jueves, 3 de noviembre de 2016

Buenas y malas

                “Hay más personas buenas que malas”. Me lo dijo Andrés, todo un señor de pueblo. Octogenario. Agricultor. Hombre sencillo, cabal. Toda su vida trabajando, para comer, alimentar a su familia, vivir con la dignidad del deber cumplido, una persona que se viste por los pies.

                Curiosamente a este hombre siempre le oído hablar de su trabajo, de sus faenas, sin quejarse, sin reclamar tantos derechos que, seguramente, le son ocultados. Él sólo atiende a sus deberes como persona, como ciudadano, como miembro de una comunidad a la que respeta y colabora con el bien común de todos sus miembros. Es su deber. Además piensa que la mayoría de las personas piensan como él. De ahí su afirmación: “Hay más personas buenas que malas”.

                Frente a esta visión de la vida se encuentra la de aquellas personas que enfocan su visión exclusivamente en sus derechos y olvidan por completo sus deberes. Tienen derecho a una vivienda digna, a un salario digno, a matricularse en la universidad gratuitamente hasta la jubilación, momento en que pasarán a cobrar una digna pensión. Tiene derecho a todo, dignamente claro.

                El deber de esforzarse en los estudios, el deber de colaborar en las tareas domésticas del domicilio familiar, el deber de trabajar en lo que haga falta, el deber de ahorrar para comprar el piso o el coche de sus sueños. El deber de cotizar, pagar los impuestos que le correspondan para mejorar las condiciones de la sociedad en que vive. Sabemos que los derechos siempre van en correspondencia con los deberes. Pero en su vocabulario no existe la palabra “deber”.


                No me gusta la gente que se dedica exclusivamente a reclamar sus derechos y a escaquearse de sus deberes, aunque sea por medio de las rendijas que no contempla la ley. La gente buena prioriza las buenas acciones. La gente mala dedica todos sus esfuerzos a beneficiarse del resultado de los deberes de los demás con la excusa de sus derechos. Y, personas así, “haberlas haylas”. Pese a todo, estoy de acuerdo con Andrés: “Hay más personas buenas que malas”.

viernes, 28 de octubre de 2016

“Parlamento” y “para lamento”




                Voy a explicarlo porque hay señorías que lo desconocen. El parlamento es la asamblea legislativa en la que sus parlamentarios representan la voluntad del pueblo. Lamento o lamentación es una queja, disconformidad o sentimiento de dolor. Las quejas y lamentaciones ya las hemos manifestado los ciudadanos. Para canalizar estas lamentaciones y encontrar las mejoras necesarias hemos elegido a los parlamentarios/as. Si sólo saben quejarse y lamentarse, yo les considero “para-lamentarios/as”. Estoy un poquito cansado de tanto lloriqueo y plañidera. Menos quejicas y más arremangarse las mangas para trabajar, como cualquier ciudadano/a. ¡Tanta tontería!

miércoles, 26 de octubre de 2016

Tú eres como nadie.
Nadie piensa como tú,
ni siente como tú.

No quieras ser como quieren,
ni pienses en lo que piensen.
Simplemente, piensa.

Tú eres tú.
Puedes crear
lo que nadie sabe hacer, como tú.

Sin ti, nada sería igual en este mundo.
Nadie llegará a ser tú.
Como tú nunca serás nadie.

Tú eres diferente.
Ámate.
Así conseguirás ser tú,

Te quieres por lo que quieres.
Para qué vivir como no quieres si,
quien te quiere, te quiere como eres.

A lo tuyo, tú.
Y si eres tú, sé tú.
Siempre.


Tú eres como nadie

domingo, 23 de octubre de 2016

¿Se puede decir?

                La iglesia católica está agonizando. Muchos de los creyentes inseguros de su fe se sienten rechazados o excluidos de la iglesia. Las misas son para los religiosamente seguros. Y los curas, bajo la dirección de sus jerarcas eclesiásticos, se aferran a las normativas de la institución, con la única finalidad de mantenerse a lo largo del tiempo. Es casi imposible encontrar en los templos algún resto de ese dios cristiano.


