Unos momentos para hablar,
debatir, comprender y dejarnos tocar por la sensibilidad de quienes nos
sentimos personas vulnerables.
Vivir y sentir
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domingo, 22 de noviembre de 2015
martes, 29 de septiembre de 2015
DERECHOS Y DEBERES
Hoy sólo se habla de derechos.
Derecho a la libertad, a una vivienda, al trabajo, a decidir, derecho a… Incontables
e innumerables derechos. La palabra derecho se antepone a casi todo y se
subraya con énfasis en cualquier ámbito de la sociedad. No me meto en la
legitimidad de la exigencia del derecho, sobre todo cuando se carece de él. Hay
que exigirlo, por supuesto.
Hoy no se habla de deberes.
Suena un poco a carca. El deber de respetar, el deber de ser responsable, el
deber de obedecer a los padres, el deber de cumplir con la obligación, el deber
de… Los deberes se han reducido a identificarlos con la actividad que realizan
los estudiantes en cuanto terminan sus horas lectivas. Los deberes no se
exigen, se justifican perdiéndolos en el cajón del olvido.
Aquella frase típica que expresaba
la idea de que cada derecho está asociado a un deber, ha pasado a mejor vida. Derecho
a la educación se supone que está unido al deber de estudiar. El derecho a la
sanidad está unido al deber de cuidar de la salud personal. El derecho a no ser
agredido por los demás con el deber de respetar a todas las personas. En estos
tres ejemplos, la primera parte de las
frases –hablan de derechos- son escuchados con atención, mientras que la
segunda parte de las frases –hablan de deberes- suenan como un ruido de fondo.
Hemos conseguido anestesiar “los
deberes” en esta sociedad y cuando contemplamos las consecuencias, nos echamos
las manos a la cabeza. Y nos conformamos con el derecho al pataleo. Así nos va,
claro.
jueves, 24 de septiembre de 2015
REFUGIADOS
ACNUR, la Agencia de la ONU para
los refugiados, explica que, tras cuatro años de guerra en Siria, millones de
personas han tenido que huir de su país en busca de refugio en otros países.
Por una sencilla y simple razón: quieren vivir. Si se quedan, tienen muchas
posibilidades de que les maten y si se van, aunque encuentren muchísimas
dificultades, podrán seguir respirando. Estamos hablando del primer derecho de
la persona, el derecho a la vida.
En
Siria se ha generado una guerra civil entre el régimen de Bachar al Asad y la
resistencia armada. Asad es chiita e
intenta gobernar a una población, cuyas tres cuartas partes son sunitas. En la
ONU no se han puesto de acuerdo EEUU y los países aliados, con Rusia y China en
los temas importantes sobre este asunto. No se tiene claro si conviene realizar
una intervención militar que pare esta maldita guerra por falta de consenso
internacional. Y, en el fondo, todo el mundo sabe que, la principal razón de
este sinsentido, reside en determinar quién controla el poder territorial y
económico del mundo.
La
situación es muy compleja y no se pueden aplicar soluciones simplonas o
populistas. Los estados a través de sus gobernantes, intentan encontrar salidas
a la dramática situación, conciliando por un lado, la ayuda humanitaria a
personas que huyen de su país y por otro, contentando a sus votantes que no
desean ver perjudicado su estado de bienestar. Pero en el centro del conflicto
se encuentran millones de personas con nombres y apellidos, sufriendo el horror
diario de una guerra cruel, como lo son todas las guerras.
Imaginemos que hay un loco en la
calle, con pistola en mano, disparando a cualquiera que se encuentre con él. Tú
pasas por allí y ves la puerta abierta en una casa en la que te puedes
refugiar. Entras en ella para librarte de las balas y el dueño de la casa te
empuja fuera y te impide estar protegido. ¿Cómo te sentirías? ¿Estás invadiendo
la casa del ciudadano? ¿Puedes entrar en esa casa sin su consentimiento? ¿Qué
documentación necesitas para que te deje entrar? ¿Qué religión debes profesar
para no ser sospechoso? Además llevas a tu hija de la mano y ¿qué le explicas a
ella mientras dispara el loco y te cierra la puerta el vecino? Podríamos
imaginarnos tantas cosas… Pero cuando uno no sufre el mal en sus propias carnes,
relativiza el dolor con suma frivolidad.
