Jamás pensé que la actuación de un profesor pudiera ser tan importante para la vida de los alumnos.
Recuerdo algunos de los gestos de cercanía de mis mejores profesores. Destaco el siguiente:
Yo tendría unos
doce años. Estaba jugando en el recreo con mis compañeros de clase. Corríamos
unos detrás de otros para pillarnos. Yo no era menos e iba desenfrenado detrás
de otro niño. Tropecé y me dí un batacazo contra el suelo. Rompí a llorar de inmediato y me senté en un
escalón mirando el rasguño que llevaba en la rodilla. En ese momento se
acercó un profesor y me dijo:
- ¡Vamos a ver qué te ha pasado! Me dio un golpecito con sus
nudillos en la rodilla, el reflejo rotuliano hizo que mi pierna se levantara inesperadamente para mí. Consiguió arrancarme una sonrisa mientras me
decía:
- ¡Ah, pues
funciona!
Siempre le
recordaré. Su gesto hizo que le cogiera cariño para toda la vida. Ahora, cuando
veo a alguien en una situación parecida, me acerco a él, recordando el gesto de aquel profesor y
pienso: "¡Ojalá pueda arrancarle una sonrisa!" Después, busco con precisión dónde
puede estar esa rótula para hacer que brille en su rostro un poco de alegría.
Tomado de mi primer libro publicado "Recetas de aula".