¿Pero qué le pasa al mundo? Creen
que he perdido el juicio y me tratan como a un niño. Fíjate, me dicen que el “pis”
se hace dentro del wáter y el “pas” no se unta en los sanitarios. Cuando voy al
médico siempre justifica mis dolores con los años y “qué vamos a hacer”, el
tiempo no pasa en balde. Si lo único que siento es que las piernas me duelen y
por eso no puedo caminar bien. Es verdad que abrocharme los botones de la
camisa me resulta imposible. Claro, si se ha puesto de moda hacer los ojales
muy estrechos, así es muy difícil. La cremallera del pantalón no la subo hasta
arriba porque tiene el cierre demasiado pequeño y cuando me entra una prisa no
me da tiempo. Suelo utilizar los zapatos más anchos, ¡cualquiera acierta con el
calzador! Me parece que el suelo está más bajo que hace un tiempo atrás.
¡Estoy harto! Continuamente me
echan en cara que eso ya lo había dicho. ¡Pues claro! Lo que pasa es que nunca
me hacen caso. Yo me acuerdo de las cosas y todo el mundo se empeña en
convencerme que es a mí sólo a quien se le olvidan. ¡No hay derecho! Si sabré
yo lo que pasa. He perdido vista. Ahora no veo como antes. Las últimas gafas
que me compré no me las ajustaron bien. He ido varias veces al oculista y dice
que sí, pero no me hace mucho caso, estoy seguro. Así que me cuesta meter las
llaves en las cerraduras. A veces, no dejo la tacita del café en el centro del
plato y se derrama algo, pero claro no se dan cuenta que las gafas están mal
graduadas.
Me molesta que me griten. Me
parece una falta de respeto. Encima, cuando lo digo me contestan que no les
escucho. ¡Claro que les escucho! Y les da igual. Siempre se tienen que llevar el
gato al agua. Si yo estoy en mi mundo, los demás estarán en el suyo, digo yo.
La última proposición de mis hijos es que me ponga un sonotone de esos que se
ponen en la oreja. ¡Lo que faltaba para parecer un robot distraído, ni de coña!
No sé que se piensan. Yo me entero de todo. Ahora me han comprado un pastillero
en el que meten toda la medicación de la semana. Dicen que así no se me
olvidarán tomar las pastillas. Pero eso sí que es liar la cosa. ¡Si yo lo tenía
todo organizado..!
Sé conducir perfectamente y no
quisieron renovarme el carné. Pero no fue en la revisión rutinaria de Tráfico,
sino mis propios hijos los que impidieron que cogiera el coche. No se fían de
mí y creo que fue porque tuve un par de despistes sin importancia. Como si yo
fuese la única persona que tiene despistes al volante.
Si les voy a llevar la corriente
en todo lo que me recomiendan, tendría que comprarme un bastón, unas muletas o,
mejor, un andador de esos que llevan ruedas y silla incorporada y, cuando se
cansan de andar, se sientan. El sonotone, un calzador largo para no agacharme.
El botón de llamada colgado al pecho para llamar a urgencias, la almohada
eléctrica, cambiar el teléfono fijo y poner uno con números grandes y no sé
cuantas cosas más. Creen que soy un viejo, ¡por favor!
Están empeñados en que venga una
persona a casa para hacerme las tareas domésticas y mientras yo pueda eso no va
a suceder. No soy ningún inútil. Las cosas me cuesta hacerlas, pero yo voy a mi
ritmo y me apaño. Lo que más me entristece es que me he enterado de que
posiblemente, la “única solución” sea entrar en una residencia de ancianos. “Unica
solución”, ¿a qué? ¡Lo que me faltaba! Me quieren aparcar en el desguace de
abuelos para que de allí me saquen con los pies para adelante. Además, ya me
han dicho que mis ahorros deberían tener algún disponente más, por si acaso me
pasa algo a mí. ¡Vamos que puedan hacer con mi dinero lo que les dé la gana!
Soy mayor. ¡Claro que soy mayor!
Pero, NO SOY UN VIEJO.