jueves, 24 de septiembre de 2015

REFUGIADOS

ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, explica que, tras cuatro años de guerra en Siria, millones de personas han tenido que huir de su país en busca de refugio en otros países. Por una sencilla y simple razón: quieren vivir. Si se quedan, tienen muchas posibilidades de que les maten y si se van, aunque encuentren muchísimas dificultades, podrán seguir respirando. Estamos hablando del primer derecho de la persona, el derecho a la vida.

                En Siria se ha generado una guerra civil entre el régimen de Bachar al Asad y la resistencia armada.  Asad es chiita e intenta gobernar a una población, cuyas tres cuartas partes son sunitas. En la ONU no se han puesto de acuerdo EEUU y los países aliados, con Rusia y China en los temas importantes sobre este asunto. No se tiene claro si conviene realizar una intervención militar que pare esta maldita guerra por falta de consenso internacional. Y, en el fondo, todo el mundo sabe que, la principal razón de este sinsentido, reside en determinar quién controla el poder territorial y económico del mundo.


                La situación es muy compleja y no se pueden aplicar soluciones simplonas o populistas. Los estados a través de sus gobernantes, intentan encontrar salidas a la dramática situación, conciliando por un lado, la ayuda humanitaria a personas que huyen de su país y por otro, contentando a sus votantes que no desean ver perjudicado su estado de bienestar. Pero en el centro del conflicto se encuentran millones de personas con nombres y apellidos, sufriendo el horror diario de una guerra cruel, como lo son todas las guerras.

                Imaginemos que hay un loco en la calle, con pistola en mano, disparando a cualquiera que se encuentre con él. Tú pasas por allí y ves la puerta abierta en una casa en la que te puedes refugiar. Entras en ella para librarte de las balas y el dueño de la casa te empuja fuera y te impide estar protegido. ¿Cómo te sentirías? ¿Estás invadiendo la casa del ciudadano? ¿Puedes entrar en esa casa sin su consentimiento? ¿Qué documentación necesitas para que te deje entrar? ¿Qué religión debes profesar para no ser sospechoso? Además llevas a tu hija de la mano y ¿qué le explicas a ella mientras dispara el loco y te cierra la puerta el vecino? Podríamos imaginarnos tantas cosas… Pero cuando uno no sufre el mal en sus propias carnes, relativiza el dolor con suma frivolidad.

                El género humano cada día se prepara más  para proteger su bien estar. Lo hace a base de poner leyes, barreras y fronteras. Delimita sus posesiones, muchas veces cuando han sido robadas por la fuerza a sus semejantes. Esconde el dolor y la muerte que le interesa. Fabrica las armas que matan a su vecino y, a escondidas las vende a quien considera su enemigo, porque lo que realmente le importa es el dinero y el poder. Se escandaliza del niño ahogado en la playa y se olvida de los millones de niños que mueren bebiendo el barro de la sequía. Corazones de acero, ¿para qué os quiero?

                                

martes, 15 de septiembre de 2015

Obras que potencian lo que un día fuimos



Siempre tenemos un viejo profesor que todos recordamos con cariño desde nuestra época escolar. Todos los días lo recordamos y a veces lo mencionamos.

Probablemente no recordamos ni una sola

palabra de lo que nos enseñó pero sí recordamos LO QUE NOS HIZO SENTIR.

Rafael Roldán López nos trae su obra cargada de positivismo, dando una vuelta más a la educación, enriqueciéndola con esos conceptos que siempre nos faltaron en el programa educativo oficial.

Cordobés de nacimiento y maño de adopción es Licenciado en Psicología Educacional y Maestro Industrial en Electrónica de Comunicaciones.

Ha dedicado su actividad a la educación de jóvenes y a la implantación de sistemas de calidad en centros educativos.



