viernes, 24 de abril de 2015

El silencio promotor del cambio

En la actualidad no se lleva muy bien eso de guardar silencio. Casi siempre tenemos algún ruido con el que distraernos. Existe un cierto miedo a no percibir ningún sonido a nuestro alrededor, a quedarnos en soledad y por tanto se intenta que, en todo momento, haya algo de música, de ruido. No es habitual que la gente busque el silencio en sus vidas. Bien es verdad que  muchos individuos expresan la necesidad de que los dejen solos cuando se produce un exceso de relaciones sociales. El silencio es un potente promotor del cambio. Cuando se encuentra el ser frente a él le revoluciona su mundo interior y le conduce a estadios maravillosos en su vida. El silencio es la actitud determinante de la escucha activa. A través de su magia se puede adentrar en los insondables vericuetos y las partes más escondidas del ser humano.

La actitud de escucha como fuente de aprendizaje no tiene precio. Practicarla frecuentemente es un ejercicio de una riqueza inagotable. En cada persona hay un potencial maestro, bien sea por sus lecciones de vida a través de su testimonio, bien sea por la manifestación de sus errores en los que no debemos caer. Cuanto más se escuche más se aprende. La escucha es como un papel secante en el que se impregna la tinta dejando su huella, lo difícil es apoyar el papel sobre la superficie adecuada y esa determinación depende exclusivamente del criterio con el que tomamos las decisiones. Además, estar con los oídos abiertos facilita la apertura al mundo que nos rodea, a ver diferentes perspectivas, diversas formas de pensar, comprender nuevos sentimientos, sentir emociones renovadas.

El silencio activo delante del otro permite abrir la mente a lo desconocido. Si no dejamos espacio la mente se sentirá confiada en lo que ya conoce, pero cerrada a las nuevas perspectivas de crecimiento, con lo cual estamos empobreciendo las fuentes de conocimiento que nos acompañan siempre. Aquí juega un papel fundamental la atención. Por medio de la atención focalizamos con precisión la nitidez del mensaje que estamos recibiendo. Algunas personas suelen comentar mientras se mantiene una conversación, “habla, habla que te escucho”, se está dando cuenta que la otra persona ha dejado de hablarle e insiste en que continúe, pero no se da cuenta que su expresión corporal le está delatando, no presta la atención que requiere la verbalización. La atención no sólo se canaliza exclusivamente por el oído sino que son necesarios emplear el resto de los sentidos. Cuando se escucha de verdad haces sentir a los demás que son especiales, te unes a ellos y dejas en su retina la imagen de que eres atractivo y percibes el valor de sus intereses en toda su amplitud.
Del libro
"Caminar a tientas"



viernes, 10 de abril de 2015

Amigo

Esta poesía es un homenaje personal a todas las personas que sienten el peso de las dificultades en algún momento de su vida y se encuentran sin saber muy bien qué hacer. Personas sin un techo para dormir, sin un hogar donde donde convivir,sin una familia a quien amar. Personas vulnerables que sufren, con demasiada frecuencia, el peso de la soledad en sus vidas.

                                                                                                    AMIGO

Amigo,
no sé cómo llamarte.
No sé quién eres.
me dirijo a ti, tal vez a mí.

Hablo de ti, pero no, contigo.
Te nombran usuario,
de servicios, de centros
y… ¿de qué más?

De abolengo: Sin techo.
Ilustre, persona sin hogar.

Algunos, mendigo,
otros transeúnte,
dibujando tu nombre
con el adjetivo de pobre.

Al sol ofreces tu piel,
a la luna tus sueños.
Y en la soledad escondes
tu verdadero ser.

¿De dónde vienes?.
Amigo, ¿a dónde vas?
Las caricias del infierno
hoy, son heridas del ayer.

Caminas y caminas, hacía ti mismo,
con la casa en la mochila
huyes del recuerdo, del pasado.
Alumbrado con la luz de tus estrellas.

Amigo, no sé quién eres.
Tal vez te llame con mi nombre
y así reconocerán tus ojos
mi mirada.