                Me atrevería a decir que la mayoría de las personas están buscando sin cejar un camino que dé respuestas a sus interrogantes, a esos misterios indescifrables del ser humano. Estas personas están solas y rechazan de plano a quienes se ven superiores porque se creen que poseen la “única verdad” y al “dios verdadero”. 

martes, 18 de octubre de 2016

Guerra y conciencia

Las palabras se esconden
en la penumbra del ser
como una chiquilla asustada por los tanques
en esa guerra que nadie quiere ver.

Se apaga con un clic el mando de la tele
y se borra la conciencia de la maldad existente.
Adormecer el sentimiento humano
como la mejor forma de sobrevivir
en el sinsentido de esta humanidad decadente.

Se prefiere soportar la publicidad reiterativa
al pensamiento que fluye del ojo del periodista desconocido
que atrapa imágenes de horror en su mirada,
al germen de sus insomnios eternos.

La guerra no es un film.

Todo está tan lejos, para la cobardía.
Las manos han dejado de trabajar la libertad
y por ello se prefiere la esclavitud consentida.
Atamos el pensamiento con cadenas que anestesian la realidad.

Para unos, las heridas son tatuajes estéticos
Y, para otros, la señal de su suerte,
la evidencia de que todavía siguen vivos.
Para unos, elegir un buen vino es una señal de su cultura
y, para otros, el agua embarrada lo único que han bebido hoy
que les permite buscar comida, mañana.

Duele el alma y se palia el sufrimiento con orfidal.
La fiesta continúa.
Los cohetes de la feria se confunden con la explosión de las bombas.
Las guerras y la guerra del odio minan esta tierra sin conciencia.

Humanidad, a veces tan inhumana.

viernes, 7 de octubre de 2016

Promesa y obligación

         Hoy día no está de moda la palabra compromiso.

Promesa que se realiza a alguien  y con el cual se asume el cumplimiento de una obligación. El razonamiento interno más común es “Para qué me voy a comprometer si no tengo claro que lo pueda cumplir”. Esta suele ser la razón esgrimida por mucha gente para no implicarse en un tema. En el mejor de los casos se hacen promesas pero sin el aval de su desempeño. “Lo intentaré, aunque no te garantizo que lo haga”. La verdad es que ante esta postura casi sería mejor guardar un discreto silencio. 

El compromiso es una declaración de principios sobre todas las áreas de nuestra vida, el trabajo, la familia, los amigos, la economía, la política... Muestra a los demás la obligación contraída para cumplir lo que se ha dicho respecto a algo. Existen diferentes niveles de compromiso y cuanto más grave sea mayor exigencia ejercerá en quien lo asume. 


Promesa y obligación es igual a compromiso.


La convivencia en una sociedad se fundamenta en las relaciones comprometidas de sus individuos porque el bienestar social no se concibe sin la colaboración entre sus componentes. Continuamente se están produciendo acuerdos, pequeños contratos ya sean escritos o verbales, explícitos o implícitos, fruto de las conversaciones que mantenemos con los demás. Por ejemplo si yo le digo a un amigo que mañana le llevaré el libro que me prestó, él espera que cumpla lo dicho. De lo contrario comenzará a dudar de mi palabra y por tanto mi compromiso se verá dañado en un futuro. 

El coraje de mostrar a los demás nuestras intenciones crea lazos fuertes en las interacciones personales, pero además es digno de admirar si conseguimos evidenciar la correlación que mantenemos entre las palabras y los hechos.

De "Caminar a tientas",  Rafael Roldán, Ediciones Universidad San Jorge

martes, 4 de octubre de 2016

Palabras derramadas

En los ojos.
Esas miradas tristes que anuncian la soledad.
Esperando la sonrisa ajena, como el labrador
con la lluvia que preña su tierra de vida.

En la boca.
Esos labios cerrados y secos.
Voces apagadas desde el adiós
a los papás que los vieron crecer.

En los oídos.
El silencio vacío que sólo recoge
el murmullo de sus soliloquios entrecortados
con el brote de sus recuerdos.

Si pudieran escuchar
alguna palabra derramada en el fondo
del ser despertarían con el canto
matinal y alegre del gallo.