Autor de Recetas de Aula (2010),
El mago Mangarín (2011),
Caminar a tientas (2013)
y Sin techo y de cartón (2015),
todos ellos disponibles en Librería CENTRO y recomendados con todo nuestro cariño.


lunes, 7 de septiembre de 2015

lunes, 17 de agosto de 2015

Audiolibro: SIN TECHO Y DE CARTÓN

Puedes escuchar parte del primer capítulo del libro "Sin techo y de cartón"

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viernes, 24 de julio de 2015

ME QUIERO, ME ACEPTO.

            ¡Qué raro suena esta afirmación! Decir te quiero a otra persona es muy oído, pero cambiar el “te” por el “me”, suena mal. Si hablo con los demás e inserto estas dos palabras en una conversación quizás les esté mostrando mi arrogancia y desde luego, lo más inmediato, es hacerles pensar que soy un egoísta. Me quiero y encima lo voy pregonando por ahí. Cuando estoy a solas conmigo mismo tampoco manifiesto en voz alta, ¡cuánto me quiero! Incluso pensarlo me da un poco de vergüenza. Además no se me ocurre gritar en mi cuarto a pleno pulmón: “soy el amor de mi vida”. Resonaría un eco en medio de la habitación lo suficientemente largo para que se estuviera escuchando durante largo tiempo. Si lo hiciera, yo mismo empezaría a sospechar del estado de mi salud mental. ¡Estás como una auténtica cabra! No tengo muy claro si este tipo de reflexión es muy común entre la mayoría de las personas, pero a mí, cuando menos, me resultaría sorprendente que reaccionaran de esta manera. A fin de cuentas todas las personas se quieren a sí mismos, pero a la hora de expresar a los demás el sentimiento de amor a sí mismo con tanta nitidez casi siempre parece un poco pedante. Hago una observación sobre el concepto de amor propio, entendido como una especie de desviación del amor  hacia el engreimiento.  Por ejemplo, se dice “le han herido en su amor propio”, y se interpreta cómo a una persona que le han bajado los humos de su orgullo. Pretendo destacar en este capítulo, el amor propio como un camino para desarrollar el sentido de autoestima personal.

            Dentro de nosotros mismos existe una especie de recatada falsa modestia que nos impide comunicar a los demás el aprecio que nos tenemos. No entiendo porqué es así cuando la realidad es que, si no nos quisiéramos, aunque solamente sea un poquito, nuestra vida perdería el sentido de su existencia. Si realmente no nos amáramos primero a nosotros mismos, ¿para qué serviría  preocupamos de satisfacer nuestras necesidades básicas como el comer o el dormir? ¿Para qué dedicar tantos minutos frente al espejo atusando el flequillo, observando ese bucle en el pelo que nos parece tan bonito e intentar mantenerlo aunque sea a base de un buen aerosol de laca? ¿Cómo vamos a salir a la calle con esas manchas en la camisa o en el vestido? ¡Qué imagen de nosotros mismos vamos a dar! ¿Nos hemos detenido a  valorar el tiempo empleado en el aseo personal? Por ejemplo, imaginemos a ese hombre que dedica un tiempo a cuidar su imagen personal. Al levantarse por la mañana fija la mirada en el espejo observando su cara. Mirando esos ojos legañosos que le impiden ver límpidamente su rostro en el espejo y restregarlos con los índices de cada mano cerrada hasta aclarar el momento de estar despierto en la mañana. Posteriormente pasar una y otra vez la palma de la mano por la barba comprobando el crecimiento del bello fuerte y áspero que muestra la sombra oscura en la tez. Otra vez habrá que afeitarse. Humedecer la cara, enjabonarla, pasar y repasar con la cuchilla hasta que se siente la suavidad en la piel recién despertada. Meterse en la ducha enjabonando el cuero cabelludo con un champú anticaspa porque se sabe que impedirá durante el día que las motas blancas se posen en las hombreras de la chaqueta gris y arranquen algún comentario jocoso sobre su imagen. No mezclar el gel del champú con el gel de baño. Aclarar correctamente todo el cuerpo para posteriormente secarlo con meticulosidad, especialmente los dedos de las extremidades inferiores. Después del desayuno lavar los dientes, masajear la cara con la loción que suaviza la irritación que le produjo la cuchilla de afeitar, pulsar varias veces la parte superior del frasco de colonia, siempre  de la misma marca, para dejar en el ambiente un olor único que el mundo que le rodea sepa que ha pasado por allí. Antes de salir de casa, fijar una última mirada al peinado, el nudo de la corbata y los bolsillos de la chaqueta. Todo correcto ya le puede ver el mundo. ¿Acaso todos estos pequeños actos no son una manera de quererse a sí mismo y mejorar la autoestima personal?


