Estamos inmersos en una crisis
económica, social e incluso cultural que dura ya demasiado tiempo. Como siempre
sucede, la cuerda se rompe por su parte más endeble. Las consecuencias de la
crisis la sufren las personas más débiles y con menos recursos. Estamos
conociendo todos los días noticias de personas que son desahuciadas y obligadas
a abandonar su domicilio por falta de recursos económicos. Son familias que se
quedan en la calle de un día para otro sin un techo donde cobijarse. Un ejemplo
de la precariedad de vida en la que nos podemos ver abocados por esta maldita
crisis.
Pero además existe un colectivo,
desconocido para muchos, en el que vivir bajo el techo del cielo es su
domicilio habitual. Estamos hablando de los transeúntes o también denominados
“sin techo”. Individuos desarraigados de su tierra, de su hogar que transitan
de un lado a otro en busca de los recursos básicos necesarios para subsistir
cada día. Sin un trabajo que les proporcione una ocupación y una estabilidad
económica digna. Personas que deambulan en solitario por las calles, pueblos y
ciudades, estigmatizados con el sello de la marginación social. Alejados de su
familia, la mayoría de las veces mostrando el aspecto más tosco, incluso
agresivo, que les aísla todavía más de la sociedad. Una sociedad que hace la
vista gorda ante estas situaciones de precariedad humana mientras no las
perciba como una amenaza.
Un colectivo que está a expensas de las
instituciones benéficas que les proporcionan el alojamiento, la comida, el
vestido y la higiene necesaria para
poder subsistir día a día. En su mayoría son hombres pero también mujeres que
han entrado en una espiral de abandono personal, cayendo en lo más hondo del
pozo y se encuentran sin las fuerzas, ni la capacidad para hacer todo lo
posible por salir adelante en sus vidas. Han llegado a bajar tanto en la
pendiente de su autoestima que pueden llegar a sentirse incapaces de integrarse
en la sociedad y simplemente se acomodan a sobrevivir precariamente el día a
día. Con el fracaso como compañero de camino, la frágil salud debida a la falta
de una equilibrada alimentación, la carencia de cuidados, los desequilibrios
psíquicos personales acumulados por las rupturas familiares, el consumo del
alcohol o las drogas, hace muy difícil que estas personas puedan retomar
hábitos saludables en el ámbito físico, psíquico y social.
De todas estas situaciones en la que se
ven sumergidas estas personas, habla el libro “Sin techo y de cartón” e intenta expresar la vulnerabilidad
de la vida reflejada en individuos que deambulan, mendigan, viven e incluso
duermen en las calles protegidos por cartones. A veces se piensa que la vida
que llevan estas personas no tiene nada que ver con nosotros, pero no se puede
olvidar que nadie está libre de ser frágil, de cartón.
“Sin techo y de cartón” es un ejercicio de empatía, de ponerse en la
piel de cualquier persona vulnerable. Pretende hacer reflexionar al lector
sobre el aprendizaje que todos podemos realizar a partir de nuestras relaciones.
Comprender la debilidad del ser humano, saber gestionar las emociones y luchar
contra las adversidades que surgen.
Rafa
Roldán
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