El
género humano cada día se prepara más para proteger su bien estar. Lo hace a base de
poner leyes, barreras y fronteras. Delimita sus posesiones, muchas veces cuando
han sido robadas por la fuerza a sus semejantes. Esconde el dolor y la muerte
que le interesa. Fabrica las armas que matan a su vecino y, a escondidas las
vende a quien considera su enemigo, porque lo que realmente le importa es el dinero
y el poder. Se escandaliza del niño ahogado en la playa y se olvida de los
millones de niños que mueren bebiendo el barro de la sequía. Corazones de
acero, ¿para qué os quiero?
martes, 15 de septiembre de 2015
lunes, 7 de septiembre de 2015
lunes, 17 de agosto de 2015
Audiolibro: SIN TECHO Y DE CARTÓN
Puedes escuchar parte del primer capítulo del libro "Sin techo y de cartón"
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viernes, 24 de julio de 2015
ME QUIERO, ME ACEPTO.
¡Qué raro suena esta afirmación!
Decir te quiero a otra persona es muy oído, pero cambiar el “te” por el “me”,
suena mal. Si hablo con los demás e inserto estas dos palabras en una
conversación quizás les esté mostrando mi arrogancia y desde luego, lo más
inmediato, es hacerles pensar que soy un egoísta. Me quiero y encima lo voy
pregonando por ahí. Cuando estoy a solas conmigo mismo tampoco manifiesto en
voz alta, ¡cuánto me quiero! Incluso pensarlo me da un poco de vergüenza.
Además no se me ocurre gritar en mi cuarto a pleno pulmón: “soy el amor de mi
vida”. Resonaría un eco en medio de la habitación lo suficientemente largo para
que se estuviera escuchando durante largo tiempo. Si lo hiciera, yo mismo
empezaría a sospechar del estado de mi salud mental. ¡Estás como una auténtica
cabra! No tengo muy claro si este tipo de reflexión es muy común entre la
mayoría de las personas, pero a mí, cuando menos, me resultaría sorprendente
que reaccionaran de esta manera. A fin de cuentas todas las personas se quieren
a sí mismos, pero a la hora de expresar a los demás el sentimiento de amor a sí
mismo con tanta nitidez casi siempre parece un poco pedante. Hago una
observación sobre el concepto de amor propio, entendido como una especie de
desviación del amor hacia el
engreimiento. Por ejemplo, se dice “le
han herido en su amor propio”, y se interpreta cómo a una persona que le han
bajado los humos de su orgullo. Pretendo destacar en este capítulo, el amor
propio como un camino para desarrollar el sentido de autoestima personal.
Dentro de nosotros mismos existe una
especie de recatada falsa modestia que nos impide comunicar a los demás el
aprecio que nos tenemos. No entiendo porqué es así cuando la realidad es que,
si no nos quisiéramos, aunque solamente sea un poquito, nuestra vida perdería
el sentido de su existencia. Si realmente no nos amáramos primero a nosotros
mismos, ¿para qué serviría preocupamos
de satisfacer nuestras necesidades básicas como el comer o el dormir? ¿Para qué
dedicar tantos minutos frente al espejo atusando el flequillo, observando ese
bucle en el pelo que nos parece tan bonito e intentar mantenerlo aunque sea a
base de un buen aerosol de laca? ¿Cómo vamos a salir a la calle con esas
manchas en la camisa o en el vestido? ¡Qué imagen de nosotros mismos vamos a
dar! ¿Nos hemos detenido a valorar el tiempo
empleado en el aseo personal? Por ejemplo, imaginemos a ese hombre que dedica
un tiempo a cuidar su imagen personal. Al levantarse por la mañana fija la
mirada en el espejo observando su cara. Mirando esos ojos legañosos que le impiden
ver límpidamente su rostro en el espejo y restregarlos con los índices de cada
mano cerrada hasta aclarar el momento de estar despierto en la mañana.
