domingo, 12 de octubre de 2014

ACEPTAR LAS PASIVIDADES DE DISMINUCIÓN


Esperar que mañana irá mejor es un deseo natural de la persona. Pero se necesita diferenciar entre deseo y realidad. El deseo invita al crecimiento y la realidad limita la dimensión, cualquiera que sea. Cuando la realidad es contrastada repetitivamente, el deseo puede quedarse en pura fantasía que desemboca en frustración.

Ejemplo: Deseo correr la maratón que se ha organizado en la ciudad. Necesito un plan de preparación física anterior a la carrera. En tiempos pasados fui capaz de llegar a la meta. Ahora no me importa tardar un poco más. Tengo 85 años. El deseo de realizar la maratón quizás me empuje a realizar más ejercicio físico que lo que hago habitualmente como es caminar unos 200 metros. Es decir que invita a la superación, a incrementar unos metros más mi paseo diario.

Confundir el deseo con la realidad puede producir frustración, seguro. Aceptar la realidad, 85 años. Es aceptar las pasividades de disminución. ¿Para qué ir al médico a que me quiten la artrosis que soporto desde hace  20 años y así pueda correr unos kilómetros? Es más sencillo asumir la realidad que pelear con la frustración.

Integrar la superación y el éxito en nuestras vidas se lleva muy bien, es satisfactorio, enorgullece, humaniza. Asumir el decrecimiento, el fracaso tiende a rechazarse de plano, es insatisfactorio, produce tristeza, se suele esconder para que nadie se entere y se dé cuenta.

¿Acaso no es también un distintivo revelador e innato del ser humano? ¿Por qué se tiende a deshumanizar el decrecimiento?
Theilard de Chardin insinuaba en su libro El medio divino la importancia de encontrar un sentido a esas pasividades de disminución. El dolor es la percepción vital de nuestro “menos-ser”, cuando éste se agrava, o se alarga.  Quizás así podamos comprender mejor el misterio de la propia razón de vivir.

Rafa Roldán


jueves, 9 de octubre de 2014

Mediocridad

"Preguntas a alguien qué tal le va, la respuesta más genérica es “vamos tirando”. Pocas veces se dice con satisfacción, “estupendamente”.  Se vive una cierta sensación de hacer las cosas a medias, para ir tirando, mediocremente. Me contaron una anécdota que refleja bastante bien esta situación.
Se encuentran dos amigos. Uno de ellos estaba trabajando en una carretera echando asfalto y el amigo le pregunta.
-¿Trabajas mucho?
-Para lo que me pagan... Le responde.
-¿Es que te pagan poco?
-Total, para lo que trabajo.
Vivir a medias no es vivir. Generalmente produce una insatisfacción personal no muy recomendable. La mediocridad genera un sentimiento de fracaso. No hacer las cosas como a uno le hubiera gustado realizar es una manera de confirmar las pequeñas derrotas en el campo de batalla. Conformarse con ser un perdedor, un ser al que la vida no le ha deparado la suerte y se contenta con mantener las cosas tal y como vengan. Como decía el escritor británico William Somerset Maugham, “Sólo una persona mediocre siempre está en su mejor momento”. Porque la mediocridad cuando se instala en la persona hace que ésta se adapte e imite al rebaño, encontrándose en ese espacio como pez en el agua. En la sociedad de hoy te invitan continuamente a vivir a medias. Las prisas apuran para que realices la mayoría de las cosas con inmediatez, la urgencia prima sobre la excelencia. Nos hemos acostumbrado a responder a lo socialmente correcto aunque no estemos convencidos de que sea lo mejor. Justificamos el estado de mediocridad con el argumento falaz de que todo el mundo lo hace así."
De "Caminar a tientas"
Rafa Roldán

martes, 7 de octubre de 2014

Hablemos claro

Hablemos claro


Los pañales y los políticos han de cambiarse a menudo… y por los mismos motivos. (Sir George Bernard Shasw, Premio Nobel de literatura en 1925).  ¡Qué razón tenía!
Yo ampliaría el alcance a todos los que ejercen alguna responsabilidad sobre personas y especialmente a quienes gestionan o utilizan los recursos económicos de otros. Hablemos claro: a jefes y jefecillos, a quienes les ponen una gorra y se creen los amos del mundo, a quienes prefieren usar la lengua para lamer el culo al inmediato superior y mantener su status, en vez de activarla para pronunciar la verdad donde haga falta. Más preocupados por la mejora de sus bienes que por el bien común.
La autoproclamación de salvador les confiere la seguridad de creerse sus propias mentiras y desde esa atalaya contemplan como todo el mundo se equivoca y camina en sentido contrario al suyo. Su razón les acompaña y es su mejor consejera. La soledad se convierte en su amiga preferida y los razonamientos maquiavélicos, el tratado de lectura a consultar en su mesilla de noche.
No se les puede preguntar absolutamente nada, porque cuestionar sus actuaciones es un delito en sí mismo. Los dictadores sólo admiten la sumisión de quienes están a su servicio. Sus argumentos se basan en la amenaza de una destrucción generalizada que, gracias a su intervención divina, no se va a producir mientras ellos graviten en el cielo. A ellos todo honor y toda gloria. Amén.

