-Yo
dedicaría toda la enseñanza a ser feliz. ¡Qué importa más que esto! Yo quiero
ser feliz y toda mi vida la he pasado buscando lo que me hacía acercarme con
más fuerza a la vivencia de ese estado. Las personas siempre se quejan cuando
no son felices de verdad. Los padres están pendientes de sus hijos con la única
misión de enseñarles a ser felices. Les educan con esa única finalidad. Sin
embargo, esta sociedad nos está inculcando el dinero como valor supremo y el
poder como la herramienta más útil. Y ahí están los resultados. Vivimos
enajenados, pendientes de conseguir más para escalar en la pendiente del tener
hasta la cima del sinsentido. Encerramos a los niños en las guarderías, en las
escuelas, en los centros deportivos, en la vorágine de las actividades
múltiples… con la finalidad de disponer de más tiempo para trabajar y ganar
más dinero. Y, así pagar unos días de
vacaciones en verano. Comprar un modelo de automóvil mejor y con más potencia
que el que tenemos. Viajar lo más lejos posible. Cambiar de casa a otra mucho
más confortable. La felicidad se nos escurre entre los dedos como la
mantequilla en la sartén ardiente.
El
modelo educativo ha asumido esta dinámica de pensamiento como ideal de vida.
Algunos me discutirán que ello es falso. Que en la escuela se enseña a buscar
la felicidad, a cuidar el medio ambiente, a querer a los animales e incluso a
las personas. Estoy de acuerdo que lo intentan muchos educadores y educadoras.
Pero los resultados en la realidad se muestran tozudos hasta la saciedad. El
trabajo es el trabajo y ahí está justificado despreciar a la persona, si
llegara el caso. Cuando es necesario se apela con la ley en la mano. En pro de
los beneficios económicos de una sociedad, se pospone la dignidad de los seres
humanos, de los niños, de los inmigrantes. Nos hemos vuelto individualistas con
nuestra propiedad privada y socialistas con la propiedad pública. Exigimos la
solidaridad de los estados y negamos el saludo al vecino. Vivimos un mundo
saturado de injusticia. Ello es así, en buena parte, porque los adultos estamos
educando en la injusticia, a veces sin darnos cuenta.
Existe demasiada violencia porque
los niños aprenden de los mayores, no sus teorías sobre la paz, sino sus
ejemplos de agresividad. Les pedimos a los más pequeños que se comporten con
educación, mientras nosotros nos comportamos como verdaderas acémilas –con
perdón de dicha especie-, en algo tendremos parte de responsabilidad los
educadores. Decimos unas cosas y hacemos otras y esto nadie lo quiere entender.
Fragmento de mi libro: "¿Para qué fui a la escuela?"