Si algunos labios pronunciaran,
al menos una palabra derramada,
en un nombre que alegre la vida.
Todo sería distinto.

Si una mirada se fijara en esos ojos
ávidos de compañía serena,
no caería ninguna lágrima
sobre las palabras derramadas en el desierto.

Las soledades nunca se harían fuertes en la noche.
El rumor de la lluvia anunciaría
el verdor intenso de los prados.
Bastan unas palabras derramadas…


Bastan unas palabras derramadas

viernes, 30 de septiembre de 2016

El mesianismo de los dictadores

            No hay persona más peligrosa que aquella que se siente como la única que puede salvar a otra.  No hay nada más inhumano que considerar a los demás inferiores a uno mismo. En el fondo late la principal actitud de un dictador: imponer a sus semejantes la propia voluntad. El mesías de turno aparece ante la sociedad como el absoluto bienhechor. Se rodea con su bandera y, con una confianza desmedida,  aplica sus criterios subjetivos, con la fuerza de todos los medios que dispone a su alcance.  

La autoproclamación de salvador le confiere la seguridad de creerse sus propias mentiras y, desde esa atalaya, contempla cómo todo el mundo se equivoca y camina en sentido contrario al suyo. Su “razón” le acompaña y es su mejor consejera. La soledad se convierte en su amiga preferida y, los razonamientos maquiavélicos, en tratados de lectura a consultar en su mesilla de noche.

No se le puede cuestionar absolutamente nada, porque poner en tela de juicio sus actuaciones es un delito en sí mismo. Los dictadores sólo admiten la sumisión incondicional. Sus argumentos se basan en la amenaza de una destrucción generalizada que, gracias a su intervención casi divina, no se va a producir mientras ellos graviten en el cielo. A ellos todo honor y toda gloria. Amén.

Mesianismo-dictadores


Esta es la esclavitud no reconocida del siglo XXI: adorar al salvador de turno. Dejar hacer, pensar que ya vendrán mejores tiempos. Delegar en los “mesías” la voluntad propia y así se evitan los errores personales. Consentir a los dictadores que ejerzan su voluntad. Así se escurre por los dedos de las manos la capacidad de construir un mundo más humano y diverso. Donde la justicia no se administre en función del nombre de pila y la ética junto con la corresponsabilidad rijan los comportamientos  de las personas.


Sustentar a estos dictadores es responsabilidad de todos, especialmente de los jefes y jefecillos, a quienes el dictador de turno, ha puesto una gorra y se creen los amos del mundo.  Estos subalternos prefieren usar la lengua para lamer el culo al inmediato superior y mantener su status que activarla para pronunciar la verdad, donde haga falta. Están muy atentos a la voz de su amo y agarrados a un clavo ardiente para no perder las migajas de privilegio que les echa su mesías.  Son capaces de acomodar los principios y valores éticos a las exigencias del dictador, con tal de no perder la gorra o el puesto. Y además, dispuestos si fuera necesario, a convertirse en verdugos injustos de sus semejantes. Son auténticos déspotas con sus subalternos y alfombras de oro para su mesías.

martes, 13 de septiembre de 2016

3 actitudes claves del educador

Ha comenzado el nuevo curso. El duendecillo de lo nuevo cosquillea la curiosidad de cualquier educador que se precie de tal. El nerviosismo de los primeros días de clase es inevitable. ¿Qué pensarán los nuevos alumnos? ¿Qué impresión daré a mis educandos? Casi con toda seguridad, la mayoría, se concluye con alguna reflexión de este cariz y una respuesta, más o menos, de esta manera: “debo entregarles lo mejor de mí”.
También les sucede algo parecido al alumnado: “Este profesor va a conocer lo que soy capaz de hacer, porque este curso voy a trabajar y estudiar a tope”.

Transcurren los primeros días y casi todo se cumple, tanto por parte de los educadores que se esfuerzan por ser los mejores, como por parte de los alumnos que intentan llevar las tareas al día con la mayor aplicación. Poco a poco, con el paso de los días, comienza un proceso de decadencia y abandono del interés inicial. Un dicho popular lo expresa magníficamente: “Se empieza como un caballo cordobés y se termina como una burra manchega”. Parece como si el tiempo se empeñara, con cabezonería, en borrar las primeras buenas intenciones. Profesores y alumnos, a medida que pasan los días la declaración de principios que se realizó en su momento se va escondiendo en el baúl del olvido.

