Se entiende por mediocre a la
persona que tiene una cualidad media. Todos los seres humanos podríamos
calificarnos como tales. ¿Quién es el hombre o la mujer que reúne todas sus
cualidades de forma completa y total? Si nos situamos en el polo opuesto, ¿hay
alguna persona que no tenga absolutamente ninguna cualidad? Es decir la mayoría
de las personas, por no decir todas, somos mediocres en algún aspecto de
nuestra vida. Lo cierto es que a nadie le gusta que le cataloguen como tal y se
suele tener cierto empeño en diferenciarse de los demás, bien sea por la forma
de vestir, por el peinado, por el tipo de coche, por la decoración de la casa,
e incluso por la corriente ideológica del momento. Lo importante es ser
diferente. A veces suele pasar como en un chiste gráfico que vi hace mucho
tiempo. Había una viñeta, en ella se advertía un grupo de gente poco numeroso,
separado por una línea, de otro grupo numerosísimo de personas y del grupo con
poca gente uno decía, los que no quieran ser masa que pasen al otro lado de la
línea. A fuerza de buscar el distintivo que
diferencia de los demás se
termina siendo igual que todo el mundo, como nos ilustraba la ironía de la
viñeta.
Preguntas a alguien qué tal
le va, la respuesta más genérica es “vamos tirando”. Pocas veces se dice con
satisfacción, “estupendamente”. Se vive
una cierta sensación de hacer las cosas a medias, para ir tirando,
mediocremente. Me contaron una anécdota que refleja bastante bien esta
situación.
Se
encuentran dos amigos. Uno de ellos estaba trabajando en una carretera echando
asfalto y el amigo le pregunta.
-¿Trabajas
mucho?
-Para
lo que me pagan... Le responde.
-¿Es
que te pagan poco?
-Total,
para lo que trabajo.
Vivir
a medias no es vivir. Generalmente produce una insatisfacción personal no muy
recomendable. La mediocridad genera un sentimiento de fracaso. No hacer las
cosas como a uno le hubiera gustado realizar es una manera de confirmar las
pequeñas derrotas en el campo de batalla. Conformarse con ser un perdedor, un
ser al que la vida no le ha deparado la suerte y se contenta con mantener las
cosas tal y como vengan. Como decía el escritor británico William Somerset
Maugham, “Sólo una persona mediocre siempre está en su mejor momento”. Porque
la mediocridad cuando se instala en la persona hace que ésta se adapte e imite
al rebaño, encontrándose en ese espacio como pez en el agua. En la sociedad de
hoy te invitan continuamente a vivir a medias. Las prisas apuran para que
realices la mayoría de las cosas con inmediatez, la urgencia prima sobre la
excelencia. Nos hemos acostumbrado a responder a lo socialmente correcto aunque
no estemos convencidos de que sea lo mejor. Justificamos el estado de
mediocridad con el argumento falaz de que todo el mundo lo hace así. Más tarde
recurrimos a la queja y criticamos los malos resultados de lo que hacen los
demás. A quien nos han realizado un trabajo a medias le echamos el muerto de
falta de profesionalidad porque nosotros esperábamos que lo hicieran lo más completo
posible. Sin embargo, si la acusación se dirige hacia nosotros, encontramos
enseguida excusas como la falta de tiempo, de medios, de recursos
insuficientes, de malas condiciones, para poder haber realizado nuestro
cometido a la perfección.
Vivir en la mediocridad es
una de las armas más mortíferas para la destrucción de la humanidad. El hombre
se refugia en la muchedumbre para justificar la conformidad de dejar las cosas
tan mal, como cuando se las ha encontrado en sus manos por primera vez. Es muy
fácil no percibir la importancia de poner el cuidado en las pequeñas acciones que configuran lo más
preciado de la vida. Necesitamos perder el miedo a fomentar que la humanidad
mejore. Mostrar el desacuerdo con la multitud de quienes se conforman con
aprovecharse del mundo que le rodea, en vez de aportar su granito de arena y
dejarlo mucho mejor que cuando se lo encontraron.
