martes, 18 de agosto de 2020

Redes sociales influyentes

 

Vivimos en un mundo donde lo importante es ser conocido. Ya sea como idiota o como listo. Da igual.  “No soy nadie” es para los mindundis, para quienes se consideran insignificantes. Hemos venido a este mundo para destacar ante nuestros congéneres, ¡qué pena! Destacar en el vestido, en la altura, en el color, en el dinero, en el coche, en la casa, en las propiedades, en los números que se  manejan en los bancos.

Las redes sociales son el reflejo de ello. A la caza de muchos k (miles) de “me gusta”. Cuantos más, mejor. Hay que sacar la lengua ante la cámara web, pues se saca. Así  los internautas pulsan un + a la “gracieta” de turno. Meterse una salchicha por la nariz, reírse del tropezón de un viandante o hacerse un selfie comiendo un chuletón de dos kilos, mola. Foto, video o streaming. Hay que facilitar al espectador que no lea ni una sola palabra. No vaya a ser que le robe al intelecto el poco serrín que permanece activo en el cerebro, o lo que quede de él.

Que hablen de ti. Para bien o para mal. Lo interesante es no ser ignorado. Que corra la estupidez en las redes como la pólvora. Que se retuitee la sandez a todos los rincones del planeta. Los “influencers” (actuales generadores de pensamiento, tendencias y cultura en las redes sociales) son reverenciados por los adictos al móvil, quienes entrenan a diario a su dedo pulgar hasta alcanzar las más de quinientas pulsaciones por minuto. Ahí están sus “followers” repitiendo, como loritos las chorradas del instante efímero de la moda.

El pensamiento crítico, la reflexión, la lectura a fondo de los contenidos, el amor a la sabiduría que ejercían con tanta maestría los filósofos clásicos son cosas para “aburridos” y “plastas” y “carcas”. ¡Así nos va, claro!

¿De qué sirve ser conocido o destacar sobre los demás si se ha perdido la autoestima? En el fondo es una forma de reconocer el complejo de inferioridad que se lleva a cuestas. Cuando reconocemos que somos diferentes y, precisamente esa diferencia, es la que nos caracteriza como seres únicos, la vida alcanza un aliciente y un sentido. Ser uno mismo es la fuerza que nos impulsa a realizar en este mundo lo que nadie es capaz de hacerlo como nosotros. Esta es nuestra aportación al género humano. Única, especial e imprescindible. Jamás existiría si no fuera porque existimos como seres individuales irrepetibles.

Las redes sociales influyentes, las que importan de verdad, son las que nos afectan más directamente a nuestras vidas. La pareja, los hijos, la familia, los amigos, los colegas del trabajo, la vecindad, etc. Como en los círculos concéntricos que se producen al tirar una piedra a un estanque de agua, el grado de intensidad es directamente proporcional a la cercanía de la onda al epicentro. Es decir, cuanta más cercanía existe en nuestras relaciones más valor tiene la red social para nosotros.

La calidad de las relaciones personales se caracteriza por la fidelidad de los vínculos que se crean entre las personas. Tanto “followers” como “influencers” no son precisamente quienes pulsan un botoncito en el teclado de algún dispositivo electrónico, sino quienes sienten un nexo esencial que afecta al pensamiento, a los sentimientos y afectos más profundos de la existencia.

          

2 comentarios:

  1. Interesante artículo. Personalmente lo que más echo en falta es ese pensamiento crítico en nuestras sociedades, solo hay que ver como las masas siguen sin remedio a influencers, youtubers o a los políticos de turno creyendo a pies juntillas cada palabra que escupen sin pararse a reflexionar o comprobar como la mentira descarada está a la orden del día, posiblemente fruto de vivir en una sociedad donde se premia la inmediatez y el mínimo esfuerzo.

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  2. Por eso lo escribo, Samuel. Hay demasiada mediocridad. Gracias por tu comentario.

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