Posteriormente pasar una y otra vez la palma de la mano por la barba
comprobando el crecimiento del bello fuerte y áspero que muestra la sombra
oscura en la tez. Otra vez habrá que afeitarse. Humedecer la cara, enjabonarla,
pasar y repasar con la cuchilla hasta que se siente la suavidad en la piel
recién despertada. Meterse en la ducha enjabonando el cuero cabelludo con un champú
anticaspa porque se sabe que impedirá durante el día que las motas blancas se
posen en las hombreras de la chaqueta gris y arranquen algún comentario jocoso
sobre su imagen. No mezclar el gel del champú con el gel de baño. Aclarar
correctamente todo el cuerpo para posteriormente secarlo con meticulosidad,
especialmente los dedos de las extremidades inferiores. Después del desayuno
lavar los dientes, masajear la cara con la loción que suaviza la irritación que
le produjo la cuchilla de afeitar, pulsar varias veces la parte superior del
frasco de colonia, siempre de la misma
marca, para dejar en el ambiente un olor único que el mundo que le rodea sepa
que ha pasado por allí. Antes de salir de casa, fijar una última mirada al
peinado, el nudo de la corbata y los bolsillos de la chaqueta. Todo correcto ya
le puede ver el mundo. ¿Acaso todos estos pequeños actos no son una manera de
quererse a sí mismo y mejorar la autoestima personal?
Todas las personas
necesitamos sentirnos valorados empezando por nosotros mismos. No podemos ir
por ahí dando una imagen de dejadez y descuido de nuestra imagen. Y, si valemos
tanto, porqué al mirarnos en el espejo, a veces, ni siquiera nos reconocemos a
nosotros mismos. Frente al espejo, nos preguntamos con cierta sorna, ¿quién es
ese bicho de enfrente que hace los mismos gestos que yo? Mientras no
reconozcamos la importancia de reconocernos como seres únicos no podremos
manifestarnos ante los demás como realmente somos.
viernes, 10 de julio de 2015
Las vacaciones de mamá
Estas líneas
van dedicadas a quienes se están preparando o ya han iniciado sus ansiadas vacaciones
de verano. A quienes han estado trabajando durante el año con tesón. Superando
las dificultades del día a día. Especialmente me dirijo a las madres y,
de forma excepcional, a algunos padres que son conscientes y practican su
responsabilidad con las tareas domésticas. Las vacaciones deberían ser
especiales para ellas. Y quiero dejar claro que de estas palabras no se infieran
conclusiones ni de tipo machista, ni feminista.
No dejo
de reconocer cómo, por desgracia, todavía cae la mayor responsabilidad de las
tareas domésticas sobre las mujeres. Bien es verdad que hay hombres
concienciados y no se les puede reprochar nada. Pero hoy por hoy, son los
menos. Por ello pienso que las vacaciones deberían estar enfocadas a favorecer
un descanso bien merecido de todos, pero especialmente de las mamás.
Imaginemos la familia con dos
niños que han alquilado un apartamento en la playa. ¿Se pueden considerar
vacaciones a esa mamá que se levanta un poquito antes que el resto de la
familia para preparar el desayuno de todos y se acuesta la última cuando ha
recogido el apartamento? Se encarga de organizar lo necesario para que en la
playa no les falte nada a los niños. O, se
da un baño cuando se ha asegurado que la pareja no va a quitar un ojo a los
niños.
¿Acaso
no merece vivir esa mujer como una reina, por lo menos la semana en la que está
de “vacaciones”? La verdad, se merecen mucho más.
jueves, 2 de julio de 2015
FANTOCHES Y TITIRITEROS
Dícese del muñeco que se articula con una cruceta de la
que cuelgan unos hilos que van atados a las partes del cuerpo que se quiere
mover. Todos nos hemos reído de pequeños con esos títeres vestidos de manera
estrafalaria, escuchando sus historias por boca de quien los maneja hábilmente.
La gracia de sus movimientos es directamente proporcional a la destreza de
quien los manipula. Cuanta más versatilidad en su movilidad más genuina es su
fantochada.
El
vulgo ríe las gracias de los fantoches, sin pensar que lo que están aplaudiendo
son las ocurrencias del manipulador. El fantoche actúa de cara a la galería. Es
el medio. Es la marioneta de su creador. Es el parapeto y escudo de quien se
esconde tras su poder para protegerse de la crítica de su público. Un titiritero
competente es aquel capaz de manejar el mayor número posible de monigotes. El
titiritero actúa desde las sombras, la mayoría de las veces, escondido y oculto detrás de los focos para que nadie
reconozca su rostro y adivine sus intenciones. Mano negra que maneja los hilos
del poder sin que su gran público note la repercusión de su actuación.
Ya
hemos nombrado los tres grandes actores de esta representación: El titiritero,
la marioneta y el público. Ya sabemos cuáles son las principales misiones de
cada uno. La del titiritero: manejar, manipular, conseguir sus objetivos del
público a través de muñecos. La del fantoche, ser el medio grotesco por el que
el titiritero induce a su público a consentir sus pretensiones. La del público:
reír las gracias del títere y pagar el gasto de la función.