Esta es la esclavitud no reconocida del siglo XXI. Dejar hacer, pensar que ya vendrán mejores tiempos. Delegar en los demás la voluntad propia y así se evitan los errores personales. Creer que el de al lado tiene más información, más conocimiento, más fe, más capacidad, más… que nosotros mismos. Así se escurren por nuestras manos la capacidad de construir un mundo más humano. Donde la justicia no se administra en función del nombre de pila y la ética es la característica que define el respeto que se debe a todas las personas.  

domingo, 5 de octubre de 2014

Espera aquello que deseas

 

Si eres consciente de todo lo que quieres y tienes los objetivos claros, espera aquello que deseas. Verás como se cumple.
         Por ejemplo: Quiero conseguir que mis alumnos estudien a fondo un tema muy interesante para el conocimiento de mi asignatura. El objetivo está claro.
         Toda la fuerza de mis deseos se pone en marcha. Dejo que fluyan hacia mí todas las potencialidades que fomentan el conocimiento del tema. Espero aquello que deseo. Y, sin apresurarme, dejo abiertas las puertas y ventanas de mi casa personal para que entre con aire fresco lo que necesito.
         Sin darme cuenta mi deseo se habrá cumplido, porque lo esperaba con la máxima atención.

         “Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado”

                                                        Buda (563 a. C-483 a.  C)

De "Recetas de aula"

viernes, 3 de octubre de 2014

Qué daría

Qué daría por un beso...


Qué daría

Qué daría por un beso robado al  viento
si de sus ojos brotara un canto,
y de mis manos meciera el silencio.

Que daría por la caricia arrojada a la mar,
una tarde cálida en primavera,
si consigo el tesoro de una espera.

Qué daría al diablo por una luna llena
en las noches lóbregas de soledad
si encendiese mi alma una vela.

Qué daría a los ángeles y a las hadas buenas
al oír el sollozo de un niño perdido
buscando a su madre en las escombreras.

Qué daría por visitar el añil de los cielos
y hablar con sus estrellas dormidas
del valor de la vida y de los sueños.

Rafa Roldán



miércoles, 1 de octubre de 2014

Reencuentro

            Cuando el olvido hace mella en la historia personal de cada uno las sombras de las vivencias desaparecen sin dejar rastro. ¿Dónde quedan aquellas conversaciones, aquellos momentos de risas, aquellas horas envueltos en humo de cigarrillos repasando fórmulas de matemáticas, dibujando esquemas electrónicos de receptores de radio con tiralíneas rellenos de tinta negra y contando las anécdotas que nos habían pasado con los profesores o simplemente guardando silencios ante nuestras situaciones personales expuestas  delante de los mejores amigos? ¿Hasta dónde se han cumplido las esperanzas y expectativas de cada uno? ¿Cómo se han hecho hoy realidad los incipientes y, muchas veces, confusos sueños de aquel entonces?
            Se revuelve el corazón, en su adormilado estado amical, cuando aparece la noticia de que una persona escondida en la sombra del recuerdo llama a tu puerta. Una multiforme madeja de imágenes y hologramas se ponen de repente a danzar al compás de la música alegre del reencuentro. ¿Eres tú? Sí. Soy yo. ¿Soy el mismo de antes? ¿Y tú? “Te acuerdas de”, y a continuación comienzan a desgranarse un listado de personas con sus historias y vivencias. Y las preguntas se agolpan sin descanso con el afán de saber, de conocer, de sentir, de recordar, de exprimir la vida y quedarse con la esencia del propio ser. Se trata de acrisolar el tesoro de la amistad para engancharlo definitivamente en el libro de los tiempos. 
            Ya han pasado muchos años. Demasiados quizás. Pero no importa. No quiero desprenderme de la sensibilidad adolescente que me dio a entender el riego y el valor del encuentro con tus compañeros a los que consideraba amigos. Eso no se puede perder nunca y la prueba es evidente, cuando el acercamiento personal ha sido sincero, espontáneo, lúdico, loco diría yo, queda una semilla plantada junto al río o en medio del desierto y tarde o temprano va a germinar y mostrar, en todo su esplendor cuáles son sus frutos.
            ¿No es extraordinario que a pesar del blanquecino color del pelo debido a las canas que nos van peinando o los surcos que se han abierto paso en aquella piel tersa de nuestra juventud, sientas un cosquilleo en el interior por quedar a pasar un rato con el amigo que hace “unos días” no has visto?
            El reencuentro llena la vida de ilusión y de emoción.  