Todas las personas necesitamos sentirnos valorados empezando por nosotros mismos. No podemos ir por ahí dando una imagen de dejadez y descuido de nuestra imagen. Y, si valemos tanto, porqué al mirarnos en el espejo, a veces, ni siquiera nos reconocemos a nosotros mismos. Frente al espejo, nos preguntamos con cierta sorna, ¿quién es ese bicho de enfrente que hace los mismos gestos que yo? Mientras no reconozcamos la importancia de reconocernos como seres únicos no podremos manifestarnos ante los demás como realmente somos. 


viernes, 10 de julio de 2015

Las vacaciones de mamá


                Estas líneas van dedicadas a quienes se están preparando o ya han iniciado sus ansiadas vacaciones de verano. A quienes han estado trabajando durante el año con tesón. Superando las dificultades del día a día. Especialmente me dirijo a las madres y, de forma excepcional, a algunos padres que son conscientes y practican su responsabilidad con las tareas domésticas. Las vacaciones deberían ser especiales para ellas. Y quiero dejar claro que de estas palabras no se infieran conclusiones ni de tipo machista, ni feminista.
                No dejo de reconocer cómo, por desgracia, todavía cae la mayor responsabilidad de las tareas domésticas sobre las mujeres. Bien es verdad que hay hombres concienciados y no se les puede reprochar nada. Pero hoy por hoy, son los menos. Por ello pienso que las vacaciones deberían estar enfocadas a favorecer un descanso bien merecido de todos, pero especialmente de las mamás.
Imaginemos la familia con dos niños que han alquilado un apartamento en la playa. ¿Se pueden considerar vacaciones a esa mamá que se levanta un poquito antes que el resto de la familia para preparar el desayuno de todos y se acuesta la última cuando ha recogido el apartamento? Se encarga de organizar lo necesario para que en la playa no les falte nada a los niños.  O, se da un baño cuando se ha asegurado que la pareja no va a quitar un ojo a los niños.
                ¿Acaso no merece vivir esa mujer como una reina, por lo menos la semana en la que está de “vacaciones”? La verdad, se merecen mucho más.


jueves, 2 de julio de 2015

FANTOCHES Y TITIRITEROS

            Dícese del muñeco que se articula con una cruceta de la que cuelgan unos hilos que van atados a las partes del cuerpo que se quiere mover. Todos nos hemos reído de pequeños con esos títeres vestidos de manera estrafalaria, escuchando sus historias por boca de quien los maneja hábilmente. La gracia de sus movimientos es directamente proporcional a la destreza de quien los manipula. Cuanta más versatilidad en su movilidad más genuina es su fantochada.

El vulgo ríe las gracias de los fantoches, sin pensar que lo que están aplaudiendo son las ocurrencias del manipulador. El fantoche actúa de cara a la galería. Es el medio. Es la marioneta de su creador. Es el parapeto y escudo de quien se esconde tras su poder para protegerse de la crítica de su público. Un titiritero competente es aquel capaz de manejar el mayor número posible de monigotes. El titiritero actúa desde las sombras, la mayoría de las veces, escondido  y oculto detrás de los focos para que nadie reconozca su rostro y adivine sus intenciones. Mano negra que maneja los hilos del poder sin que su gran público note la repercusión de su actuación.