Si
trasladamos estos conceptos a la política, la
justicia, la educación, la empresa, la economía, la religión, etc.
observaremos estos tres papeles perfectamente diferenciados. El problema surge
cuando, a nivel personal, se debe discernir en cuál de esos tres roles nos
encontramos clasificados y no sabemos la respuesta. Aunque más preocupante es
desconocer, por inconsciencia, cuál es el papel con el que cada uno se
identifica.
¿A
qué se dedica usted? ¿Es titiritero, fantoche o público?
sábado, 20 de junio de 2015
“Sólo una persona mediocre siempre está en su mejor momento”
Se entiende por mediocre a la
persona que tiene una cualidad media. Todos los seres humanos podríamos
calificarnos como tales. ¿Quién es el hombre o la mujer que reúne todas sus
cualidades de forma completa y total? Si nos situamos en el polo opuesto, ¿hay
alguna persona que no tenga absolutamente ninguna cualidad? Es decir la mayoría
de las personas, por no decir todas, somos mediocres en algún aspecto de
nuestra vida. Lo cierto es que a nadie le gusta que le cataloguen como tal y se
suele tener cierto empeño en diferenciarse de los demás, bien sea por la forma
de vestir, por el peinado, por el tipo de coche, por la decoración de la casa,
e incluso por la corriente ideológica del momento. Lo importante es ser
diferente. A veces suele pasar como en un chiste gráfico que vi hace mucho
tiempo. Había una viñeta, en ella se advertía un grupo de gente poco numeroso,
separado por una línea, de otro grupo numerosísimo de personas y del grupo con
poca gente uno decía, los que no quieran ser masa que pasen al otro lado de la
línea. A fuerza de buscar el distintivo que
diferencia de los demás se
termina siendo igual que todo el mundo, como nos ilustraba la ironía de la
viñeta.
Preguntas a alguien qué tal
le va, la respuesta más genérica es “vamos tirando”. Pocas veces se dice con
satisfacción, “estupendamente”. Se vive
una cierta sensación de hacer las cosas a medias, para ir tirando,
mediocremente. Me contaron una anécdota que refleja bastante bien esta
situación.
Se
encuentran dos amigos. Uno de ellos estaba trabajando en una carretera echando
asfalto y el amigo le pregunta.
-¿Trabajas
mucho?
-Para
lo que me pagan... Le responde.
-¿Es
que te pagan poco?
-Total,
para lo que trabajo.
Vivir
a medias no es vivir. Generalmente produce una insatisfacción personal no muy
recomendable. La mediocridad genera un sentimiento de fracaso. No hacer las
cosas como a uno le hubiera gustado realizar es una manera de confirmar las
pequeñas derrotas en el campo de batalla. Conformarse con ser un perdedor, un
ser al que la vida no le ha deparado la suerte y se contenta con mantener las
cosas tal y como vengan. Como decía el escritor británico William Somerset
Maugham, “Sólo una persona mediocre siempre está en su mejor momento”. Porque
la mediocridad cuando se instala en la persona hace que ésta se adapte e imite
al rebaño, encontrándose en ese espacio como pez en el agua. En la sociedad de
hoy te invitan continuamente a vivir a medias. Las prisas apuran para que
realices la mayoría de las cosas con inmediatez, la urgencia prima sobre la
excelencia. Nos hemos acostumbrado a responder a lo socialmente correcto aunque
no estemos convencidos de que sea lo mejor. Justificamos el estado de
mediocridad con el argumento falaz de que todo el mundo lo hace así. Más tarde
recurrimos a la queja y criticamos los malos resultados de lo que hacen los
demás. A quien nos han realizado un trabajo a medias le echamos el muerto de
falta de profesionalidad porque nosotros esperábamos que lo hicieran lo más completo
posible. Sin embargo, si la acusación se dirige hacia nosotros, encontramos
enseguida excusas como la falta de tiempo, de medios, de recursos
insuficientes, de malas condiciones, para poder haber realizado nuestro
cometido a la perfección.