Reflexión, modelo de vida y atención única.


Tres actitudes claves del educador:

Una:

Es bueno recordar “comienzos y finales” de los cursos anteriores para saber racionalizar  los comportamientos inadecuados que se han repetido a lo largo de la trayectoria educacional. Tomar nota de ellos  y evitar reproducirlos de nuevo.  La reflexión del buen educador  se nutre con permanente lectura, profundizando en su estilo pedagógico y recargando de serenidad su tarea educativa.


Dos:
Los valores básicos el educador los transmite y expresa, con su saber hacer, cada día, en cada clase, en el mismo proceso cotidiano. En ese camino se desgranan las conductas concretas que explicitan la entrega de lo mejor y peor de la acción educadora. La persona es una y es percibida por los demás como una totalidad.  El educador es un modelo de vida para sus educandos, en lo bueno y en lo malo. No se puede transmitir solamente una parte de la personalidad. El ser no se divide en pedazos. Y por tanto es imposible escoger las partes más interesantes de la personalidad del educador y ocultar aquellas otras que no lo son tanto. El educador se manifiesta y transmite de forma holística y se da a conocer en su totalidad.


Tres:

        Entregar  lo mejor del ser persona. Es decir, mostrar, con toda naturalidad, lo que realmente se es. Ofrecer la sonrisa permanente que sale de corazón. Evidenciar el rigor del trabajo y la preparación de las clases diarias. Generar la confianza en las posibilidades de cada educando, como una forma de afianzar su crecimiento personal. Y, sobre todo, creer con toda la fuerza del mundo, que cada educando es único y se merece una atención especialmente única.


domingo, 4 de septiembre de 2016

Exámenes de septiembre

Los adultos estamos para ayudar a los niños a descubrir sus potencialidades y enseñarles a desarrollarlas.
Dentro de un mundo viejo y obsoleto no puede
crecer la naturaleza en todo su esplendor.


                Hoy quiero recordar a aquellos chicos y chicas que suspendieron en junio y se presentan a los exámenes de septiembre para tratar de superar las materias que les permitan seguir sus estudios. Me refiero a ese grupo de la población que, sin miramiento alguno, se les clasifica de vagos, malos estudiantes, repetidores, portadores de calabazas, suspensos. Niños y niñas que no estudian durante el curso y luego, les llegan las consecuencias.

                Tampoco aprovechan los meses de verano para estudiar. Se dedican a pasarlo bien con sus amigos, con su familia. Se divierten en vez de estudiar. De vez en cuando alguien les recuerda que tienen una responsabilidad con la que no están cumpliendo. Pero parece que hacen oídos sordos y, en el mejor de los casos, tres días antes de los exámenes dedican todo su tiempo a ver cómo pueden aprobar esas asignaturas que ni les van ni les vienen o, simplemente, no les interesan lo más mínimo.

                En esos momentos de sus vidas, nadie se acuerda del profesorado que consiguió hacerles odiar su asignatura. Profesores, si se les puede calificar de tales, que jamás se preocuparon de conocer sus dificultades con la materia, de detectar sus inseguridades, de ponerse a su lado y felicitar sus pequeños logros. Profesores que se han dedicado durante el curso a resaltar los fallos, una y otra vez, hasta demostrarles solemnemente que son unos inútiles y, les marcan en su asignatura con el suspenso máximo al final del curso.

                Los adultos estamos para ayudar a los niños a descubrir sus potencialidades y enseñarles a desarrollarlas. Y eso no se consigue simplemente haciéndoles repetir los contenidos de unos programas educativos, concienzudamente diseñados para modelar a todos con el mismo patrón. Los profesores realizan su trabajo de forma excelente, si son capaces de hacer que su alumnado se apasione de su asignatura de tal manera, que terminen el curso de forma sobresaliente. Cuantos más suspensos sancionen más deberían cuestionarse su vocación educadora.