Ya hemos nombrado los tres grandes actores de esta representación: El titiritero, la marioneta y el público. Ya sabemos cuáles son las principales misiones de cada uno. La del titiritero: manejar, manipular, conseguir sus objetivos del público a través de muñecos. La del fantoche, ser el medio grotesco por el que el titiritero induce a su público a consentir sus pretensiones. La del público: reír las gracias del títere y pagar el gasto de la función.

Si trasladamos estos conceptos a la política, la  justicia, la educación, la empresa, la economía, la religión, etc. observaremos estos tres papeles perfectamente diferenciados. El problema surge cuando, a nivel personal, se debe discernir en cuál de esos tres roles nos encontramos clasificados y no sabemos la respuesta. Aunque más preocupante es desconocer, por inconsciencia, cuál es el papel con el que cada uno se identifica.

¿A qué se dedica usted? ¿Es titiritero, fantoche o público?



                

sábado, 20 de junio de 2015

“Sólo una persona mediocre siempre está en su mejor momento”


            Se entiende por mediocre a la persona que tiene una cualidad media. Todos los seres humanos podríamos calificarnos como tales. ¿Quién es el hombre o la mujer que reúne todas sus cualidades de forma completa y total? Si nos situamos en el polo opuesto, ¿hay alguna persona que no tenga absolutamente ninguna cualidad? Es decir la mayoría de las personas, por no decir todas, somos mediocres en algún aspecto de nuestra vida. Lo cierto es que a nadie le gusta que le cataloguen como tal y se suele tener cierto empeño en diferenciarse de los demás, bien sea por la forma de vestir, por el peinado, por el tipo de coche, por la decoración de la casa, e incluso por la corriente ideológica del momento. Lo importante es ser diferente. A veces suele pasar como en un chiste gráfico que vi hace mucho tiempo. Había una viñeta, en ella se advertía un grupo de gente poco numeroso, separado por una línea, de otro grupo numerosísimo de personas y del grupo con poca gente uno decía, los que no quieran ser masa que pasen al otro lado de la línea. A fuerza de buscar el distintivo que  diferencia de los demás  se termina siendo igual que todo el mundo, como nos ilustraba la ironía de la viñeta.

Preguntas a alguien qué tal le va, la respuesta más genérica es “vamos tirando”. Pocas veces se dice con satisfacción, “estupendamente”.  Se vive una cierta sensación de hacer las cosas a medias, para ir tirando, mediocremente. Me contaron una anécdota que refleja bastante bien esta situación.
Se encuentran dos amigos. Uno de ellos estaba trabajando en una carretera echando asfalto y el amigo le pregunta.
-¿Trabajas mucho?
-Para lo que me pagan... Le responde.
-¿Es que te pagan poco?
-Total, para lo que trabajo.
Vivir a medias no es vivir. Generalmente produce una insatisfacción personal no muy recomendable. La mediocridad genera un sentimiento de fracaso. No hacer las cosas como a uno le hubiera gustado realizar es una manera de confirmar las pequeñas derrotas en el campo de batalla. Conformarse con ser un perdedor, un ser al que la vida no le ha deparado la suerte y se contenta con mantener las cosas tal y como vengan. Como decía el escritor británico William Somerset Maugham, “Sólo una persona mediocre siempre está en su mejor momento”. Porque la mediocridad cuando se instala en la persona hace que ésta se adapte e imite al rebaño, encontrándose en ese espacio como pez en el agua. En la sociedad de hoy te invitan continuamente a vivir a medias. Las prisas apuran para que realices la mayoría de las cosas con inmediatez, la urgencia prima sobre la excelencia. Nos hemos acostumbrado a responder a lo socialmente correcto aunque no estemos convencidos de que sea lo mejor. Justificamos el estado de mediocridad con el argumento falaz de que todo el mundo lo hace así. Más tarde recurrimos a la queja y criticamos los malos resultados de lo que hacen los demás. A quien nos han realizado un trabajo a medias le echamos el muerto de falta de profesionalidad porque nosotros esperábamos que lo hicieran lo más completo posible. Sin embargo, si la acusación se dirige hacia nosotros, encontramos enseguida excusas como la falta de tiempo, de medios, de recursos insuficientes, de malas condiciones, para poder haber realizado nuestro cometido a la perfección.