lunes, 29 de septiembre de 2014

En la escuela que no pasa nada


                La nueva escuela está a punto llegar. Se están produciendo signos que indican los efectos del cambio.  Sabiendo que la palabra cambio, no siempre conlleva asociada a ella la mejora y la superación.  Entre las riadas de alumnos en los cambios de clase circula la corriente del viento en la que se desparrama la ilusión de su profesorado. Todo funciona. Suena el din don del comienzo y finalización de clase. En las aulas se imparten las materias programadas, se explican las lecciones, se corrigen los ejercicios de los alumnos, se entregan las calificaciones en los registros correspondientes, se tienen las reuniones de padres y los tutores hablan con alumnos y familias cada vez que es necesario. En la escuela, querida escuela, no pasa nada.
                No pasa nada porque se ha priorizado la organización que se encarga de que todo funcione ante los ojos de los responsables de la institución o de la Administración educativa. La organización es fundamental para demostrar la utilidad del producto empresarial que, en una escuela, es el número de alumnos matriculados y si es posible el número de alumnos que terminan con éxito.
                No pasa nada porque todo es legal. Los profesores desarrollan su trabajo con el respaldo de la titulación que les acreditan como tales. Los contratos laborales se ajustan a derecho. Los objetivos impuestos por la Administración se cumplen y el alumnado parece satisfecho con la formación que recibe. ¿Qué más se puede pedir?
                No pasa nada en la escuela cuando hay demasiados educadores pensando en cómo agradar a sus superiores diciendo amén a sus decisiones aunque vayan contra los principios éticos más fundamentales. No pasa nada cuando se pasa a un segundo plano el proyecto educativo reflexionado, debatido, consensuado, con toda la comunidad educativa. No pasa nada cuando la identidad y los principios pedagógicos de la escuela sólo figuran como el cuarto apellido de su nombre. No pasa nada cuando el alumnado queda relegado a un segundo plano y la atención apunta hacia los intereses de los máximos responsables institucionales.
                Y cuando no pasa nada, la corriente del rio se encarga de diluir en su curso los residuos que llegan a su cauce. Pero, ¿cuántos excrementos es capaz de diluir? No basta con que, en el nacimiento del río el agua brote cristalina, es imprescindible cuidar su pureza en todo su cauce. Lo mismo sucede con la escuela. La pureza de sus principios debe alimentarse con mucha reflexión, ética y responsabilidad, si se quiere ejercer una labor fundamental en el desarrollo humano como es la educación integral de las personas.
                Y si no pasa nada, ¿cómo se puede regenerar esa escuela que eduque a las nuevas generaciones?

Rafa Roldán

domingo, 28 de septiembre de 2014

Acera, carril, calzada

Acera, carril, calzada
El peatón. Le gusta pasear por las aceras de las calles. Tranquilamente, mirando los escaparates o  hablando con la pareja. Y le molesta que pasen las bicicletas a medio metro, cualquier día le dan un porrazo. ¿Por qué tiene que aguantar esta inseguridad?
El ciclista: Le gusta rodar con la bicicleta por la ciudad. No quiere correr, desea disfrutar de sus calles. Le da igual circular por las aceras o por la calzada. Le molesta que pasen los coches a medio metro, cualquier día le atropellan. ¿Por qué tiene que estar pendiente de los peatones y sobre todo de los coches?
El automovilista: Le gusta desplazarse de un lugar a otro de la ciudad sin perder el tiempo. No quiere pasar frío, ni soportar el fuerte cierzo de esta tierra. Pero no puede hacerlo porque delante de él van ciclistas que circulan con lentitud. ¿Por qué tiene que soportar esta situación?
El contribuyente: Le gusta que los peatones puedan pasear por las aceras, los ciclistas por carriles seguros y los automovilistas en calzadas adecuadas. ¿Dónde hay algún gobernante que pueda entenderlo?

El Ayuntamiento de Zaragoza parece que lo tiene clarísimo. 

lunes, 22 de septiembre de 2014

El enseñar


“Dijo, entonces, un maestro: Háblanos del Enseñar.
Y él respondió:
Nadie puede revelarnos más de lo que reposa ya dormido a medias en el alba de nuestro conocimiento.
El maestro que camina a la sombra del templo, en medio de sus discípulos, no les da de su sabiduría, sino, más bien, de su fe y de su afecto.
Si él es sabio de verdad, no os pedirá que entréis en la casa de su sabiduría, sino que os guiará, más bien, hasta el umbral de vuestro propio espíritu.”
         He releído a Khalil Gibran, en su libro El profeta,  el texto  señalado anteriormente.  Sobre él reflexiono en voz alta  en medio de éstas páginas.
         “El maestro ... da... de su fe y de su afecto. Os guiará hasta el umbral de vuestro propio espíritu”. ¡Vaya descripción de funciones para quien se precie de ser maestro!
Primero dar de su fe. Supongo que antes deberá saber su credo personal y, además, querer manifestarlo a los otros como entrega gratuita de aquellos valores que son guía en sus líneas fundamentales de vida.  Y añade también: de su afecto. Esto es, de su cariño. Si no entiendo mal, parece que intenta  decir K. Gibran, el maestro es quien transmite y entrega sus propios valores con afecto. De esta manera guiará a sus discípulos hasta las puertas de lo más profundo de su ser.


De "Recetas de aula"