El trabajo suele ocupar un tercio del tiempo de nuestra vida. Demasiado tiempo empleado como para no tener en cuenta la relevancia y la influencia que ejerce en la orientación de nuestro caminar por este mundo. Y si ya dedicamos tanto tiempo a él, mejor será vivir con alegría que sufrirlo permanentemente. El trabajo es un medio de progreso personal y de crecimiento. Por ello la elección, el desarrollo y el final de la actividad laboral consumen importantes recursos personales. Pensemos en la formación general adquirida en el periodo de escolarización, la preparación profesional desarrollada en las primeras prácticas en la empresa o el reciclado permanente, necesario para estar al día en las tecnologías o métodos de trabajo. Los cambios en las necesidades de los clientes se producen a una velocidad vertiginosa y las empresas invierten grandes esfuerzos, a todos los niveles, para poder responder a las expectativas de sus clientes. El trabajo bien hecho es el trabajo excelente, perogrullada que no necesita explicación pero que a mí me interesa matizar en este capítulo.
Por otro lado existe una corriente de pensamiento que sustenta el valor de sus principios en la suerte o el destino, lo he señalado en el primer capítulo. Actualmente se magnifican en los medios televisivos, especialmente en los programas rosa, las referencias personales de quienes logran éxito en sus vidas ganando concursos, ruletas, grandes hermanos. Pero en las vidas interiores de estos personajes «famosillos» se perciben carencias afectivas, falta de personalidad, escasa fortaleza y valores poco cultivados en el seno de la familia. El esfuerzo personal es un ente abstracto totalmente desconocido. Se fomenta transmitir la idea de que el éxito puede llegar sin tener que hacer absolutamente nada. Es cuestión de un golpe de suerte. Este tipo de principios nos han llevado, en algunas ocasiones, a conceptuar el trabajo de forma peyorativa. Para tener éxito en esta vida no hay que trabajar, es cuestión de ser un poco listo y tener suerte.
Las personas trabajadoras, sin hacer diferencia entre quienes desarrollan su empleo de forma autónoma o quienes dependen de una nómina, conforman la gran colectividad que sostiene el sistema productivo de cualquier sociedad. Esta labor es crucial y distintiva del desarrollo humano. No quiero entrar a valorar las condiciones actuales en materia laboral de la mayoría de los trabajadores en el mundo. Mi interés se centra en aportar una visión positiva del trabajo personal que puede desarrollar cualquier persona, independientemente de los condicionantes inevitables que le pueden afectar en función de la situación cultural, económica o social en la que se encuentren.
El trabajo afianza la subsistencia de los individuos proporcionando los recursos necesarios para poder mantener una independencia económica. Todos conocemos la importancia que tiene el acceso al mundo laboral para vivir con dignidad. Una persona sin trabajo carece de los medios más elementales para completar su proyecto de vida. Los jóvenes buscan la independencia económica mediante la inserción laboral. Este proceso de autonomía es natural en el desarrollo de cualquier persona. Según van pasando los años a los jóvenes les resulta más difícil convivir en la residencia de los padres. El pundonor personal frena la idea de tener que estar pidiendo a la familia continuamente el sustento económico para sobrevivir. Exceptuando, claro está, aquellos jóvenes que, a conciencia y por voluntad egoísta, se aprovechan de la familia de una manera irresponsable. Coincide este modelo de juventud con la llamada generación «nini»: ni trabajan, ni estudian. No se tiene prisa en hacerse mayor, se está muy bien en la casa de los papás y se siente cómo fuera de ella hace mucho frío, es decir, son demasiadas adversidades a las que hay que enfrentarse.
Fragmento del libro: "Caminar a tientas" de Rafael Roldán.