Ayer los niños
han salido a la calle acompañados de sus papás. Una fiesta de la ciudadanía.
Después de mes y medio encerrados en sus casas salieron con unas ganas
tremendas de correr, saltar, hablar, gritar y disfrutar de la calle. Son niños.
A algunos papás se les olvidó las mínimas normas elementales a respetar para no
seguir transmitiendo el dichoso virus. Todo el mundo se les ha echado encima
reprochándoles una irresponsabilidad impropia de los padres.
Durante más de
cuarenta días en Gobierno ha restringido la libertad a las familias con mayor
severidad que en el resto de los países del mundo. Sin embargo estamos a la
cabeza del número de muertos por millón. Se han tomado estas medidas tan
drásticas es porque no han sido capaces de dotar a la población con medios de
protección. Han sustituido la ineptitud de su gestión por la restricción de las
libertades y los derechos ciudadanos. Han preferido la difusión propagandística
para ocultar la realidad, ocultando las cifras reales de contagiados y muertos,
en vez de informar con veracidad de la gravedad de la situación. Han elegido la
amenaza y la sanción policial propias de un estado confiscatorio y dictatorial.
Los padres con
información y con medios siempre escogen lo mejor para sus hijos. Por mucho que
“papá estado” muestre interés por los niños, nadie mejor que los padres van a
velar por ellos. Lo que pasa es que, por ejemplo, como no hay mascarillas para
todos no pueden obligar a la ciudadanía a su uso. Como no se han hecho test
masivos, no se conoce la prevalencia del virus. No se sabe dónde se producen
los principales focos de contagio, ni que pautas seguir para mitigar el
problema. La inútil gestión del Gobierno la intenta disimular echando la culpa a los padres y amenazando
con volver al confinamiento.
No
confundamos, mientras han estado encerrados y calladitos con sus hijos son
estupendos y, ahora, de buenas a primeras, pasan a ser irresponsables. ¡Un
poquito de por favor!
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