Vivir en la mediocridad es una de las armas más mortíferas para la destrucción de la humanidad. El hombre se refugia en la muchedumbre para justificar la conformidad de dejar las cosas tan mal, como cuando se las ha encontrado en sus manos por primera vez. Es muy fácil no percibir la importancia de poner el cuidado en  las pequeñas acciones que configuran lo más preciado de la vida. Necesitamos perder el miedo a fomentar que la humanidad mejore. Mostrar el desacuerdo con la multitud de quienes se conforman con aprovecharse del mundo que le rodea, en vez de aportar su granito de arena y dejarlo mucho mejor que cuando se lo encontraron.

Estoy convencido de que la mayoría de las personas, a lo largo de su vida, entablan una pelea continua por ser cada día mejor que el día anterior. Casi siempre al repasar lo que hemos hecho a lo largo de nuestra existencia hacemos un balance en el que valoramos nuestras acciones según nuestros principios. Nos ha salido bien, sentimos satisfacción. Pero si las conductas se alejaron de nuestros valores principales y nos salen mal, dejan un mal sabor de boca en nuestro interior. Es el juicio que hacemos frecuentemente sobre la vivencia personal de mediocridad. Cundo la respuesta a esa valoración no es adecuada, el desaliento se puede apoderar de nosotros y emerge un sentimiento de pérdida de tiempo en nuestras vidas. En el fondo es que ha hecho acto de presencia la mediocridad y para hacer más llevadero la sensación de pequeño  fracaso, se suele echar la culpa a cualquier agente externo.

Vivir a tope, realizar el sueño que uno tiene es tomar la decisión de no vivir mediocremente. Poner el empeño en realizar cada pequeña actividad con la intensidad suficiente para disfrutar sin medida. Subes al autobús para desplazarte hasta el lugar del trabajo, saluda al conductor, sé amable con los viajeros de compañía, observa a la gente, las calles, los escaparates. Deja volar tu imaginación al percibir la variedad de los olores que recoge tu olfato. Aparca la posible ansiedad que te pueda generar la duda de llegar tarde, siéntate si puedes y abandónate al momento presente. Son unos minutos preciosos para saborear la cotidianidad de la vida que jamás se volverán a repetir. Acompañas a tus hijos al colegio y la rutina diaria puede hacerte olvidar que son momentos únicos para disfrutar de su compañía. La experiencia de tomarles de la mano y sentir cómo sus vidas dependen de tu calor, nadie lo va recordar a lo largo de su vida con tanta emoción como tú mismo. Cuenta a tu pareja lo que te ha pasado en el trabajo con el responsable de tu departamento. Explícale con detalle la situación, tus pensamientos y sentimientos, deja espacio en tus palabras para que el silencio te haga reflexionar y tu pareja pueda opinar. Agradece la posibilidad de compartir esa parte de tu vida con la persona que amas y siente el presente dentro de tu ser como un  regalo que ese preciso momento estas abriendo para ti. Deja que la sorpresa se inserte en tus rutinas porque es la actitud optimista la que te llevará por los caminos del descubrimiento de que la vida es apasionante y tú eres el actor principal de la película. La mediocridad es enemiga de la reflexión y del silencio. Solamente crece sobre la tierra abonada, esponjosa y fértil donde el bien ser echa sus hondas raíces buscando el agua vital que alimenta la perfección.

