viernes, 11 de diciembre de 2020

No te puedes fiar

 

Vivimos en unos tiempos y en unas circunstancias en las que no te puedes fiar de casi nada y de casi nadie. La palabra no es precisamente garantía de que lo acordado se vaya a cumplir. Se exigen la mayoría de los contratos por escrito. Y, pese a ello, ya se encargan los letrados de buscar las rendijas que existen en la justicia, para tratar de evitar lo correcto y aceptar lo legal como la prioridad del contrato. Porque correcto y legal no siempre coinciden.

 

Al adquirir cualquier producto se suelen especificar los diferentes elementos que lo componen, o las especificaciones técnicas, sanitarias, etc.,  a tener en cuenta. Si por el motivo que fuere no reúne tales informaciones el cliente tiene derecho a que se lo cambien por otro en perfectas condiciones o le devuelvan el importe íntegro. Normalmente existe una costumbre de revisar a fondo dicho producto y en el caso de disconformidad se actúa en consecuencia.

 

De igual manera sucede en los contratos de servicios. Ya sea un servicio de reparación del automóvil, la reforma de la cocina o la estancia de un fin de semana en un hotel. Se da la circunstancia bastante habitual de que cuando ha finalizado la actuación del servicio el cliente revisa a fondo si ha sido correcto. Y más vale que haya sido así, porque de lo contrario se suele realizar una reclamación o lo que vulgarmente se denomina “montar un pollo”, que resuene en los confines del universo.

 

Si se vota a un partido político, se supone que votas un programa en el que te ha mostrado las principales actuaciones que va ejercer, tanto si gobierna como si está en la oposición. El contrato firmado mediante el voto es ese y si no se cumple, el votante dejará de votar a ese partido. El problema es que hay que esperar cuatro años para dejar de votar al partido que no cumple con sus promesas. O el problema es que se vota sin conocimiento real de los objetivos del partido al que se vota.

 De los medios de comunicación se espera una información fiable. Los informativos de las televisiones, los diarios de prensa o los programas de información en radio, deberían ser independientes y rigurosos, informativamente hablando. Especialmente aquellos medios que son de carácter público y pagados por el contribuyente. Aunque la realidad dista mucho de ello. Lo más habitual es que la mayoría de los periodistas trabajan a las órdenes de quien les paga. Y el que paga manda. A cambio de un pedazo de pan el asalariado periodista pierde la libertad.

 

La evidencia de la realidad es terca. No te puedes fiar.

 

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