
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