Rafael Roldán




lunes, 6 de abril de 2015

El mundo de las personas sin techo


          Estamos inmersos en una crisis económica, social e incluso cultural que dura ya demasiado tiempo. Como siempre sucede, la cuerda se rompe por su parte más endeble. Las consecuencias de la crisis la sufren las personas más débiles y con menos recursos. Estamos conociendo todos los días noticias de personas que son desahuciadas y obligadas a abandonar su domicilio por falta de recursos económicos. Son familias que se quedan en la calle de un día para otro sin un techo donde cobijarse. Un ejemplo de la precariedad de vida en la que nos podemos ver abocados por esta maldita crisis.
         Pero además existe un colectivo, desconocido para muchos, en el que vivir bajo el techo del cielo es su domicilio habitual. Estamos hablando de los transeúntes o también denominados “sin techo”. Individuos desarraigados de su tierra, de su hogar que transitan de un lado a otro en busca de los recursos básicos necesarios para subsistir cada día. Sin un trabajo que les proporcione una ocupación y una estabilidad económica digna. Personas que deambulan en solitario por las calles, pueblos y ciudades, estigmatizados con el sello de la marginación social. Alejados de su familia, la mayoría de las veces mostrando el aspecto más tosco, incluso agresivo, que les aísla todavía más de la sociedad. Una sociedad que hace la vista gorda ante estas situaciones de precariedad humana mientras no las perciba como una amenaza.
         Un colectivo que está a expensas de las instituciones benéficas que les proporcionan el alojamiento, la comida, el vestido  y la higiene necesaria para poder subsistir día a día. En su mayoría son hombres pero también mujeres que han entrado en una espiral de abandono personal, cayendo en lo más hondo del pozo y se encuentran sin las fuerzas, ni la capacidad para hacer todo lo posible por salir adelante en sus vidas. Han llegado a bajar tanto en la pendiente de su autoestima que pueden llegar a sentirse incapaces de integrarse en la sociedad y simplemente se acomodan a sobrevivir precariamente el día a día. Con el fracaso como compañero de camino, la frágil salud debida a la falta de una equilibrada alimentación, la carencia de cuidados, los desequilibrios psíquicos personales acumulados por las rupturas familiares, el consumo del alcohol o las drogas, hace muy difícil que estas personas puedan retomar hábitos saludables en el ámbito físico, psíquico y social.
         De todas estas situaciones en la que se ven sumergidas estas personas, habla el libro “Sin techo y de cartón” e intenta expresar la vulnerabilidad de la vida reflejada en individuos que deambulan, mendigan, viven e incluso duermen en las calles protegidos por cartones. A veces se piensa que la vida que llevan estas personas no tiene nada que ver con nosotros, pero no se puede olvidar que nadie está libre de ser frágil, de cartón.
         “Sin techo y de cartón”  es un ejercicio de empatía, de ponerse en la piel de cualquier persona vulnerable. Pretende hacer reflexionar al lector sobre el aprendizaje que todos podemos realizar a partir de nuestras relaciones. Comprender la debilidad del ser humano, saber gestionar las emociones y luchar contra las adversidades que surgen.


                                                        Rafa Roldán

jueves, 2 de abril de 2015

Presentación "Sin techo y de cartón" en Fundación San Valero

“A quienes no conozcan la realidad de las personas sin hogar, la lectura de Sin techo y de cartón, a través de la mirada de Fran, de sus percepciones y de sus sentimientos, les descubrirá un mundo sorprendente, más allá de estereotipos y mitos. Un mundo habitado por personas de carne y hueso
que se encuentran literalmente sin nada; un mundo de personas profundamente solas, que lo han perdido todo y, a pesar de ello, a veces, al menos a veces, sacan fuerzas para intentar superar su situación.

Sin techo y de cartón intenta expresar la vulnerabilidad de la vida reflejada en personas que deambulan, mendigan, viven e incluso duermen en las calles protegidas por cartones.”
Gustavo A. García Herrero
Director del Albergue Municipal de Zaragoza


martes, 24 de marzo de 2015

La ceguera remunerada

         En la medida que el cuerpo va envejeciendo también lo hacen sus órganos y es normal constatar cómo la gente mayor acaba teniendo problemas con sus ojos. Es muy frecuente observar en personas de cierta edad cómo alejan los textos de la vista y estiran el brazo hasta encontrar la distancia apropiada que les permita leer. Acompañando con resignación el siguiente comentario: “Sin gafas no veo ni torta”. Para buscar solución a este problema lo sencillo es ir al oculista y comprar las gafas que recomiende. En resumen, para encontrar la solución hay que pagar, bien sea directamente o por medio de la obligación con el fisco, pero pagar.

         Sin embargo hay cegueras que son retribuidas. Puede sonar a chanza pero no, es mucho más frecuente de lo que nuestra imaginación pueda alcanzar y nuestra fantasía soñar. No todo el mundo reúne los requisitos para desarrollar una ceguera retribuida, se necesita disponer de unas características especiales. En primer lugar valorar el dinero como motor y gasolina para el movimiento y en segundo lugar, estar profundamente convencido de que los principios son coherentemente válidos hasta que se cambien por otros. Como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros.” Con estos dos requisitos se consigue estar en disposición de ejercer la ceguera remunerada.

Al ciego remunerado le pagan por ver la realidad que le beneficia, exclusivamente. Su mirada se concentra en la visión de la realidad que le resulta más conveniente. Afronta los problemas tomando las directrices que le resulten más cómodas, aunque tengan malas consecuencias para sus próximos. Y dedica sus esfuerzos intentando convencer a quienes le rodean de que lo bueno es lo que ellos ven como tal. Como solía decir Spinoza que los conceptos de “bueno” o “malo” son como unas proyecciones imaginarias, es decir, no se desea algo porque sea bueno, sino que se llame bueno porque se desea.


Pensaba Leonardo Da Vinci que los ojos son la ventana del alma. Por ello el ciego remunerado evita mirar con transparencia no vaya a ser que descubran sus verdaderas intenciones y quede en evidencia la calaña de sus deseos.