Vivir en la mediocridad es
una de las armas más mortíferas para la destrucción de la humanidad. El hombre
se refugia en la muchedumbre para justificar la conformidad de dejar las cosas
tan mal, como cuando se las ha encontrado en sus manos por primera vez. Es muy
fácil no percibir la importancia de poner el cuidado en las pequeñas acciones que configuran lo más
preciado de la vida. Necesitamos perder el miedo a fomentar que la humanidad
mejore. Mostrar el desacuerdo con la multitud de quienes se conforman con
aprovecharse del mundo que le rodea, en vez de aportar su granito de arena y
dejarlo mucho mejor que cuando se lo encontraron.
Estoy convencido de que la
mayoría de las personas, a lo largo de su vida, entablan una pelea continua por
ser cada día mejor que el día anterior. Casi siempre al repasar lo que hemos
hecho a lo largo de nuestra existencia hacemos un balance en el que valoramos
nuestras acciones según nuestros principios. Nos ha salido bien, sentimos
satisfacción. Pero si las conductas se alejaron de nuestros valores principales
y nos salen mal, dejan un mal sabor de boca en nuestro interior. Es el juicio
que hacemos frecuentemente sobre la vivencia personal de mediocridad. Cundo la
respuesta a esa valoración no es adecuada, el desaliento se puede apoderar de
nosotros y emerge un sentimiento de pérdida de tiempo en nuestras vidas. En el
fondo es que ha hecho acto de presencia la mediocridad y para hacer más
llevadero la sensación de pequeño
fracaso, se suele echar la culpa a cualquier agente externo.
Vivir a tope, realizar el
sueño que uno tiene es tomar la decisión de no vivir mediocremente. Poner el
empeño en realizar cada pequeña actividad con la intensidad suficiente para
disfrutar sin medida. Subes al autobús para desplazarte hasta el lugar del
trabajo, saluda al conductor, sé amable con los viajeros de compañía, observa a
la gente, las calles, los escaparates. Deja volar tu imaginación al percibir la
variedad de los olores que recoge tu olfato. Aparca la posible ansiedad que te
pueda generar la duda de llegar tarde, siéntate si puedes y abandónate al
momento presente. Son unos minutos preciosos para saborear la cotidianidad de
la vida que jamás se volverán a repetir. Acompañas a tus hijos al colegio y la
rutina diaria puede hacerte olvidar que son momentos únicos para disfrutar de
su compañía. La experiencia de tomarles de la mano y sentir cómo sus vidas
dependen de tu calor, nadie lo va recordar a lo largo de su vida con tanta
emoción como tú mismo. Cuenta a tu pareja lo que te ha pasado en el trabajo con
el responsable de tu departamento. Explícale con detalle la situación, tus
pensamientos y sentimientos, deja espacio en tus palabras para que el silencio
te haga reflexionar y tu pareja pueda opinar. Agradece la posibilidad de
compartir esa parte de tu vida con la persona que amas y siente el presente
dentro de tu ser como un regalo que ese
preciso momento estas abriendo para ti. Deja que la sorpresa se inserte en tus
rutinas porque es la actitud optimista la que te llevará por los caminos del
descubrimiento de que la vida es apasionante y tú eres el actor principal de la
película. La mediocridad es enemiga de la reflexión y del silencio. Solamente
crece sobre la tierra abonada, esponjosa y fértil donde el bien ser echa sus
hondas raíces buscando el agua vital que alimenta la perfección.
Acepta las limitaciones que
te encuentres, ya sean personales o de tu entorno. Confiesa que no eres un dios
todopoderoso capaz de solventar cualquier cosa que se interponga en tu camino.
El reconocimiento de la realidad parte de la humildad personal. Muchas veces no
queremos observar lo que está sucediendo porque nuestra intencionalidad niega
unas evidencias y acepta unos deseos que no se ajustan a la verdad objetiva,
sino a la interpretación personal de lo que nos interesa. Si te crees erudito
de alguna ciencia, duda de tus conocimientos. Si has visto con claridad un
hecho, duda de tus ojos. Si has sentido rabia por algo, duda de tu serenidad.
Si te han preguntado por qué estás triste duda de tus fuerzas. Acepta que la
grandeza de tu vida reside en tus propias debilidades cuando las has reconocido
como partes esenciales de tu mismo ser.
La mediocridad puede
truncar la gran ilusión de nuestra vida. La sensación de hacer las cosas a
medias produce un desaliento que se apodera del corazón humano y hace estragos
irreparables. El sentimiento de continua pérdida del tiempo horada y corroe con
demasiada persistencia.
Del libro "Caminar a tientas"
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