Estoy convencido de que la
mayoría de las personas, a lo largo de su vida, entablan una pelea continua por
ser cada día mejor que el día anterior. Casi siempre al repasar lo que hemos
hecho a lo largo de nuestra existencia hacemos un balance en el que valoramos
nuestras acciones según nuestros principios. Nos ha salido bien, sentimos
satisfacción. Pero si las conductas se alejaron de nuestros valores principales
y nos salen mal, dejan un mal sabor de boca en nuestro interior. Es el juicio
que hacemos frecuentemente sobre la vivencia personal de mediocridad. Cundo la
respuesta a esa valoración no es adecuada, el desaliento se puede apoderar de
nosotros y emerge un sentimiento de pérdida de tiempo en nuestras vidas. En el
fondo es que ha hecho acto de presencia la mediocridad y para hacer más
llevadero la sensación de pequeño
fracaso, se suele echar la culpa a cualquier agente externo.
Vivir a tope, realizar el
sueño que uno tiene es tomar la decisión de no vivir mediocremente. Poner el
empeño en realizar cada pequeña actividad con la intensidad suficiente para
disfrutar sin medida. Subes al autobús para desplazarte hasta el lugar del
trabajo, saluda al conductor, sé amable con los viajeros de compañía, observa a
la gente, las calles, los escaparates. Deja volar tu imaginación al percibir la
variedad de los olores que recoge tu olfato. Aparca la posible ansiedad que te
pueda generar la duda de llegar tarde, siéntate si puedes y abandónate al
momento presente. Son unos minutos preciosos para saborear la cotidianidad de
la vida que jamás se volverán a repetir. Acompañas a tus hijos al colegio y la
rutina diaria puede hacerte olvidar que son momentos únicos para disfrutar de
su compañía. La experiencia de tomarles de la mano y sentir cómo sus vidas
dependen de tu calor, nadie lo va recordar a lo largo de su vida con tanta
emoción como tú mismo. Cuenta a tu pareja lo que te ha pasado en el trabajo con
el responsable de tu departamento. Explícale con detalle la situación, tus
pensamientos y sentimientos, deja espacio en tus palabras para que el silencio
te haga reflexionar y tu pareja pueda opinar. Agradece la posibilidad de
compartir esa parte de tu vida con la persona que amas y siente el presente
dentro de tu ser como un regalo que ese
preciso momento estas abriendo para ti. Deja que la sorpresa se inserte en tus
rutinas porque es la actitud optimista la que te llevará por los caminos del
descubrimiento de que la vida es apasionante y tú eres el actor principal de la
película. La mediocridad es enemiga de la reflexión y del silencio. Solamente
crece sobre la tierra abonada, esponjosa y fértil donde el bien ser echa sus
hondas raíces buscando el agua vital que alimenta la perfección.
Acepta las limitaciones que
te encuentres, ya sean personales o de tu entorno. Confiesa que no eres un dios
todopoderoso capaz de solventar cualquier cosa que se interponga en tu camino.
El reconocimiento de la realidad parte de la humildad personal. Muchas veces no
queremos observar lo que está sucediendo porque nuestra intencionalidad niega
unas evidencias y acepta unos deseos que no se ajustan a la verdad objetiva,
sino a la interpretación personal de lo que nos interesa. Si te crees erudito
de alguna ciencia, duda de tus conocimientos. Si has visto con claridad un
hecho, duda de tus ojos. Si has sentido rabia por algo, duda de tu serenidad.
Si te han preguntado por qué estás triste duda de tus fuerzas. Acepta que la
grandeza de tu vida reside en tus propias debilidades cuando las has reconocido
como partes esenciales de tu mismo ser.
La mediocridad puede
truncar la gran ilusión de nuestra vida. La sensación de hacer las cosas a
medias produce un desaliento que se apodera del corazón humano y hace estragos
irreparables. El sentimiento de continua pérdida del tiempo horada y corroe con
demasiada persistencia.
Del libro "Caminar a tientas"