Acepta las limitaciones que te encuentres, ya sean personales o de tu entorno. Confiesa que no eres un dios todopoderoso capaz de solventar cualquier cosa que se interponga en tu camino. El reconocimiento de la realidad parte de la humildad personal. Muchas veces no queremos observar lo que está sucediendo porque nuestra intencionalidad niega unas evidencias y acepta unos deseos que no se ajustan a la verdad objetiva, sino a la interpretación personal de lo que nos interesa. Si te crees erudito de alguna ciencia, duda de tus conocimientos. Si has visto con claridad un hecho, duda de tus ojos. Si has sentido rabia por algo, duda de tu serenidad. Si te han preguntado por qué estás triste duda de tus fuerzas. Acepta que la grandeza de tu vida reside en tus propias debilidades cuando las has reconocido como partes esenciales de tu mismo ser.

La mediocridad puede truncar la gran ilusión de nuestra vida. La sensación de hacer las cosas a medias produce un desaliento que se apodera del corazón humano y hace estragos irreparables. El sentimiento de continua pérdida del tiempo horada y corroe con demasiada persistencia.

 Del libro "Caminar a tientas"

domingo, 7 de junio de 2015

Sonríe. Siempre sonríe.

¿Quieres ganar sin hacer ningún tipo de inversión económica? Por el increíble precio de cero euros, como inversión anual, puedes conseguir una alta rentabilidad en tu negocio. No dudes en decidirte para implementar el proceso que te explico a continuación.
Sonríe. Si, así de sencillo, sonríe. Hazlo siempre, cualquier ocasión es estupenda para sonreír. En cualquier acontecimiento se puede ejercitar esta acción tan rentable. Se acerca un cliente a tu negocio, sonríe. Se aleja de él, también. Conoces a alguien por primera vez, muestra tu sonrisa. Tienes dificultad con tu vecino, primero sonríe y después habla de lo que creas oportuno. Quieres mostrar a otra persona que estás en descuerdo con ella y tienes otro criterio totalmente contrario, primero sonríe, después sonríe y mientras expones tu pensamiento sonríe.
La sonrisa es la puerta que se abre a todas las posibilidades. Las personas necesitamos un entorno amable que nos facilite el encuentro con nuestros semejantes. Cuando nos encontramos a gusto expresamos lo que sentimos, somos capaces de exponer nuestro pensamiento con confianza. Y todos sabemos que los negocios se generan en el ámbito de la confianza. Por ello nada mejor que la sonrisa para generar relaciones afables donde se puedan establecer cualquier tipo de colaboración.
Piensa un segundo en esta situación. Hay dos personas esperando a hablar contigo. Cuando te diriges a ellas una te mira con una sonrisa y la otra no, ¿a quién te diriges en primer lugar? Quien sonríe gana. Quien siempre muestra el rostro de enfado, suele perder.

La sonrisa es la actitud por excelencia en el acercamiento a los demás y sin ese acercamiento los negocios son inconcebibles. ¡Cuántos negocios se han perdido por depender de interlocutores con cara de mal humor!

miércoles, 3 de junio de 2015

LA LÍNEA

La línea que separa el cielo del horizonte es demasiado fina
para hacer distinción entre el cielo y la tierra.
Y a la mar le pasa lo mismo.
Y a los sueños con la realidad.

La línea que marcan los hombres no es línea.
Porque las líneas no existen.
¿Acaso las estrellas son líneas en el firmamento?
La luna no es silueta cuando simboliza lo inalcanzable.

Las líneas en los mapas separan, pero en la tierra no se ve.
Yo no las veo en los montes, ni en los árboles.
Las vacas comen la misma hierba a uno y otro lado
de la imaginaria muralla que los hombres hemos construido.

La línea que demarca separa
el corazón de los sentimientos, la riqueza de la pobreza.
El poder remarca con punzón de hierro
y la lluvia borra las fronteras.

El norte se pierde en la línea de sur.
Los gritos negros, voces ahogadas,
llaman en las aguas azules de los océanos
allí no hay líneas, allí reina el silencio.

Viejo continente, remarca más las líneas de muerte.
Mira al otro lado, aquel que no te hiere.
Líneas para protegerte de quien puede salvarte,
de tu longevo bienestar inerte.